I. Estudiantes revoltosos siempre hubo. La historia registra trifulcas estudiantiles desde el siglo XVII. Con las trifulcas, los poemas y las canciones. Y cuando esto ocurre, la escena romántica se expresa en plenitud. Ser joven, ser rebelde, ser bello excita la imaginación y la libido. A ello se suma la adhesión a las ideologías revolucionarias de su tiempo. Hay que rebelarse contra los padres, contra los profesores, contra los consejos sensatos de los viejos y desde el siglo XX en adelante hay que asustar burgueses. Lo importante de las ideologías es que sean radicalizadas; poco importa que sean de derecha o de izquierda, “minucias teóricas” diría Roberto Arlt. Un joven Tacuara se sentía tan rebelde como un joven guevarista. Algunos fueron en diferentes momentos las dos cosas.
II. Ser estudiante es una relación con la edad, el saber y la búsqueda del placer, escribió Sartre. Es una etapa breve pero intensa de la vida. No se es estudiante para siempre. Son algunos años; después el almanaque hace su trabajo. A la juventud le sucede la edad adulta con sus exigencias, sus rigores, sus responsabilidades y sus reclamos de caminar con los pies sobre la tierra. Al encanto lo sustituye el desencanto. “Rebelde a los veinte, conservador a los cincuenta”, un refrán que no pretende revelar una verdad científica sino registrar un hecho fundado en el sentido común.
III. El balance histórico enseña que en la mayoría de las ocasiones estos estudiantes estuvieron equivocados porque sus ideales eran desmesurados, o porque con los años se reconciliaron con su clase social o porque sencillamente fueron derrotados cuando no manipulados. A más de uno la experiencia le costó la vida. La comedia y la tragedia; el placer y lo siniestro. Tiempos de lucha o tiempos sombríos, pero ser estudiante incluye también reírse aunque los tiempos no estén para broma. Sin embargo, equivocados o no, desmesurados o marginales, “quien te quita lo bailado”; quien te quita que hubo un tiemoo, una edad en la que creíste que todo era posible; que podías ser atrevido, insolente, desenfadado, como nunca más lo serías en tu vida; quien te quita que te supiste ganar el odio de los dictadores de turno. Pregunten a Uriburu, a los nacionalistas de 1943, a Onganía. Ser revolucionario o progresista entonces era algo bueno. Una ética y una estética. Había una manera de hablar, de caminar, de vestirse que te distinguía: los mocasines sin medias, las camisas Grafa, los jeans, el cabello suelto. También había una literatura, una pintura, una música que te representaba. Que vivan los estudiantes, cantaba Violeta Parra.
IV. Lo que se conoce como movimiento estudiantil nunca fue mayoritario ni le importó serlo. Más o menos radicalizados, hablaban en nombre de todos los estudiantes, pero ellos, incluso en su diversidad nunca dejaron de ser una minoría intensa. A Ortega y Gasset le gustaba hablar de las rebeldías generacionales, pero a una generación no la integran todos. Militantes, activistas, intelectuales, ponganle el nombre que quieran, pero serán siempre una minoría, una elite que además, en su intimidad, estarán satisfechos de su condición de minorías lúcidas, esclarecidas, vanguardistas o como mejor quieran llamarlas. Es verdad que a veces convocaban a multitudes, que las asambleas se realizaban a cielo abierto porque todas las aulas resultaban pequeñas, pero el “movimiento estudiantil” como vanguardia, como militancia, fue minoritario, politizado, ideológico y siempre creyó que la verdad más importante estaba en la asamblea ruidosa, en la calle, fuera de las aulas, sobre todo de aquellas en “donde toda forma de insensibilidad dispuso de su cátedra”.
V. Dos dirigentes históricos de la Reforma Universitaria, Deodoro Roca y Julio González creyeron en las teorías generacionales, un corpus teórico que entonces disponía de buena prensa y les permitía diferenciarse de las visiones ortodoxas del marxismo. En todas las circunstancias, aunque parezca paradójico, los reformistas se creyeron revolucionarios. El Manifiesto de 1918 es la credencial de la Reforma, pero la palabra que se emplea no es reforma, es revolución. Revolución, rebelión o insurrección. Es más, la palabra “reforma” en el Manifiesto está relacionada con transa, capitulación y derrota. ¿Qué contenidos le otorgaban estos muchachos a la palabra “ revolución”?, es un interrogante de respuesta compleja y que admite diversas explicaciones.
VI. La Reforma Universitaria de 1918 y el Mayo Francés de 1968, fueron, con las diferencias temporales e históricas del caso, las máximas expresiones de la rebeldía estudiantil del siglo veinte. Con sus errores, con sus desbordes, pero también con sus intuiciones, con su lucidez y su avasallante frescura, dieron todo lo que pudieron dar enredados en sus contradicciones y su resistencia a admitir los imperativos de lo real y la lógica implacable del poder. Sus errores no disimulan sus logros. La Reforma Universitaria derribó estatuas de frailes, pero fundó instituciones perdurables y aportó a la sociedad el intelectual reformista, el político reformista y el ciudadano reformista. El Mayo Francés derribó prejuicios, rompió tabúes, liberó el erotismo e impugnó el dogma de la moral y las buenas costumbres. Por supuesto que más de una vez se excedieron; los libertarios, los impugnadores del orden adhirieron en más de un caso a las ideologías totalitarias de su tiempo. En París eran muy radicalizados, muy antisistema, pero de hecho las mujeres estaban excluidas de la conducción. Las mujeres y los negros. Y Cohn Bendit viajaba a Alemania a predicar la buena nueva financiado por una revista de modas muy interesada en promocionar al joven rebelde de cabellos rubios y amante de la fogosa hermana de Brigitte Bardot. Siempre dijeron actuar en nombre del pueblo, pero en Argentina, sin ir más lejos, le hicieron la vida imposible a Hipólito Yrigoyen en 1930 y a Juan Domingo Perón desde 1945 a 1955. Dicen que Perón en el exilio se lamentaba de haberse enfrentado a los estudiantes. “Por seguirle la cantinela a los nacionalistas amigos del obispo, me gané enemigos terribles. Son jóvenes, disponen de tiempo, creen en lo que hacen, por lo que los tuve batiendo parche en las calles todos los santos días de mi gobierno. Intenté reprimirlos y fue para peor porque a los muchachos les encantaba pelear con la policía, pero lo peor de todo es que a ningún papá y a ninguna mamá le gusta que la policía meta preso a su hijo o le surta un garrotazo en el lomo. O sea que en poco tiempo me puse a toda la clase media en contra, porque ese señor o esa señora pueden discrepar con las ideas de su hijo, pero si el nene está preso o le han metido un garrotazo, ese señor y esa señora desaparecen y aparece el papá y la mamá furiosos contra el gobierno que trata mal al hijo querido”. No se si los actuales entreveros estudiantiles se parecen a los del siglo veinte. No lo sé. Los tiempos históricos son diferentes; también las causas por las cuales luchar e incluso la identidad juvenil no es la misma. De todos modos, le diría a Milei que tenga cuidado y que preste atención a las reflexiones del viejo general.
Publicado en El Litoral el 16 de octubre de 2024.