Entre subsidios y aranceles la guerra comercial entre China y Estados Unidos se lleva puesto el libre mercado, el orden basado en reglas y las cadenas de suministros. Nada más parecido a un campo de batalla.
El presidente estadounidense Joe Biden anunció más aumentos de aranceles sobre las importaciones chinas por valor de 18 mil millones de dólares – sobre los 427 millones de dólares de importaciones chinas al año -, incluido el alza del 25 al 100 por ciento del impuesto a la importación de autos eléctricos, en un esfuerzo por mantener a esos productos a raya. Un auto eléctrico fabricado por la principal empresa china, BYD, cuesta 10.000 dólares, contra 20.000 que cuesta uno producido en el Rust Belt.
Un documento del instituto Roosevelt asegura que si los EE.UU. no arancelan el acero, aluminio, autos eléctricos, baterías, paneles solares, chips y productos químicos chinos estarían dejando a su industria a merced de la producción asiática que es fuertemente subsidiada por el estado.
Sin embrago, la administración Biden ha inyectado más de 860 mil millones de dólares de subsidios en el sector de vehículos eléctricos, energía limpia y semiconductores gracias a las disposiciones de la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley CHIPS y la ley bipartidista de infraestructura. Por lo que podríamos decir que a la carrera de subsidios le sigue una carrera de aranceles, todo muy lejos de la libertad de los mercados que se pregona para países como la Argentina.
Lo cierto es que, si los vehículos eléctricos chinos capturan el mercado estadounidense, ese monopolio amenazaría la seguridad económica del país. Los aranceles “nivelan el campo de juego para los fabricantes de automóviles y los trabajadores automotrices estadounidenses”, dijo Lael Brainard, directora del Consejo Económico Nacional en reconocimiento de que los trabajadores automotores constituyen un electorado clave para la Casa Blanca, a lo que el Sindicato Unido de Trabajadores Automotores emitió un comunicado el martes por la mañana aplaudiendo la medida.
Y la Casa Blanca no se limita a su proteccionismo nacional puesto que espera que otros países sigan su ejemplo. “Europa, Turquía, Brasil, India y muchos otros países se están haciendo eco de nuestro mensaje y varios pueden seguir acciones que amplifiquen el efecto de lo que estamos anunciando”, según declaró un funcionario de la Casa Blanca en la rueda de prensa que siguió al anuncio presidencial.
Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China dijo el martes – antes del anuncio de Biden – que Beijing “se opone sistemáticamente a aumentos arancelarios unilaterales” que violan las reglas de la Organización Mundial del Comercio y que “tomará todas las medidas necesarias para salvaguardar sus derechos e intereses legítimos”, dijo el portavoz Wang Wenbin.
Si bien los críticos argumentan que el aumento de los aranceles a menudo resulta contraproducente y eleva los precios al consumidor y la inflación, la administración insistió en que ese no era el caso. Para esta corriente liberal, la administración Biden está siguiendo una línea difícil: quiere reducir el costo de la energía limpia en Estados Unidos y proteger la manufactura estadounidense al mismo tiempo. “La administración Biden tiene dos objetivos opuestos”, dijo Alex Durante, economista de la Tax Foundation, un grupo de expertos con sede en Washington. “Los aranceles, en general, son una mala política económica. Creo que la administración debería alejarse de ellos”.
El tema de los aranceles, en el marco de la lucha por la hegemonía mundial con China no es nuevo. Los impuso Donald Trump en su presidencia, los mantuvo Biden y ahora los eleva, aunque en forma selectiva.
Trump ahora propone extender los aranceles a los vehículos eléctricos provenientes del mayor socio comercial de Estados Unidos, México, que se transformaría en un canal de los automóviles chinos instalados al sur de la frontera luego de que BYD anunciara la construcción de varias plantas en ese país. Los aranceles a los automóviles mexicanos, que se suman a los planes frecuentemente repetidos de Trump de imponer aranceles del 10 por ciento a todas las importaciones extranjeras y del 60 por ciento a China, equivaldrían a una importante escalada de conflictos comerciales tanto con Beijing como con Ciudad de México.
Esos planes contrastan marcadamente con el enfoque más selectivo de Biden respecto de los aranceles, que se espera que sólo tenga efectos moderados en la economía estadounidense.
Dentro de las filas demócratas ya están presionando a Biden para que adopte una postura similar sobre las importaciones de automóviles desde México. Les preocupa, al igual que los asesores de Trump, que las empresas chinas envíen automóviles a través de México para evitar los aranceles a los vehículos eléctricos de China impuestos por primera vez por Trump y que Biden acaba de cuadriplicar. “Los aranceles no son suficientes”, dijo la semana pasada el senador demócrata por Ohio Sherrod Brown en las redes sociales. “Necesitamos prohibir los vehículos eléctricos chinos en Estados Unidos, punto”.
Si los aranceles recayeran sobre la producción mexicana habría efectos nocivos para los consumidores estadounidenses y para las automotrices de Michigan y Ohio, que dependen de la cadena de suministro de autopartes importadas de México.
Los funcionarios de la administración presentan la política arancelaria como una medida preventiva, un intento de evitar una próxima avalancha de vehículos eléctricos, paneles solares y baterías chinos baratos que podrían superar a las empresas estadounidenses. “Estas acciones no tienen ningún impacto inflacionario”, dijo un alto funcionario de la administración. “Se dirigen principalmente a sectores estratégicos en los que estamos aumentando la inversión nacional”.
Esta es otra de las razones por las que la elección presidencial de este año, en los EE.UU., es de suma trascendencia para el mundo todo.