domingo 22 de diciembre de 2024
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Los triángulos de Macri: con Peña y Frigerio o Carrió y los radicales

Mauricio Macri ha mostrado en el sillón más cintura de la que exhibe cuando baila. Para desesperación de quienes lo desdeñaban, comete menos errores que otros presidentes (empezando por la propia CFK) y controla la impaciencia mejor que muchos jefes.

                Su percepción, sin embargo,  arrastra un enfoque erróneo que aún puede corregir sin grandes pérdidas. Si no lo hace, podrá costarle todo.

                El presidente ha marcado en privado –a más de un preguntón– que su gobierno se basa en un triángulo: por un lado, Peña-Quintana-Lopetegui, por otro Frigerio-Monzó. Y encima de ambos, él mismo.

                Tal esquema puede coincidir con la marcha de la administración, pero no con la política del Estado.  ¿Cuál? La que le permitió el triunfo de Cambiemos. Otro triángulo, distinto, en cuyo vértice está, por cierto, el propio Macri. Pero a un costado Carrió, al otro los radicales. Los que  construyeron el frente electoral y consiguieron los votos.

La ilusión (des)Peña

La última semana ha sido pródiga en errores oficiales. Fue, sobre todo, la semana trágica de Marcos Peña. Su conferencia de prensa del martes 14 buscó calmar las aguas y sólo produjo oleaje. Tanto, que el presidente en persona debió jugarse a las 48 horas para reparar la fuga de confianza. El ancho de espadas no se pone en febrero, pero no hubo otro remedio. Peña-Quintana-Lopetegui hasta ahora no dan pruebas de la pericia que les es atribuida.

                Peña arrancó a la consideración general hace un par de años. Sus exposiciones eran claras, frescas, profundas, inteligentes. Ayudaron muchísimo a descartar la tentación de asimilar el PRO a las históricas organizaciones de la derecha, como Nueva Fuerza, Ucedé y, ni hablar, de alejarlo de los partidos de inspiración militar como Modín o Fuerza Republicana.

                Con la instalación en el gobierno, Peña perdió riqueza explicativa. Para colmo, no consolidó el liderazgo otorgado al cargo por la Constitución pero también por el presidente. Su palabra no tranquiliza las aguas, los mercados, a los periodistas y ni siquiera a los votantes.

                Un alto cargo estatal me susurró hace horas: “todo funcionario llega a su nivel de máxima incompetencia”. Cruel y excesivo. Pero Peña debió atender las señales tempranas. Como escuchar a Mirtha Legrand (“¿Usted siempre se ríe?”, lo amonestó la diva en pleno almuerzo). Entre los votantes de Macri, Mirtha tiene más seguidores que Peña.

                Peña practica –acaso sin saberlo– algunas de las peores mañas de la política: la reunión de cenáculo cerrado, la falta de diálogo, el no escuchar. ¿Vieja política? Viejísima. No lo hacían ni lo hacen los partidos tradicionales. Es una práctica de los gobiernos elitistas, de aquella democracia de notables. Si los viejos partidos tienen las costumbres de mediados del siglo XX, la actual Jefatura de Gabinete evoca más a las oligarquías del siglo XIX. Los modos de la era victoriana.

Carrió a pleno

En ese marco, no extraña la durísima diatriba de Elisa Carrió contra la doble falta perpetrada por jóvenes gubernistas que –seguramente buscando hacer méritos– no encontraron mejor método para bajar el déficit fiscal que corroer los haberes jubilatorios. El riesgo de premiar a los obedientes y desterrar a los que se atreven a opinar con libertad de criterio. Estilo K.

                Lo más novedoso que dijo Carrió en su pensada reaparición pública el lunes 20, no tuvo que ver con los K, Milani, el correo ni los jubilados. Lo principal fue marcar que los CEO debieran ser un “complemento” de la política. Es decir, los políticos al timón y los CEO de contramaestres. Luego marcó la falta de información de los radicales y de ella misma sobre algún proyecto que aterrizaba en el Congreso: “eso no puede pasar en un gobierno de coalición”. Pum. Hasta ahora, el macrismo negó que se tratara de un gobierno de coalición. Carrió lo puso en la mesa.

                Sabe de qué habla. Detecta que el momento es bueno. Los CEO evidencian su fragilidad –que ya parece sistémica– aún en las fáciles tareas de hacer cuentas o preparar acuerdos. Carrió, como buena experta en medios, quiere lograr protagonismo esta semana, justo cuando los radicales se están convocando.

Radicales: ¿un pasito para adelante?

                Muchas radicales opinan que Carrió está haciendo lo que la UCR debería: mantener vigencia pública, dar opiniones de apoyo pero también divergentes, marcar la cancha al gobierno y a la propia coalición, dar, en fin, mensajes propios a la sociedad.

                En la UCR conviven tribus diversas, como en el justicialismo. Con su especial gracejo, Perón los describía: “los hay combativos, los hay contemplativos”.

