viernes 26 de abril de 2024
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127 años de la Revolución del Parque

A fines del siglo XIX, la Argentina atravesaba una de esas graves crisis económicas, con baja de salarios, desocupación y una creciente inflación, nada que no hayamos tenido el gusto de experimentar durante las generaciones sucesivas y hasta nuestros días.

Del 26 al 29 de julio de 1890 prorrumpió en nuestra Buenos Aires la llamada Revolución del Parque con el objeto de sacar del gobierno al yerno de Julio Argentino Roca, es decir, al doctor Miguel Juárez Celman, representante del Partido Autonomista Nacional (PAN). Su gobierno estaba herido de muerte y la revolución – aunque aplastada – fue su golpe de gracia.

La decadencia del orden conservador fue el producto de la malhadada alquimia entre el liberalismo económico y el conservadurismo político. El primero impidió establecer políticas contra cíclicas que amortiguaran los vaivenes de los precios internacionales de las materias primas y las recurrentes crisis económicas que sumían a los países periféricos en la miseria, entre otros factores. Y el segundo agitó las almas de extensas capas medias y bajas que carecían de representación y participación política: víctimas de la crisis que no tenían voz ni voto para mejorar su situación y la del país todo.

A fines del siglo XIX, la Argentina atravesaba una de esas graves crisis económicas, con baja de salarios, desocupación y una creciente inflación, nada que no hayamos tenido el gusto de experimentar durante las generaciones sucesivas y hasta nuestros días.

En oposición al régimen del PAN, se había formado la Unión Cívica, un espacio común – un movimiento – en el que convivía toda la oposición posible: federales y unitarios, católicos, acuerdistas y rupturistas, acaudillados por dos figuras políticas antitéticas de larga trayectoria: el expresidente Bartolomé Mitre y el varias veces Diputado y Senador, Leandro N. Alem hijo de un almacenero rosista fusilado, abogado y autonomista de cuna, que desde la década de 1870 declamaba en las tribunas políticas y los recintos legislativos discursos en defensa del sufragio universal, la moral administrativa y el patriotismo. Este germen, sumado a sectores del ejército y la armada, buscó terminar con el régimen para poder producir los cambios que el país necesitaba, desde su óptica. Alem se hizo cargo de la Junta Revolucionaria y la estrategia militar estuvo en manos del General Manuel Campos, bajo la atenta mirada del veterano Mitre.

El alzamiento llevó el nombre de Revolución del Parque, porque los principales combates se realizaron en torno al Parque de Artillería – hoy plaza Lavalle – en donde unos 3000 “boinas blancas” se batieron hasta quedar sin municiones. La refriega comenzó el 26 a las 4 de la madrugada y se extendió hasta el 29 de julio, cuando se firmó la capitulación.

A partir del cese del fuego, la atención se concentró en el Poder Legislativo. Inmediatamente después de la rendición, se reunieron las cámaras de Diputados y Senadores para deliberar. En el Senado, el santafesino Manuel Pizarro, pronunció un discurso que tuvo gran repercusión. Compuso un cuadro desolador de finanzas arruinadas, crédito público y privado debilitados,  comercio agonizante; libertad política suprimida, “en una palabra, […], las instituciones representan entre nosotros un montón de escombros como los que acaba de hacer el cañón en nuestras calles.” En esas circunstancias, agregó que no alcanzaban las palabras ni el estado de sitio para pacificar al país, sino que se requería algo más: un “gesto de patriotismo” como la renuncia de Juárez Celman. “La revolución está vencida, pero el gobierno está muerto”, legó para la historia, junto con su recordada posición ultra católica cuando el debate del matrimonio civil, del que dijo: “Este proyecto es contrario al dogma de la existencia de Dios, es contrario al dogma de la soberanía de los pueblos.”

Juárez Celman presentó la renuncia y asumió su vice, Carlos Pellegrini, quien completaría su mandato hasta 1892. Dardo Rocha, senador por la provincia de Buenos Aires, durante la vibrante sesión que debía aceptar la renuncia de Celman sostuvo que el presidente había demostrado su incapacidad para “afrontar los grandes y pavorosos problemas que se presentan en la actualidad y cuya solución pone en peligro, no sólo la Constitución, sino la nacionalidad y tal vez la integridad de la Patria.”

Al asumir Pellegrini, dijo que el suyo “era un gobierno de concordancia, surgido de una revolución”, por lo que se amnistío a los revolucionarios buscando la pacificación.

Meses antes de la Revolución del Parque, se celebró el Acto del Frontón Buenos Aires – templo de los pelotaris-  el 13 de abril de 1890, un mitin trascendente para la naciente Unión Cívica, ya que en aquella ocasión se constituyó su Comité General de la Capital y se eligió a Leandro N. Alem para presidir la Junta Ejecutiva. En esa oportunidad Alem dio un encendido discurso del que extraemos algunos fragmentos: “La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta, populares, o llámeseles partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes”.

“No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir, respeto a los derechos; buena política quiere decir, aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir, protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir, exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas”.

“Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita buena fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo. Con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los ciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos…

Al parecer muchas de las cuestiones que se planteaban hace 127 años siguen buscando su respuesta. Claro que hemos avanzado y mucho, pero el pasado nos interpela con crudeza.

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