Mientras millones de personas miran las noticias sobre guerras lejanas mezcladas con otras noticias periódicas sobre las confrontaciones acaloradas de toda política interna y sobre cholulismo, allá afuera muchos movimientos se orientan hacia conflictos de proporciones devastadoras. En la vida, las palabras y los hechos se van retroalimentando. Y el lenguaje bélico está tomando proporciones muy preocupantes. Hay muchas fuerzas desatadas para la guerra y muy pocas trabajando para una paz sustentable, que permita a nuestros hijos vivir en un mundo de convivencia y posibilidades de progresar, familiar y colectivamente.
Rusia está casi oficialmente lanzada a un camino de confrontación militar en toda Europa o con toda Europa, mientras el presidente francés habla de poner tropas propias en Ucrania (para evitar la caída de Kiev) y el diario socialista español El País titula “Europa se prepara para la guerra”. En este contexto es que Trump hace sus discursos sobre un Estados Unidos aislacionista, ajeno al conflicto europeo (como lo era al comienzo de las dos guerras mundiales del siglo XX), mientras la administración demócrata intenta la disuasión en Ucrania y la búsqueda de paz en Medio Oriente en un acuerdo árabe israelí. Países como Alemania e Italia asumen como responsabilidad propia la guerra de Ucrania. Documentos rusos de hace algunos años, tal vez deliberadamente publicados ahora, hablan de la necesidad de utilizar armas atómicas tácticas rápidamente, en caso de confrontación contra otra gran potencia. China se prepara para estar en posición de definir su situación en Taiwán (lo que podría afectar la comunicación del resto del mundo con el este de Asia, incluido Japón, por medio del Mar de China) y la India, aliado militar del viejo Occidente, se acaba de oponer en la Organización Mundial de Comercio a poner reglas generales al comercio global de alimentos.
En la reunión de cancilleres del G20 en Río, hace unos días, el ministro ruso dejó en claro que, para ellos, había una confrontación global entre los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, a los que se sumaron Irán y otros) y el G7 (Europa, los norteamericanos, Australia y Japón) y sostuvo que ganarían los primeros e impondrían su propio orden, sin que se sepa bien en qué consiste ese orden o desorden. Fue violentamente atacado por las ministras de Canadá, Alemania y Australia y sus posiciones fueron confrontadas por muchos otros, incluida la Argentina. El canciller ruso venía de reunirse con los jefes de Cuba, Nicaragua y Venezuela y de visitar a Lula. Bolivia fortalece permanentemente sus acuerdos con Irán y busca ingresar al Mercosur con apoyo de Brasil.
Las preguntas son, ¿quién trabaja para la paz? ¿Habrá paz si nadie trabaja para ella? ¿Todos debemos dejar que la masacre se produzca, pensando en un hipotético posicionamiento posterior? El G20 es el foro donde se pueden reunir todos los países principales -a pesar de sus serias diferencias- y ha sido bien utilizado cuando liquidó la crisis económica global de 2008 por medio de acciones coordinadas entre todos. Muchos países sostienen que no hay que politizar ese foro, para permitir que pueda seguir ocupándose de los problemas del conjunto, sin meterse en los conflictos de unos contra otros. El lugar para resolver las confrontaciones es el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero en ese ámbito cinco grandes potencias oponen su poder de veto y pueden empantanar cualquier diálogo. Como no hay que cansarse de repetirlo, la alternativa a la confrontación es el diálogo, que significa razonar junto con el otro pero, para que haya diálogo, se requieren sí o sí dos cosas: un objetivo común (sobre el cuál se pueda razonar en conjunto) y buena fe. Sin eso, hay confrontación. Siempre las guerras terminaron en una conferencia de paz. Es mejor ir a la conferencia antes y no después de millones de muertos. ¿Quién trabaja para eso? El G20 no decide, pero podría ayudar a tender o a no volar puentes.
Publicado en La Nación el 11 de marzo de 2024.
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