sábado 21 de diciembre de 2024
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Cien años de la Reforma Universitaria de 1918. La reflexión ausente

A lo largo de su historia, Argentina no fue un país carente de movimientos juveniles, universitarios, literarios o políticos, rodeados de movilización, vinculados con las elites sociales, formadores de carreras políticas, relacionados con América Latina y hasta con importantes cuotas de ambigüedad, romanticismo y polémica. Todo lo contrario. Pero, tal vez, una de las peculiaridades de la Reforma Universitaria de 1918 y sus protagonistas es haber sido un poco de todos ellos a la vez.
Sin embargo, debe admitirse que gran parte de su potencia y peculiaridad se explica también en que el movimiento reformista se originó en un cruce de caminos entre la democratización de la sociedad argentina que había comenzado entre 1912 y 1916, la influencia de la Revolución Rusa de 1917 y una revalorización del hispanismo que tomaba cuerpo en un vago anti imperialismo latinoamericanista. Esto último estaba vinculado con la creciente (y disruptiva) presencia de los Estados Unidos en el escenario mundial, sobre todo, luego de la guerra con España en 1898 y numerosas intervenciones en su “patio trasero” durante fines de siglo XIX y las dos primeras décadas del XX.
Posiblemente por todo esto, la reforma no haya sido un movimiento tan original como se lo promociona hoy en día, aunque hay un aspecto donde tuvo un peso indudable: la influencia en la organización universitaria de la época y el inicio de una tradición que se mantiene hasta hoy en día como el relato “oficial” de las universidades nacionales argentinas, sobre todo, en las fundadas hasta la década de los años sesenta del siglo XX.
Por eso el centenario de la Reforma universitaria no pasó desapercibido en los claustros. Las universidades más grandes y tradicionales del país desplegaron una activa política conmemorativa aunque repitiendo, una vez más, una mirada estática basada en los tópicos que se reiteran permanentemente sobre el tema: cogobierno, autonomía, extensión universitaria, gratuidad, ingreso irrestricto etc.
Esta versión simplificada (y un tanto anacrónica) de la conmemoración, finalmente “habla” de quienes la realizan y del presente de la institución más que del hecho histórico en sí mismo. Esto es entendible en el plano político partidario, por ejemplo, entre los sectores universitarios vinculados a la Unión Cívica Radical o al Partido Socialista, ya que para ellos la reforma universitaria es parte de un panteón de tradiciones fundacionales, de algún modo, asimilable a lo que ocurre con los peronistas y el 17 de octubre de 1945.
Como todo hecho histórico puesto a funcionar como legitimante de tradiciones políticas posteriores y aun activas, incluye una reconstrucción no apegada necesariamente a lo que ocurrió en el hecho conmemorado. Sobre todo porque debe lidiar con algo indiscutible: dos de los más importantes aspectos que se asocian al reformismo, la gratuidad y el ingreso irrestricto, no estaban en los programas de 1918 y fueron incorporaciones posteriores del peronismo, aunque recién se consolidaron definitivamente con la recuperación democrática de 1983 de la mano de Raúl Alfonsín.
A diferencia de la juvenilia partidista, las universidades tienen otra responsabilidad y muchas menos excusas para justificar el tono anticuado que le imprimieron a la conmemoración de las jornadas cordobesas de junio de 1918.
Los reformistas fueron también personas muy ligadas a su época, relacionadas intelectualmente con un mundo en cambio (ideológico y tecnológico) y pretendían que las instituciones académicas tomaran ese camino. Hubiera sido esperable entonces que, a la hora de recordarlos, las universidades mostraran algún gesto en esa dirección. Sin embargo no ha sido así, sobre todo porque esa mirada estancada sobre la reforma sigue siendo el mito legitimante del status quo que gobierna la mayoría de las universidades nacionales más importantes del país.
Esta conmemoración gris fue por ello, y más que nada, una auto-justificación, un reconocimiento a las condiciones políticas que permiten al grupo dominante mantenerse y reproducir su poder. Por eso una de las frases más repetidas es, posiblemente, una de las más desafortunadas: “la reforma sigue vigente”. Lo cierto es que pocas cosas siguen vigentes de cien años a esta parte, sobre todo, cuando hablamos de educación, ciencia, tecnología y universidades.
Un homenaje más justo y acorde hubiera sido poner en cuestión estos mitos discursivos que hoy suenan devaluados y redefinirlos (aunque sea intelectualmente) porque a esta altura conforman un corpus conservador. Corpus que podría asimilarse con aquella tradición oficial que enfrentaban entonces los reformistas y que constreñía cualquier posibilidad de creatividad y avance por fuera de lo formalmente previsto. La universidad siempre tiene la obligación de innovar, y desde ahí hubiera sido posible apelar a la vigencia reformista pero desde un reclamo modernizador y crítico hacia las propias estructuras universitarias.
Aunque suene a Perogrullo, no se puede ser reformista y a la vez no reformar nada.

Publcado en www.panorama.oie.org.ar el 17 de septiembre de 2018.

Link http://panorama.oei.org.ar/100-anos-de-la-reforma-universitaria-de-1918/

 

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