Alberto resume, hoy por hoy, todo lo malo que buena parte de la sociedad ve en el kirchnerismo: chorro, maltratador, inútil y falso hasta la médula. De ahí que los kirchneristas sean los primeros en levantar su dedo acusador contra él, diciendo las peores cosas imaginables, y se apuren a tirarle encima toda la tierra posible.
Esperan que, aniquilándolo como figura pública, se laven sus propios pecados, se blanquee su imagen y puedan volver a presentarse como un grupo de gente normal y sana, y de nuevo una alternativa viable para el país.
El objetivo, finalmente, es velar la evidencia para ellos más comprometedora que arrojan las novedades difundidas sobre los hábitos del expresidente: que la clave de la construcción de poder de los Kirchner siempre fue maltratar y humillar, imponer esa ley en su propio séquito para asegurarse un sistema jerárquico, muy estable y seguro, vacunado contra las deslealtades y delaciones, para abusar del poder en todas las formas imaginables.
La rama femenina de La Cámpora, sin querer, lo dejó ver, cuando dio la nota de esta semana en la competencia olímpica por la medalla de oro del oportunismo y el lavado de manos, y salió a denunciar que “Alberto Fernández también maltrató a CFK”. Contra lo que todos vimos que sucedía, y tuvimos que soportar, durante cuatro penosos años: exactamente lo contrario, Cristina maltratando y humillando de las peores formas, cada vez que podía, personalmente o a través de sus esbirros, al pusilánime de Alberto.
Sin querer, decíamos, dejaron ver así las mujeres camporistas el origen del problema: que no reside en la particular personalidad o calidad moral de Alberto, porque él no es, como sus excompañeros quieren, una mosca blanca, sino la peor manifestación de un problema extendido, la revelación repugnante por lo alevoso, de la propensión a pegarle a los demás, física o psicológicamente, pero siempre pegar y pegar, como método para gobernarnos.
Esa es y siempre fue la clave del método kirchnerista para construir poder y relacionarse con los demás: mientras más humilles, maltrates y anules la dignidad del otro mejor, porque así te temerán y te agradecerán cuando en vez de pegarles les hagas una caricia. No es algo que inventaron Néstor y Cristina, claro, es parte del manual del sociópata acá y en todo el mundo. Solo que entre nosotros está tan naturalizado que nos llama la atención no cuando el método funciona, sino cuando entra en crisis y provoca un escándalo.
Es lo que acaba de suceder con el “buen tipo” y “honesto pese a todo” de Alberto Fernández. Un personaje miserable y opaco en todos los sentidos, que hizo carrera en el kirchnerismo precisamente por serlo, que se vendió en 2019 a la sociedad como el tipo progre que no mentía, por contraposición a Macri (quien supuestamente resumía todo lo malo), y que sin mérito alguno, precisamente por no tenerlo, Cristina nominó a presidente.
Imaginando, y no se equivocó, que iba a poder venderlo a una sociedad asustada por el ajuste fiscal entonces en curso, y después manejarlo a piacere. Ese Alberto, hoy no puede salir del país, ni siquiera puede salir a la calle, y es investigado por la Justicia por chorro, traficante de influencias y golpeador de mujeres. Una joyita de buen tipo.
Pero lo que importa no es el chancho sino quienes le dieron de comer. La sociedad argentina, o al menos un buen porcentaje de ella, en algún momento, lo hizo. Habla muy mal de nosotros y nuestra cultura cívica, pero dejemos eso por ahora de lado. Los que le dieron de comer más prolongada y sistemáticamente, durante más de dos décadas, fueron el peronismo y el kirchnerismo.
¿Cómo es que semejante personaje tuvo tanto éxito en sus filas? Pues porque se acomodó muy bien a la lógica en ellas dominante. Impuesta desde el vértice, por el matrimonio presidencial a comienzos de la década del 2000, y desplegada con infinito cinismo e hipocresía desde entonces.
Al revés de lo que sostiene La Cámpora women, que él maltrató también a Cristina, lo cierto es que siempre se sometió a los maltratos de los jefes, primero de Néstor y después de su mujer. Maltratos a los que también se sometieron los demás, desde Oscar Parrilli y demás colaboradores directos del matrimonio, hasta los empresarios prebendarios.
Por conveniencia, no porque no les quedara otra. Y todos, o al menos la mayoría de ellos, reproduciendo hacia abajo la misma lógica: así como fueron maltratados, maltrataron a su vez a quienes tuvieron a mano. Es lo que caracteriza al kirchnerismo como estructura de poder, un auténtico gallinero, con su ley de hierro: los que están arriba cagan a los de abajo, pero estos pueden consolarse porque encuentran a su vez a quienes cagar.
Y Alberto vaya si los encontró. Jodió gente todas las veces que pudo. Desde sus tiempos en la Jefatura de Gabinete, fue un cagador con periodistas, funcionarios, empresarios y cuanto cristiano se le pusiera a tiro. Así que no tenía de qué quejarse cuando Néstor se las tomaba con él, lo insultaba, maltrataba y humillaba delante de otros. Porque él “compensaba”, haciendo lo mismo cada vez que podía.
