jueves 21 de noviembre de 2024
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Javier Milei vs. la ONU: ¿nos va a reintegrar al mundo o a seguir aislando como los K, con nuevas excusas?

Mauricio Macri en su momento hizo un valioso esfuerzo por revertir el aislamiento a que nos había llevado el kirchnerismo, y logró algunos avances importantes (claro que no todos los que pretendió) en particular con el occidente democrático y desarrollado. 

Milei apuesta a otra estrategia muy distinta: usar las relaciones exteriores del país para ganar influencia personal y para sus ideas extremas, aún a costa de nuestra integración a los objetivos y las reglas que abrazan y promueven, con particular entusiasmo y compromiso en estos tiempos, las democracias occidentales; porque entiende que ese mundo occidental está enfermo y él, desde estas remotas y empobrecidas tierras, tiene que curarlo, no simplemente conseguir algunas inversiones y ayudas financieras que beneficien a sus ciudadanos, eso es secundario. 

Así, su viaje al exterior política e institucionalmente más relevante en lo que lleva de mandato (porque ha volado ya muchos kilómetros por el planeta, pero tuvo hasta aquí muy pocos encuentros oficiales, y esta era su presentación en sociedad ante todos los gobiernos del mundo, nada menos) lo dedicó casi en exclusiva a rechazar todo lo que las Naciones Unidas representan, según él, desde que “abandonó sus objetivos iniciales” y se abocó a promover los “mandatos colectivistas de la agenda 2030″ y demás objetivos propios de un “supragobierno de corte socialista”. 

Podría haber marcado diferencias y objeciones, como hacen muchos otros presidentes, sin abandonar la tarea y el compromiso de buscar consensos. Pero al privilegiar su rol como intelectual libertario, en la acepción más extrema que se pueda imaginar de esa noción, por sobre sus responsabilidades como presidente, y destacar que la misma organización que lo recibía y ofrecía ocasión para hablarle al mundo se habría convertido ya mucho tiempo atrás en un “monstruo de mil tentáculos que pretende imponer su agenda ideológica a los miembros”, quedó descartada esa posibilidad. Se entiende entonces que, prevenida, la mayor parte de los representantes de los demás países, los miembros supuestamente atenazados por esa siniestra organización, se abstuvieran de escucharlo. 

Dos registros diferentes 

El discurso de Milei ante la Asamblea General, en verdad, se movió en dos registros, bastante diferentes. Además de apelar al cliché libertario de acusar a todo el mundo de socialista (algo que lo identifica desde que desembarcó en la arena internacional, en el Foro de Davos de fines del año pasado), agarrándoselas en este caso, encima, con el organismo anfitrión, abrazó con bastante más tino la defensa de la democracia frente a las autocracias de todo tipo. Y lo hizo con críticas bien puntuales, a inconsecuencias también bien evidentes de la ONU en ese frente: por ejemplo, cuando permite que dictaduras como Cuba estén desde hace décadas presentes en su comisión de derechos humanos, o que en la dedicada a la mujer se anoten gobiernos que las someten a todo tipo de atropellos, o cuando cada vez que trata la cuestión de Medio Oriente se mida el comportamiento de Israel, la única democracia en esa región, con una vara mucho más exigente que la que se aplica a los demás involucrados, incluidos los palestinos. 

Pero estas críticas, por demás justificadas, quedaron diluidas lamentablemente detrás de la batalla ideológica que el propio Milei quiso librar, y a la que dedicó el grueso de su exposición. Así, lo que podría haber ilustrado las enormes ganancias que posibilita su gestión, para el país y la región, frente a la de su predecesor inmediato, que se dedicó a rendir pleitesía a las autocracias de todos los signos a cambio de dudosos favores, con la ridícula excusa de que debíamos acomodarnos a un “mundo multipolar”, en gran medida se desaprovechó. Porque el presidente se dedicó más bien a descalificar in toto lo que Naciones Unidas hace y dice, la agenda 2030, el “Pacto de Futuro”, suerte de ampliación de esa agenda hacia 2045, e incluso los cambios propuestos en su propia gobernanza, dirigidos a democratizarla, transparentar y agilizar sus mecanismos de decisión. 

