jueves 21 de noviembre de 2024
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Nicolás Maduro, Alfredo Astiz y los tres caminos que tienen por delante los libertarios de Javier Milei

¿El mileismo es extremismo de derecha, derecha liberal dura pero no autoritaria ni antidemocrática, o un populismo oportunista que va y viene entre una cosa y la otra según su conveniencia?

Si uno le da importancia a lo que dicen y piensan sus espadas en las redes y el propio presidente cuando está desatado, es lo primero. Si uno en cambio escucha al grueso de sus funcionarios en el Ejecutivo, de Luis Caputo y Federico Sturzenegger hasta Guillermo Francos y Diana Mondino, es lo segundo. Y si uno reconstruye el camino sinuoso por el que ha ido avanzando el liderazgo de Milei, es lo tercero.

Cuál de estas versiones del mileismo se va a terminar imponiendo

Dependerá, ante todo, del éxito que cada uno de esos proyectos tenga en la práctica, el consenso social que reciba y la capacidad de arrastrar detrás suyo al resto. Por ahora, la cosa está bastante indefinida al respecto. Y por eso ha ido imponiéndose el populismo oportunista. Pero si uno le presta más atención a los problemas concretos que el gobierno tiene que resolver, ante todo las alianzas con otros actores para formar mayorías parlamentarias, y puede que también electorales, y las inclinaciones dominantes entre sus propios votantes, cabría esperar que, con el paso del tiempo, prime lo segundo.

Solo que también se justifica temer que, a medida que el gobierno consiga éxitos parciales en la gestión y consolide sus apoyos sociales, las chances de que lo primero se imponga crezcan. Porque el alma doctrinaria del presidente y su círculo más cercano va a encontrar el combustible necesario para desplegar sus sueños: lo que consigan con pragmatismo lo terminarán usando para actuar con más y más fanatismo.  

En síntesis, lo que termine resultando tal vez no dependa mayormente de lo que los votantes quieran, sino del rumbo que logre definir e imponer el núcleo dirigente, de lo que este grupo vaya aprendiendo a medida que consolide su control del Estado y defina un curso estratégico: si lo que aprende es a hacer un uso doctrinario de sus éxitos, aprovechará cada ocasión que se le presente, cada ventaja que obtenga en la lucha política y la gestión, para normalizar, volver tolerable en la sociedad y el sistema institucional, y dar rienda suelta al extremismo; si la experiencia lo alecciona en cambio sobre las ventajas de la moderación y la inconveniencia de prestar oídos a sus propias fantasías extremistas, seguirá un curso más consecuente con los instrumentos y las metas pragmáticas que, ante todo más bien por las restricciones que el contexto le impuso, desde el principio viene persiguiendo.

El punto es importante porque va a definir en gran medida para donde enfile esta experiencia de gobierno, sus reformas, y si los votantes moderados que la han avalado en 2023 y la vienen respaldando hasta aquí, se van a arrepentir o no de haberlo hecho.

Una buena prueba

Hace unos días hubo una buena prueba para testear el asunto: el escándalo desatado a raíz de la visita de varios diputados libertarios a represores detenidos por crímenes de lesa humanidad, realizada el 11 de julio pasado. Entre los honrados por la atención de los legisladores destacó Alfredo Astiz, uno de los criminales internacionalmente más famosos, más siniestros y universalmente repudiados de nuestro país.

Varios funcionarios del Ejecutivo, incluida Patricia Bullrich, que a veces actúa y habla como toda una fanática, se despegaron del hecho y trataron de salvar al gobierno de toda simpatía procesista, que limitaron a las inclinaciones exclusivamente personales de los legisladores involucrados. Pero ni el Presidente ni la Vicepresidenta se pronunciaron. Lo que cabe atribuir a que prefieren por ahora ocultar sus intenciones al respecto, que serían bastante extremistas y darán a conocer en cuanto tengan oportunidad; es decir, cuando crean tener el suficiente apoyo y/o tolerancia social como para imponerlas. Mientras tanto, se comportan en forma no oportuna sino oportunista: van tanteando el terreno, con una de cal y una de arena, sobre lo que significa para ellos el respeto de los derechos humanos, de la división de poderes y del gobierno limitado. Por ejemplo, si lo que se discute es Venezuela, se escandalizan por las violaciones al respecto. Pero si lo que está en discusión son los atropellos de su amigo Bukele, se muestran mucho más comprensivos, indiferentes o incluso celebran.

El episodio de las visitas a Astiz fue particularmente sintomático al respecto, y también particularmente costoso para el oficialismo, por coincidir en el tiempo con el derrumbe moral de buena parte de nuestras izquierdas frente al caso venezolano. Derrumbe que, justamente, ellas pudieron disimular en alguna medida, aludiendo a que el gobierno mileista no tendría autoridad moral para reclamarles nada al respecto. Así, por ejemplo, Página 12 tituló en su portada, dos días seguidos, con un siniestro espíritu laudatorio de la represión chavista: primero “Venezuela roja”, mientras mataban jóvenes en las calles de Caracas, y luego “MasDuro”, casi llamando a matar, secuestrar y torturar aún más. Peor bancarrota moral ya va a ser difícil encontrar. Pero el house organ kirchnerista consiguió, sin embargo, lavarse en alguna medida la cara días poco después, relegando a las páginas interiores la crisis venezolana y volviendo a destacar en la portada, por enésima vez, las visitas a Astiz.

¿Extraerá de esto la cúpula oficial una lección provechosa sobre lo costoso que le resultan y van a seguir resultando sus afinidades más violentamente derechistas? ¿O al contrario, concluirá que confrontar con esa izquierda igualmente radicalizada es lo que más le conviene, porque puede forzar así al centro y los moderados a sacrificar sus preferencias y juicios morales, tolerar las bestialidades del gobierno y resignarse a respaldarlo, aunque más no sea como mal menor?

Habrá que ver. Puede que lo que termine haciendo dependa, más que de sí mismo, de cómo evolucione el contexto. Por caso, de si se abre o no una transición democrática en Venezuela, por impulso de gobiernos moderados de la región, o si triunfa o no Trump en las próximas elecciones norteamericanas. Y también de si se sigue devaluando o no el crédito de los derechos humanos como conjunto de valores comunes que en su momento nuestra sociedad abrazó, y que en particular el kirchnerismo y las izquierdas hicieron más que nadie por destruir. Pero también va a depender de lo que decidan los máximos dirigentes del actual oficialismo. Porque serán ellos, finalmente, los que quieran o no extraer lecciones, no solo coyunturales sino estratégicas, de lo que la experiencia les va enseñando.

Publicado en www.tn.com.ar el 6 de agosto de 2024.

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