El Presidente se sentó frente al Congreso, escrutó a diestra y siniestra, pero no logró divisar el más mínimo vestigio de un refresco. Sus primeras palabras en el cargo, fuera de micrófono, ilustraban el panorama de escasez que signaría su gobierno: “Che, ¿ni acá hay agua? Agua, pongan agua”.
Unos minutos después leería el párrafo cuyo final quedó para la posteridad y que transcribo aquí al pie de la letra “Vamos a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia —toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales—, para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legi?timos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque, como dijimos muchas veces desde la tribuna poli?tica, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.
Treinta y cinco años después de aquel memorable discurso, la sensación térmica es que, si bien la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, no ha curado, no ha educado y tampoco ha contribuido a resolver el problema del hambre.
Sin embargo, el escrutinio de los números demuestra otra cosa.
Empecemos por donde las estadísticas son más claras. En materia de salud, según datos oficiales que publica el INDEC, la tasa de mortalidad infantil cayó desde 29,7 defunciones cada 1000 niños nacidos vivos en 1983 a 9,7 por 1000 en 2016, que es el último año con datos.
Pero, además, la mortalidad del resto de los grupos etarios también cayó y en algunos casos de manera muy significativa. En la población que tiene entre 1 y 4 años, se redujo un 73%, mientras que entre los niños de 5 a 14 años bajó un 53%. Como resultado de las mejoras en la salud, la esperanza de vida al nacer subió seis años, pasando de los 70,2 en 1983, a los 76,5 en el 2016.
Por supuesto, los promedios esconden siempre inequidades y esta no es la excepción. De acuerdo al ultimo censo, 14.314.882 argentinos no tenían cobertura de salud de ningún tipo en 2010, pero mientras que el porcentaje de personas que solo tenían al hospital público como recurso trepaba por arriba del 40% entre los menores de 30 años, era de solo el 4% en los mayores de 70. Lo que los números muestran, no obstante, es que con sus limitaciones, el sistema de salud cura y particularmente cura más en democracia; salva a más niños y nos da, en promedio, seis años más de vida.
Educación Que los grandes hitos de la educación argentina fueron plantados en democracia es algo que nadie disputa. La gesta de Sarmiento, que asumió con un analfabetismo del 78% y logró que para el censo de 1895 hubiera caído al 54%, fue continuada por la ley 1420, que es una de las instituciones responsables de que para 1947 solo el 13% de los habitantes del suelo argentino no supieran leer y escribir.
Entre tantos datos negativos sobre la calidad, que se reflejan en los resultados de las pruebas PISA, por ejemplo, muchos dudan sobre los avances de educación en estos 35 años. Sin embargo, las tasas de cobertura del sistema han crecido de manera sostenida en todos los niveles, pero de manera espectacular en el nivel superior.
De acuerdo a los datos de las encuestas de hogares que procesa la gente del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (CEDLAS), en 1980 sólo el 54% de los jóvenes en edad de estar en el secundario efectivamente iban al colegio, pero esa tasa de asistencia trepó al 62% para 1992.
En los 90 cambia la cobertura de los datos que releva el CEDLAS. Tomando ahora los 15 principales aglomerados de la Argentina, la tasa de escolarización secundaria crece del 64% en 1992 al 80% en 1998. Entre el 98 y el 2003 se mide este indicador en 28 centros urbanos y la asistencia sube del 78% al 85%. Por último, entre el 2003 y el 2017 vuelve a cambiar la metodología de medición del INDEC, pero de acuerdo a la nueva métrica la cantidad de jóvenes que estudian en el secundario crece del 76% al 91%.
En el sistema de educación superior sólo 16% de los que habían concluido la secundaria en el área metropolitana del Gran Buenos Aires seguían estudiando en 1980, pero para 1992 la tasa de cobertura habría trepado al 20% de la mano de la democratización de las universidades, que duplicaron su matricula durante el gobierno de Alfonsín. En los 90, consistente con la creación de nuevas universidades volvió a duplicarse la matricula y la tasa de cobertura en las 15 principales ciudades argentinas pasó del 22% al 27% de la población en edad de asistir a la facultad. El último gran salto se dio entre 1998 y el 2003. Lo sabemos porque según la medición de la nueva EPH del INDEC que procesó el CEDLAS, 35 de cada 100 jóvenes de entre 18 y 25 años asistían a alguna institución de educación superior para el 2003. En los últimos 15 años la tasa se estabilizó y las mediciones del primer semestre muestran una asistencia del 38%, mientras que las del segundo semestre acusan el abandono de ingresantes y arrojan solo 34% Lejos de la pobreza cero.
En materia de pobreza e indigencia es donde parece más difícil contestar la pregunta, primero porque recién se empezó a medir en 1988 y segundo porque se cambió mucho la metodología durante los últimos 30 años, agravándose el problema luego del 2007 con la manipulación del INDEC. El economista Agustín Arakaki, del CEPED, buscó resolver el primer y el segundo problema y construyó una nueva serie desde 1974 descubriendo que, si bien hubo picos de indigencia del 9% y del 16% en la híper de 1989 y en la crisis del 2002 respectivamente, en 2006 la economía tenía 5,79% de su población con necesidades alimentarias insatisfechas; un número muy similar al 5,19% de 1982, que es el último año de la dictadura con datos.
Leopoldo Tornarolli, del CEDLAS, hizo un trabajo similar para el período 2003-2018 confirmando que tanto la pobreza como la indigencia bajaron en Argentina desde 2006, lo que nos permite concluir que hay proporcionalmente menos gente pasando hambre que a comienzos de la democracia.
En resumen. Aunque hay muchas criticas posibles respecto de la calidad de los servicios educativos y la fragmentación social tanto en el acceso a la salud como al mercado de trabajo, los indicadores confirman que aquel discurso de asunción el 10 de diciembre de 1983 no estaba errado; con la democracia se come, se educa y se cura.
Publicado en Clarín el 16 de diciembre de 2018.
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