El golpe militar perpetrado por Carlos Castillo Armas y auspiciado por Estados Unidos a través de la CIA derrocó el gobierno democrático de un presidente progresista: Jacobo Árbenz. Detrás del golpe se encuentra una mentira que pasó por verdad –hoy la llamaríamos fake news– que cambió el devenir de América Latina: la acusación por parte del gobierno norteamericano de Eisenhower de que Árbenz era un ariete del comunismo soviético en el continente.
“Tiempos recios” es una historia de conspiraciones internacionales e intereses encontrados, en los años de la Guerra Fría, cuyos ecos resuenan hasta la actualidad. Sobre todo, cuando en muchos países de la región, gobernados por una derecha gerencial, están en serios problemas, enfrentando descontentos que todavía son achacados a fuerzas “terroristas” que anidan en vaya saber qué lugar recóndito de todos esos países.
En esta novela, que está imbricada con La Fiesta del Chivo, el Premio Nobel de Literatura 2010, funde la realidad con dos ficciones: la del narrador que libremente recrea personajes y situaciones, y la de aquellos que quisieron controlar la política y la economía de un continente manipulando su historia. El producto final revela “la cara más anticuada y retrógrada de una América Latina” de las dictaduras que afortunadamente “va desapareciendo”, indicó en rueda de prensa en Madrid, en oportunidad de lanzar el libro editado por Alfaguara.
Árbenz, un presidente elegido democráticamente que buscó modernizar a Guatemala, en plena Guerra Fría, osó poner límites –mediante una reforma agraria– a la empresa históricamente expoliadora de las riquezas naturales centroamericanas. La empresa estadounidense United Fruit se sintió amenazada por su gobierno y propició su eliminación. “Un grave error”, en opinión de Vargas Llosa, ya que fue “un hecho neurálgico” que reverberó en toda América Latina y que la condicionó por décadas.
Es “error norteamericano” –piensa Vargas Llosa– creó una “imagen negativa de Estados Unidos” y “llevó a muchísimos jóvenes latinoamericanos, yo entre ellos, (…) a descreer en la democracia y pensar en el socialismo, en el paraíso comunista, en la revolución a la manera de los cubanos, y abrió un periodo terrible de matanzas y terrorismo” en la región, señaló.
“Si Estados Unidos en lugar de derrocar a Árbenz hubiera apoyado las reformas (…) probablemente otra sería la historia de América Latina, probablemente Fidel Castro no se hubiera radicalizado y vuelto comunista”, ni tampoco el Che Guevara, quien, en Guatemala en ese momento, se refugió en la embajada argentina al desatarse la “fiebre anticomunista”.
“Eso nos atrasó medio siglo más”, dijo el escritor peruano de 83 años, quien en su juventud fue seducido por la Revolución Cubana, pero luego renegó de ella y desde hace décadas es un ardiente defensor de las democracias liberales, vive en una mansión en Madrid y en ese país siempre esquivó condenar el “error” franquista que también dejó a España en el atraso durante 50 años.
Vargas Llosa condenó al ex presidente Alberto Fujimori en su Perú natal y estuvo en contra de su indulto por ser “responsable de un golpe de Estado, así como del desmantelamiento de nuestra institucionalidad. Su indulto demuestra el poco aprecio por la dignidad, la igualdad ante la ley, y el derecho a la memoria”. Al parecer, el cruce del Atlántico genera una perspectiva política que diferencian a Fujimori de Francisco Franco. Los dictadores no son lo mismo según ese ángulo. Fujimori, electo presidente democráticamente como Árbenz es para Vargas Llosa un monstruo, pero cuando se le habla de Franco calla o elude, que es una manera de absolver el golpe de Estado fascista equiparándolo a la legitimidad de la II República en julio de 1936.
Tampoco desaprovecha el octogenario la oportunidad de recomendar a los argentinos que no votemos al peronismo – cuyas políticas eran muy similares a las de Árbenz- en las próximas elecciones, porque esa fuerza convirtió un país del primer mundo en uno del tercero. Podemos convenir que, como político, Vargas Llosa es un gran escritor.