II. En alguna entrevista, Villarruel dijo que hoy los militares no deberían ser convocados para combatir el narcotráfico porque aprendieron la lección de 1975, cuando el poder político les ordenó combatir la subversión y después terminaron entre rejas. Le recuerdo a esta amable señora que no le corresponde a los militares decidir o deliberar acerca de las órdenes que les da el poder político. Pero además le recuerdo que en 1975 el gobierno peronista les otorgó luz verde para que se dieran el gusto, pero en ningún momento ese semáforo les sugirió que debían dar un golpe de estado. Esa inspirada iniciativa corrió por cuenta de ellos, en homenaje a la tradición militarista que desde 1930 consideraba a las fuerzas armadas como la reserva moral de la nación. A la señora Villarruel le explicaría que desde el instante en que dieron el cuartelazo del 24 de marzo, Videla y sus camaradas de armas perdieron históricamente toda legitimidad, incluida la que les había otorgado Italo Luder y sus compañeros de gobierno quienes, dicho sea de paso, le sugirieron a los militares con juguetón entusiasmo que a los Montoneros los aniquilen como ratas. Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, dijo el general.-
III. Alguien simpatizante con los ideales de Villarruel preguntará por qué si la guerra ha terminado, los militares siguen presos. Pregunta legítima que merece ser atendida. Siguen presos, mi estimada señora o caballero, porque, en primer lugar, fueron juzgados y condenados por crímenes de lesa humanidad por los tribunales de un estado de derecho. Es verdad que cumplido los setenta años los reos disponen de la posibilidad de prisión domiciliaria, pero esa es una decisión que no se cumple automáticamente, sino que corresponde a los jueces tomarla. Y hasta la fecha no conozco ningún togado que se haya animado a proponer algo parecido. De todos modos, nosotros sabemos muy bien que el tiempo se encarga de ajustar cuentas con todos. Hoy la mayoría de los jefes de la dictadura militar y de las organizaciones guerrilleras pasaron a mejor vida. Por lo menos, en la mayoría de los casos ya no están en este mundo. Una persona que hoy suma 55 años cursaba la escuela primaria en 1976. Los actuales jefes militares en esa fecha no habían nacido o eran niños. Milei en 1976 tenía cinco años; Victoria Villarruel, un año. Los problemas que asolaban a la nación en los años setenta tienen poco y nada que ver con los problemas actuales. ¿Contra quién está luchando entonces la señora Villarruel? ¿Reclama justicia o quiere venganza? ¿Los enemigos que la obsesionan , son reales o fantasmales molinos de viento? Pregunto, porque quien dice, con la seguridad y el entusiasmo de un guerrero, que los Montoneros deben ser juzgados y condenados, parece estar más dominada por los demonios de la venganza que por la mesura de la justicia. Además, le recuerdo una vez más: ¿adónde va a ir buscar a los Montoneros, disueltos como organización hace cuatro décadas?
IV. Nobleza obliga, me parece razonable que reclame por la prisión domiciliaria de los militares que aún siguen detenidos y que ya merodean los noventa años. Son algo más de cien represores, autores de crímenes horrendos, pero que en la mayoría de los casos hoy duermen con pañales y carecen de energía y de recursos hasta para matar una mosca o un mosquito. Adelanto una opinión personal, sabiendo de antemano que muchos se van a enojar conmigo, o, mejor chico, los que ya estaban enojados seguirán un poquito más enojados prometiéndose en voz baja que si alguna vez adviene la anhelada revolución social yo debería ser uno de los primeros en ir al paredón. Digo entonces: no sería yo quien promovería la libertad domiciliaria de estos ancianos, pero si la obtuvieran no me moriría de tristeza o creería que los militares vuelven a las andadas. Añado a continuación, que la noticia le importaría con suerte y viento a favor al dos por ciento de la población.
V. En 1953, Juan Rulfo publicó un libro de relatos titulado “El llano en llamas”. Uno de esos relatos se llama: “Diles que no me maten”, la frase que un viejo gastado por los años, la pobreza y las penurias le dice a su sobrino para que la transmita al militar que lo ha detenido y que, según parece, estaría dispuesto a fusilarlo. Después nos enteramos de que ese anciano en ruinas hace muchos, muchos años, mató al padre de este general que ahora está dispuesto a vengarse. “Diles que no me maten”, reclama el viejo…. díselo, diles que estoy viejo, que no valgo nada”. Y aquí viene la frase que me importa: “…que si cometí un crimen ya lo pagué con soledad, con pobreza, con miedo…lo pagué durante años y años…”. Cito de memoria, pero ese es el tono del lamento. Y lo cito porque este centenar de viejos militares y policías que ya no valen nada, a su manera pagaron. Ante la justicia y ante sus propias vidas. Desde 1983 viven encarcelados por sus crímenes en celdas reales o imaginarias pero no menos efectivas. Es verdad, cometieron crímenes espantosos, en algunos casos se comportaron como monstruos, pero sinceramente, si por mí fuera, si mi opinión importara, admitiría la alternativa de la prisión domiciliaria. No lo haría con entusiasmo, sino con compasión, y sabiendo que estos despojos humanos hoy no tienen otra importancia que la posibilidad de vivir el tiempo que les resta rodeado de los seres queridos, si es que les queda alguno, y esperando la muerte en paz, esa paz y esa compasión que ellos, cuando fueron señores de la guerra, dueños de vidas y haciendas, le negaron a sus víctimas.
Publicado en El Litoral el 28 de agosto de 2024.