sábado 21 de diciembre de 2024
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Por una reforma laboral (en serio)

Son tan estructurales los desafíos que enfrenta la Argentina, que analizarlos evidencia el alcance modesto de la Ley de Bases. Además del errado formato legislativo, en modo ley ómnibus, que permitió un paso pírrico y limitó el margen de maniobra futura en el Congreso, su contenido en materias cruciales es pobre.
El capítulo laboral lo dice todo: unos pocos artículos con cambios cosméticos, para uno de
los temas más acuciantes. Las máximas propuestas se reducen a una moratoria, la figura
del trabajador independiente y a intentar un límite a la reelección sindical. El mercado de trabajo ha cambiado: convive con normas de otro tiempo y espacio; y debe responder a innovaciones tecnológicas que ponen en cuestión su morfología, al menos como la conocemos hasta acá.
Los datos son tan alarmantes como urgentes. El mercado laboral se estancó desde fines del 2000, y se viene deteriorando desde 2016. La creación del empleo privado está frenada; como contrapartida, creció el público entre 2012 y 2019, siendo responsable del 95% de los nuevos empleos asalariados. Tal vez el cambio más drástico, que confunde todas las variables: la informalidad y el cuentapropismo en franco crecimiento son la muestra cabal de un mercado cada vez más precario, que explica alrededor del 60% del aumento de pobreza, porque esos trabajadores apenas ganan alrededor de la línea de pobreza. Nadie los tutela, están librados a la buena de DIOS.
No son los únicos. La participación de la mujer en el mercado de trabajo es baja, 15% menos que la masculina, y su calidad de empleo es esencialmente precario. Los jóvenes encuentran cada vez más dificultades: el desempleo no dejó de subir desde la pandemia, más del triple que el de las personas entre 25 y 64 años. Con caídas en ventas de supermercados y shoppings del 20%, industria 16,6% y construcción 37,6%, el
panorama no es muy halagüeño.
El escenario sombrío se conjuga con el avance tecnológico, marcado por la economía del
conocimiento y, en particular, la inteligencia artificial, en un país en el que la contribución de la productividad laboral al crecimiento es modesta, porque la mayoría de los trabajadores se concentra en los sectores menos productivos, como construcción, comercio y la industria manufacturera. Si sumamos al combo que Argentina tiene una de las tasas de inversión más baja del mundo (ocupa el lugar 124 de 171 países), con una caída este año del 23,4%, y que la investigación y desarrollo fue sólo del 0,5% del PBI, pues el problema se acrecienta.
La desocupación es de 7,7%, pero es un dato mentiroso, porque el empleo es de muy baja
calidad, informal o por cuenta propia. Las mujeres y los jóvenes tienen serias limitaciones,
cuando no son excluidos. Y el futuro es como si no existiera, como si no estuviera a la vuelta de la esquina.
Ya no es cuestión de parches ni remiendos normativos. Hace falta una mirada integral pero
puntual, una auténtica reforma laboral. Para eso hay que pensar con originalidad y coraje, y no quedarse en normas del 90 del siglo pasado como gran solución para el siglo XXI. En esto vale la pena gastar los cartuchos políticos, porque hay que sentar las bases para que las expectativas de una sociedad cansada devengan realidades.

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