El oficialismo ha ido creando un grupo de cortesanos, colaboradores presidenciales, que se organizan en círculos áulicos, no según su necesidad estratégica para el programa de gobierno, porque tal estrategia no existe, sino según la lealtad al jefe y sus necesidades inmediatas.
En el primero de esos círculos, el triángulo de hierro, están los que él considera imprescindibles, aunque nada asegura que lo sigan siendo, como vimos cuando de ese grupo fue expulsado -y de muy mala manera- Nicolás Posse, quien hasta unos minutos antes era supuestamente imprescindible.
En el segundo están los ministros de momento preferidos, Luis Caputo, Patricia Bullrich y Guillermo Francos, quienes tienen aún menos asegurada esa condición y deben hacer méritos todos los días para conservarla, aun sobreactuando obsecuencia y bajando la cabeza, como le pasó esta última semana al sucesor de Posse en la Jefatura de gabinete. Se ve que esa silla es especialmente caliente.
Y en el tercero se amontonan ministros y secretarios que pueden en ciertos momentos brillar, pero también estar en la picota y terminar peor que los anteriores si surge algún problema que irrita al jefe. El de verdad.
Poner a todo el mundo en una situación tan precaria le da ventajas al que manda: le permite despedir sin dar explicaciones, mantener a sus colaboradores con rienda corta frente a las disputas intestinas, que igual proliferan, y más todavía ante los medios y la exploración pública, y reproducir en grado extremo la relación radial y discrecional que en general han preferido los mandatarios argentinos, por sobre la alternativa de institucionalizar un equipo y un gabinete.
Pero también le trae problemas, porque como todo el mundo está atento a los humores presidenciales y a sobrevivir en lo inmediato, nadie piensa dos jugadas más allá: los cortesanos viven una angustiante precariedad. Esta peculiar condición de la Corte mileista se lleva muy mal con las necesidades y complicaciones que enfrenta este Gobierno en su relación con el Congreso.
Como se ha podido ver en las últimas semanas y, más en general, ha quedado más que claro tras nueve meses de gestión. Primero, el Ejecutivo tardó más de la cuenta y sacrificó más de lo previsto y necesario para lograr la aprobación de su primer proyecto de ley y asegurar la supervivencia de su primer decreto.
A continuación, como nadie pensó las jugadas que debían seguir a esos pasos iniciales, el oficialismo no le dio trabajo alguno al Parlamento, apostó a que durmiera una larga siesta, y el vacío lo llenó la oposición, promoviendo proyectos contrarios a la sustentabilidad del programa económico en curso.
Recién entonces y a medias el Presidente advirtió que se estaba metiendo en problemas, y empezó a intervenir directamente en las conversaciones con las bancadas dialoguistas. De esta manera reconoció, implícitamente, que no tenía a nadie que pudiera hacer ese trabajo por él: Francos quedó devaluado pese a su éxito en las tratativas por la ley bases, Santiago Caputo cometió todos los errores esperables de un elefante de “la nueva política” en el bazar de las instituciones tradicionales, y las autoridades de las cámaras y los bloques oficiales estaban peleados entre sí, o con el Presidente y/o con parte de su propia tropa.
Si Milei continúa siendo el único que puede hacer que las cosas pasen, que la máquina se mueva, primero, muchos se van a preguntar para qué tiene alrededor a los que deberían proveerle las “efectividades conducentes” de la gestión, y segundo, las balas le van a pegar cada vez más cerca.
Su autoridad va a quedar minada si no logra ahora destrabar los trámites legislativos, evitar nuevas derrotas en las cámaras y nuevos cascotazos a sus decretos, o si se desgasta en idas y vueltas en torno a sus iniciativas para evitar que estos inconvenientes se acumulen. Algo que, por otro lado, es lógico y del todo esperable le suceda a un Gobierno con ínfima representación legislativa y que tiene puras malas noticias que darle a la sociedad, aun por un buen tiempo más.
Y de todos modos, él parece dispuesto a correr el riesgo. Como hará este mismo domingo, con un protagonismo inesperado, y tal vez innecesario, en la presentación del proyecto de Presupuesto para 2025.
Milei gobernó durante su primer año con un típico recurso de la más rancia política criolla: evitar la intervención parlamentaria en su gestión del gasto, renovando el presupuesto del año anterior, que ya en su origen era un dibujo fantasioso, y para cuando lo rescató Milei del olvido estaba por completo devaluado como instrumento, debido a la inflación acumulada desde entonces y por los cambios introducidos entre tanto en los impuestos, los precios relativos y las reglas económicas.
Ahora se propone bandearse para el otro extremo, hacer exactamente lo opuesto: darle una importancia y un rol capital a este instrumento, haciendo de él la piedra basal de la nueva economía y el nuevo Estado que supuestamente está por dar a luz, depositando en él toda su autoridad y credibilidad.
Para lo cual imaginó una ceremonia de presentación ante el Congreso con toda la pompa de una asamblea legislativa, de la que el Presidente vuelve a ser la pieza central. Y en la que, sin embargo, no va a conseguir que participen buena parte de los legisladores que tienen que discutirlo y aprobarlo.
Así, la desmesura y la contradicción siguen dominando sus pasos. Repite el recurso a jugadas audaces, pero aisladas de cualquier hilo estratégico. Se tira a la pileta con una movida inesperada, a ver qué pasa, y si no pasa nada o las cosas salen mal, como sucedió ya con la primera ley bases, con el Pacto de Mayo, con la apuesta por dormir al Congreso, con el armado de un equipo de gestión hecho de retazos e improvisaciones, después verá qué otra jugada sorpresiva se le ocurre.
Claro que sería mejor que intentara con un equipo más profesional y una estrategia de alianzas y acuerdos que le aseguraran formar mayoría. Algo que no es tan difícil, finalmente, como se demostró con la ley bases, porque toda la oposición está muy dividida y carente de liderazgos e ideas.
Pero pareciera como si, en vez de aprender de sus errores y sus éxitos, el oficialismo estuviera empecinado en seguir improvisando, una y otra vez. ¿Con eso le alcanzará para sacar sin demasiadas concesiones y sacrificios la ley de presupuesto del Congreso?
Lo más probable es que se le complique. Porque esa oposición desarticulada sí está aprendiendo a lidiar con él. Lo hizo con las leyes de movilidad jubilatoria y de financiamiento universitario, y también con el rechazo al DNU de la SIDE. Es muy probable que las dos primeras, una ya vetada y la otra próxima a serlo, busquen reintroducirlas en el articulado presupuestario. Y habrá que ver si al presidente le sigue resultando suficiente su recurso de última instancia para defender la precaria estabilidad de las cuentas públicas.
Publicado en www.tn.com.ar el 15 de septiembre de 2024.