Nuestro gobierno dejó así en claro que, en sintonía con lo que hizo Donald Trump durante su mandato, y lo que pretende hacer si vuelve al cargo, y de la mano también de tiranos de Rusia, Venezuela, China y otras autocracias por el estilo, pretende torpedear todas las regulaciones internacionales, sea en materia de derechos humanos, de cambio climático o de uso de la fuerza. 

Lo que él no ve es que esos socios de ocasión que ha elegido, o le tocan en suerte, rechazan esas regulaciones no porque pretendan expandir la libertad de mercado ni ninguna otra área de autonomía individual. Sino porque ellos mismos, como gobernantes, quieren ser los únicos sujetos realmente libres, tener las manos completamente desatadas para ejercer el poder de sus propios estados y hacerlo crecer a costa, precisamente, de sus gobernados y de los mercados locales y globales. 

¿Milei no ve esta contradicción o le resulta una cuestión menor? 

Puede que en esto lo embargue el tipo de problemas que suele afectar a los intelectuales: creen tanto en la eficacia de las ideas, en particular de las propias, que lo que está en juego en el mundo concreto y la política práctica le parecen por completo secundario. 

Que algo de esto sucede quedó también a la vista durante este recorrido mileista por los centros de poder mundial cuando el líder libertario falló en las señales que debía dar para generar confianza en los mercados. 

Fue una mala pasada la que le jugaron su lengua y su intuición al referirse al cepo. Del que dijo, para peor en el máximo foro de los inversores mundiales, que seguirá rigiendo hasta que la “inflación llegue a cero”. Es decir, muy probablemente, por un largo tiempo más. Desalentando automáticamente a todos los que necesita reconsideren su falta de interés en poner un mango en estos pagos. 

Y tal vez haya detrás de eso, de nuevo, no solo un simple error, sino una tendencia, un hábito: es porque pone por delante sus ideas, que cree deberían bastar para volver atractiva a la Argentina para las inversiones externas, por sobre la misma vigencia de las reglas de mercado, que no se esmeró demasiado en dar señales a este respecto, que era lo que todos los demás estaban esperando.

Por lo que fue lógico que la reacción de todos ellos no fuera la mejor: si el cepo seguirá trabando nuestras relaciones comerciales y financieras con el resto del mundo, como Milei aseguró, hasta que la inflación desaparezca, dado que se ve que ella tiene más chances de seguir en la zona todavía elevadísima del 3-4% mensual por un buen tiempo, lo menos que cabía esperar era que la cotización de bonos y acciones cayera, que fue exactamente lo que sucedió. Lo contrario de lo que suelen buscar, y en general consiguen, los presidentes que pasan por Wall Street. 

Pero igual, con Milei al frente, por más que seamos incapaces de eliminar algo tan estrambóticamente intervencionista y antiliberal como el cepo, que nos aísla tan alevosamente del resto del planeta, nos proponemos curar a todo ese resto del mundo del colectivismo. ¿No es genial? 

Lo sucedido podría catalogarse, en suma, como muestra de la creciente falta de profesionalismo que afecta a nuestra política externa. Y de la incapacidad que seguiremos arrastrando para reinsertarnos en la agenda global, el sistema internacional y los mercados mundiales como un país mínimamente confiable. 

Y lo peor fue que Milei volvió a encontrar motivos para considerar que su protagonismo en esos terrenos es todo un éxito: volvió a verse con Musk, fue tapa del Wall Street Journal, los periodistas de todos lados lo persiguieron, porque el personaje que ha creado es atractivo y vendedor; en suma, todo le confirma que juega en una liga superior a la del resto de los argentinos, que es y seguirá siendo una estrella global de irresistible magnetismo, y con eso le basta y le sobra. Pero lo cierto es que se vende él, y al hacerlo es incapaz de vender al país que gobierna. Y pareciera que esa sustancial diferencia no la ve, o no le importa. 

Publicado en www.tn.com.ar el 25 de septiembre de 2024.

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