La mayoría de los líderes de Latinoamérica anhelaban un triunfo de Kamala Harris. Durante el mandato de Joe Biden, si bien América Latina no figuró entre las prioridades de la Casa Blanca, esta falta de atención supuso un alivio para los gobiernos herederos de la “marea rosa”. Encontraron facilidades inesperadas para dedicarse a implementar sus propios proyectos políticos.
Estados Unidos ha respetado el statu quo de los gobiernos en Latinoamérica, sin dar demasiada importancia al sesgo ideológico o al tipo de régimen político. En algunos casos, incluso, ha mostrado una relación más fluida con los líderes de izquierda. Además, el progresismo latinoamericano comparte parte de su agenda política con el Partido Demócrata y su ideario woke.
Biden mantuvo una relación conflictiva con Jair Bolsonaro, que mejoró con Luiz Inácio Lula da Silva, a pesar de su alineación con los BRICS. De hecho, Lula no dudó en expresar públicamente su apoyo a Harris mientras criticaba a Trump. Para Nicolás Maduro, un triunfo de Harris también resultaba aceptable. Casi no enfrentó sanciones por el proceso electoral ni por el aumento de la represión contra la oposición.
Biden incluso defendió su alianza con Gustavo Petro, basada en la supuesta estabilidad regional y por ser el mayor comprador regional de productos agrícolas estadounidenses. Estados Unidos se mantuvo al margen de toda política activa hacia Bolivia, dada su complejidad y violencia. Sin embargo, Jeanine Áñez continúa encarcelada mientras se logró la liberación de prisioneros en Rusia en circunstancias mucho más difíciles.
El intento de excluir a Venezuela, Cuba y Nicaragua de la Cumbre de las Américas en 2022 fracasó por el boicot liderado por Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, esa actitud no tuvo continuidad. Fiel a su estilo, el mexicano prefirió confrontar con rivales más accesibles, como el rey Felipe VI de España, mientras mantenía relaciones armoniosas con su vecino del norte.
Herencia Biden
La decisión unilateral de Xiomara Castro de denunciar el tratado de extradición entre Honduras y EEUU evidenció que, ante la vacilación como método —y como ha sucedido en otras partes del mundo— cualquiera, sin importar su poder o tamaño, puede desafiar la autoridad norteamericana. Incluso uno de los presidentes cercanos a Washington, Luis Lacalle Pou (Uruguay), expresó su desilusión ante la falta de una visión clara del gobierno demócrata hacia América Latina.
Esto ha permitido, incluso, que actores autoritarios de América Latina mantengan vínculos estrechos con grupos terroristas y del crimen organizado. Como Hezbolá en Venezuela y Bolivia, y el Tren de Aragua, que se ha expandido desde Venezuela hacia varios países de la región.
En Venezuela se encuentra una de las peores herencias de la administración Biden, ya que formó parte del desafortunado acuerdo de Barbados. Así, se levantaron sanciones impuestas durante el primer mandato de Trump. A cambio, el chavismo se ha mantenido en el poder mediante fraude, convirtiéndose al mismo tiempo en uno de los mayores exportadores de petróleo hacia EEUU. Toda ganancia.
Como una de sus políticas centrales, Biden anunció la creación de la Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas, la cual tuvo un impacto más que limitado. Por supuesto, no todo lo malo es atribuible a la gestión de Biden-Harris, aunque resaltamos su centralidad a los fines analíticos del texto.
Por eso, también corresponde marcar a numerosos gobiernos democráticos, liberales, de centro y de derecha que, en los últimos años, no han sabido coordinarse para frenar la expansión de liderazgos y políticas autoritarias.
Agenda trumpista
Tras un resultado electoral muy distante de lo esperado por la izquierda regional: ¿cuál será el lugar de Latinoamérica en la agenda de la presidencia de Donald Trump? Se pueden plantear algunas posibilidades a partir de su primer mandato y las designaciones realizadas estos días.