Conociendo el paño desde tanto tiempo antes, no extraña que se volviera a acomodar muy bien al mecanismo gallináceo cuando, de chiripa, aterrizó en la Presidencia. Y que se bancara desde el primer día al último de mandato los desplantes, las groserías y humillaciones públicas de la señora, a la que bien sabía que no quedaba otra que soportar “como es”.
Fabiola, también, parece que se acomodó a esta lógica. Por algo no dijo ni mu de lo que estuvo padeciendo, mientras pudo disfrutar de las comodidades de Olivos y recibió sus correspondientes compensaciones. Eso no la desmerece como víctima, claro. Pero sí ilustra lo exhaustivo que es el método de construcción de poder.
Y lo maleables que han debido ser sus engranajes a las exigencias del sistema. Fabiola seguramente lo entendió. Ahora lo denuncia, al menos en la faceta que ella lo padeció directamente, y lo bien que hace. Pero hubiera convenido que lo hiciera antes: se hubiera ahorrado y nos hubiera ahorrado a todos unas cuantas psicopateadas y ayudado a desnudar antes el sistema sostenido en ellas.
Pero no debe asombrarnos que no actuara de otro modo. Además del abuso y el maltrato sistemáticos, lo que el kirchnerismo impuso fue silencio, un pacto mafioso para evitar delaciones, que demostró hasta aquí ser increíblemente eficaz, y la distribución de incontables prebendas y beneficios para compensar tantas bajezas. Y esos pactos que abroquelan a la tropa siguen funcionando pese a todo. Incluso parecen haberse reforzado ante el escándalo “de Alberto”.
Además del comunicado de La Cámpora women lo pudimos comprobar en otras tres muestras de cierre de filas y alineamiento con el “modelo” y su método, que resultaron casi tan tóxicas como las secuelas dejadas a su paso por el golpeador. Primero, un insólito comunicado de Actrices Argentinas donde se explica que el problema no fue Alberto sino que es Milei, que cerró el Ministerio de la Mujer, como si este organismo hubiera hecho algo por este caso o por cualquier otro parecido, y no se hubiera dedicado a hacer pura propaganda oficialista, protegiendo a golpeadores, violadores y gente aún peor si eran del palo.
Segundo, un aún más insólito planteo de Juan Grabois explicándonos que nada de esto ni ningún otro escándalo que pudiera involucrar a figuras del kirchnerismo, desde Scioli hasta Massa, podrían hacerlo cambiar de opinión, pues para él siempre se justifica apoyar a ese sector y combatir a sus enemigos, no importa lo que suceda ni los daños que esos “líderes” le provoquen a las personas, al país o a la humanidad
Una pieza en que se resume la ceguera ideológica, la justificación del abuso y el atropello, y el lavado de manos de cualquier otra cosa que suceda porque siempre hay enfrente un enemigo amenazante que lo disculpa. Tercero, se hizo esperar pero no podía faltar, la propia Cristina habló, y como siempre, lo hizo de ella misma, de su condición de víctima, y de que todo esto confirma que su error, el único, fue haber nominado a Alberto, como si no hubiera tenido tiempo de conocerlo, ni ella misma se hubiera dedicado todo el mandato que compartieron a tomar decisiones en lugar de él, pisoteando sus atribuciones presidenciales, en general empeorando aún más las cosas, y a ocultar al mismo tiempo todas sus miserias.
En suma, una colección agobiante de argumentos absurdos, amañados y carentes del más mínimo sentido común. Reacciones que enferman tanto como escuchar las mentiras que aún contra toda evidencia pretende seguir vendiéndonos el propio Alberto Fernández. No por nada la gran mayoría de los argentinos hace tiempo que están hartos de esta gente. Y por extensión, desconfían cada vez más del peronismo como fuerza política, por haberse sometido y seguir detrás de una banda de psicópatas de la peor calaña. No es solo la inflación y la falta de oportunidades, lo que harta es todo el paquete kirchnerista.
¿Significará esta crisis el fin de la impunidad que les permitió llegar hasta acá? Puede que en el caso de Alberto sí, porque nadie quiere aparecer defendiéndolo. En el de sus compañeros de ruta, esos que se apresuran a tirarlo por la borda para que los tiburones lo devoren y así blanquear su imagen, es más dudoso, pero no deja de ser una buena oportunidad para intentarlo.
Sobre todo si el propio Alberto, en vez de repetir la experiencia de su Presidencia, y dejarse llevar ahora dócilmente al cadalso, o seguir el consejo de Luis D´Elía, que no fue para nada inocente en su recomendación de un tiro en la sien, opta por primera vez en su vida por la verdad y el coraje, y ya perdido por perdido, nos cuenta cómo fueron realmente estos veinte años con los Kirchner. Es también muy difícil que se anime, pero no está de más sugerírselo.
Publicado en www.tn.com.ar el 11 de agosto de 2024.