La semi-parálisis partidaria (hay pocas reuniones del Comité Nacional y son raras aún las de la Mesa chica) y, sobre todo, la escasez de posturas sobre temas esenciales desencadena protestas y llevó a la conducción a advertir la necesidad de un espacio de debate. Este viernes y el sábado los radicales se juntan en Villa Giardino.

 Emergió como una asamblea para discutir política y terminó con formato de seminario para escuchar. Lo más probable es que no sea una asamblea airada, pero tampoco un módico listado de expositores.

Los asistentes traen propuestas diversas, con mucho bagaje de comarca. Algunos se sienten más que cómodos con Macri, otros con Massa. Sus mochilas cargan pliegos diferentes: los gobernadores quieren obras y dinero, igual que los intendentes. Los que gobiernan, desean armar las listas sin internas, los opositores prefieren ir a las PASO. Los que militan en provincias peronistas, buscan más apoyo oficial para ellos y menos para los caudillos justicialistas. Los militantes de a pie, reclaman que su partido vuelva a los días del debate interno y que trasmita la posición del partido ante la economía, lo social, la política, lo internacional…

                Los radicales están acostumbrados a ser gobernantes u opositores. La coalición la conocen como fuerza mayoritaria, pero no desde la minoría. Se les nota descolocados. Sin embargo, la inmensa mayoría ya acepta que la alianza fue un acierto. Pero son numerosos los disconformes con el funcionamiento de la coalición y el papel de silencio subordinado que adjudican a la UCR.

Los más quejosos han convocado a una asamblea para el miércoles 22, antes de Giardino, en el mismísimo Comité Nacional.

Como sea, lo que más adeptos parece ganar es la idea de conservar la coalición pero redoblar la presencia propia. Y la creación de una Mesa Política para Cambiemos. Que sería la instrumentación fáctica de un liderazgo admitido (el de Macri) pero un espacio de consenso y debate para la toma de decisiones. Es decir, una verdadera coalición. Allí se debatirían los grandes temas y se seleccionarías los voceros mediáticos. Varios radicales con cargos públicos advirtieron la semana pasada que no piensan salir a defender decisiones tomadas sin su participación.

                Los macristas se defienden: hay reuniones todos los martes, dicen. Si los radicales no son informados, no es problema nuestro. Mita y mita. Es cierto que no todo lo conversado es trasmitido. Pero los martes no se discuten decisiones, se trasmiten las tomadas por el PRO.

                Los radicales no sólo objetan al trío Peña-Quintana-Lopetegui…

Frigerio y los radicales

El otro bloque en el que se respalda el presidente es más político: tiene que ver con el tándem Frigerio-Monzó. No son tecnócratas. Negocian, canjean, dan y consiguen. Manejan el presupuesto con la lógica Tomala vos, damela a mí.

Algunos radicales de peso piensan que Frigerio-Monzó pagan demasiado caro a gobernadores e intendentes peronistas. Que cumplen con el respeto a las provincias, pero mejoran la chance electoral de sus adversarios. ¿Por qué harían eso, duchos como son? Para empedrar el camino de un acuerdo estratégico con un sector peronista. En tal caso, Cambiemos perdería identidad pero ganaría en potencia de votos. Sería una nueva coalición mayoritaria, pero los radicales sospechan que la maniobra apunta a licuarlos, en la medida que sume más peronistas (digamos, media docena de provincias). Esto desdibujaría la imagen de renovación pero sería un enorme soporte. ¿Desde la vieja política? Jamás la vieja política robó legisladores o intendentes electos por otras fuerzas. Perón no lo hizo nunca después del comicio. Tampoco Menem. Fue un invento de los Kirchner, que  terminaron de destruir la ya debilitada confianza pública en el sistema de partidos.

                El fracaso de Cambiemos sería un golpe demoledor para la UCR. Pero muchos radicales saben que el éxito encierra otros riesgos: que Macri no suelte el bacará y que, aún reforzando Cambiemos, no haya ganancias sino sólo pérdidas para una UCR cada vez más débil ante el PRO.

                Los valores históricos del radicalismo –institucionalidad, tolerancia, decencia–, sin embargo, están en alza. Son considerados indispensables por casi todos los actores. Carrió es quien más se muestra para marcarlos (y por tanto, cosechar la adhesión de quienes quieren tales principios). Incluso Massa adula a Margarita Stolbizer para lograr los polvos mágicos que, como a los amigos de Peter Pan, le permitan remontar vuelo y dirigirse al esquivo País de Nunca Jamás. Curiosamente, los valores radicales insuflan votos a quienes dejaron el tronco partidario…

                Más allá de sus aliados –incluso con la propia actividad de sus aliados principales– el esquema interno del gobierno de Macri está en capilla. Antes por prejuicios o envidia, hoy por malos resultados. Habrá que ver qué pasa en marzo, esos días cruciales en que los estudiantes se juegan a suerte y verdad el año y su futuro. La mesa examinadora, en política, es el pueblo…

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