El nuevo presidente concentrará un considerable poder político en su país. Pero, debido a las restricciones constitucionales, solo contará con cuatro años antes de retirarse y convertirse en parte de la historia. Luego de las próximas elecciones intermedias, se acelerará el síndrome del “pato rengo”. Más aún cuando esas elecciones suelen ser esquivas al oficialismo.
Trump apunta a reordenar el mapa mundial, reducir los enfrentamientos bélicos y, por ende, disminuir la inversión en ellos. Todo esto persigue el objetivo de concentrarse en lo que considera el núcleo del conflicto geopolítico: la confrontación entre EEUU y China. El incremento de las tensiones entre ambas potencias podría ocasionar dificultades para algunos gobiernos en Latinoamérica. Suelen ver en en la administración de Xi Jinping un apoyo para superar crisis económicas, avanzar en infraestructura logística y de comunicaciones, o definir sus lineamientos políticos, como ocurre en Brasil.
El respaldo de Trump a Israel, reforzado por la reciente designación de Mike Huckabee como embajador, también colocará a algunos líderes en Latinoamérica en una posición difícil que hasta ahora no habían tenido que enfrentar, ya que desarrollaron una activa política de apoyo a Hamás y bordeando el antisemitismo.
Marco Rubio, el nuevo encargado de la política exterior es hijo de cubanos y ha mantenido posturas muy firmes contra las izquierdas latinas del siglo XXI. Aparece junto al vicepresidente, J.D. Vance, entre los posibles candidatos para encabezar la fórmula republicana en las próximas elecciones. El creciente apoyo electoral de los latinos a los republicanos seguramente comenzará a influir en sus decisiones.
Otros temas ocupan la agenda republicana con impacto en Latinoamérica. En particular, deberán verse las anunciadas políticas de deportación de inmigrantes y las nuevas regulaciones fronterizas para ingresar al país.
Latinoamérica y Trump
Se puede presuponer; sin embargo, que aumenten las restricciones y los costos para los gobiernos autoritarios.
La cercanía entre la asunción del nuevo gobierno venezolano, el 10 de enero de 2025, y la toma de posesión de Trump, diez días después, ofrecerá una oportunidad privilegiada para observar sus primeras reacciones, que seguramente serán indicativas de su política hacia América Latina.
En cuanto a México, es probable que se mantenga una continuidad con las dinámicas establecidas durante el primer mandato de Trump. Aunque este desarrolló una buena relación personal con López Obrador, su sucesora, Claudia Sheinbaum, deberá esforzarse por replicar esa cercanía. No obstante, aunque las relaciones económicas entre ambos países sean el factor determinante, el tema de los cárteles de narcotráfico cobrará una importancia creciente, sobre todo porque, entre los republicanos, se considera que, en muchos casos, detrás de ellos está China, con la intención de afectar a la sociedad estadounidense mediante el envío de fentanilo.
Lo mismo ocurre con Brasil, que ha logrado distanciarse de Maduro en los últimos tiempos. Aunque Lula manifestó su apoyo a Harris, podría aspirar a mantener el liderazgo de la región. Sin embargo, su alianza con China y Rusia en los BRICS puede sonar como una alarma en los proyectos geopolíticos de la Casa Blanca.
Es casi seguro que el nuevo gobierno no continuará el laissez-faire de la administración Biden ni se apoyará en las afinidades de la agenda woke. Para empezar, la dictadura cubana ya no contará con libertad de movimiento para ser el eje que vertebre todo mal en la región.
EEUU, centrado en sus enormes objetivos nacionales e internacionales, podría no dar prioridad a Latinoamérica. Sin embargo, en un escenario optimista, los movimientos democráticos en la región podrían encontrar en Washington una mayor receptividad y eco a sus demandas, incluidos apoyos frente a dictaduras y autoritarismos, en contraste con la corrección política que predominó en la gestión de Biden y Harris. No es mucho, pero en tiempos de auge de los socios del Foro de São Paulo, no sería poco.
Publicado en Diálogo Político el 19 de noviembre de 2024.
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