“Los espero en la bajadita”. Eso dijo Teodoro Petkoff, exguerrillero marxista venezolano que dimitió del MAS , partido que él mismo había fundado, cuando este proclamó su adhesión a la revolución bolivariana de Hugo Chaves. Decepcionado y arrepentido de la deriva autoritaria de la izquierda latinoamericana, terminó siendo un social demócrata convencido, apoyó al presidente Rafael Caldera, de cuyo gobierno formó parte, y sufrió la represión del régimen chavista. Un cuarto de siglo después de que este comenzara su pretendido ascenso, el final de la bajadita ya está aquí, aunque más bien parece el despeñadero de un abismo.
El programa bolivariano tuvo inicialmente algunos días de gloria, coincidiendo con el aumento del precio del petróleo y bajo la batuta de un autócrata como Chaves que, sin embargo, sabía que para que las cosas funcionen incluso los dictadores necesitan someterse a reglas. Su intento de golpe de estado le llevó a la cárcel, de la que fue indultado precisamente por Caldera.
Desde 1999, tras su primera victoria electoral, hasta su muerte en 2013 gobernó el país con mano de hierro, combinando una retórica populista con la ocupación de las instituciones y corrupción sin límites. Protegió a los capitalistas fieles a sus dictados (los famosos bolichicos) y persiguió con saña a los que no acataron sus normas, hasta expropiarles arbitrariamente.
A su muerte dejó el poder en herencia a Nicolás Maduro, un conductor de autobús sindicalista, que había trabajado como guardaespaldas y terminó siendo ministro y vicepresidente del propio Chaves. Bajo su mandato, Venezuela se ha convertido en un narco- estado protegido por sectores del mando militar; han desaparecido los últimos vestigios de institucionalidad; se ha destruido la economía; y la hambruna, la represión y la falta de horizontes han provocado un éxodo masivo: ocho millones de venezolanos se encuentran hoy desplazados de su país.
Las elecciones de julio han sido las terceras que Maduro reclama haber ganado, aunque ya parece evidente, incluso para sectores de la izquierda internacional, que su pretendida victoria no es solo un fabuloso fraude y un engaño, sino un atentado contra la vida y la seguridad de los ciudadanos.
Parece dispuesto a emprender la guerra civil con la que amenaza. Pero junto a la protesta masiva del pueblo, el tirano se enfrenta a una complicada situación internacional que alimenta los deseos de los Estados Unidos de buscar una solución negociada a fin de restaurar la democracia en el país, o al menos implantar una cierta estabilidad.
El levantamiento por Washington de parte de las sanciones que afectaban a la exportación de petróleo, además de contribuir a llenar las arcas de Chevron, vino acompañado de medidas de gracia del gobierno Biden e intercambios de prisioneros con el venezolano. En Octubre de 2022 dos sobrinos de la mujer de Maduro condenados en Estados Unidos por narcotráfico fueron canjeados por prisioneros americanos en poder del gobierno de Caracas.
Un año después Alex Saab, testaferro y amigo íntimo del tirano, involucrado en un inmenso escándalo de corrupción, fue también liberado a cambio de varios norteamericanos detenidos en Venezuela y la excarcelación de veinte presos políticos.
Ambas medidas causaron frustración en sectores de la oposición democrática, pues parecían anunciar un blanqueamiento del gobierno de Maduro, apoyado todavía hoy por Cuba, Irán y Rusia y deudor de miles de millones a China. Tras la invasión de Ucrania, la emergencia de Beijing como superpotencia y el empeoramiento de la crisis en Oriente Medio, amén las urgencias norteamericanas para mejorar su influencia en América Latina y su seguridad en Centro américa y el Caribe, justificaron ese giro. Un buen amigo, con larga experiencia en el Departamento de Estado, me explicó los motivos del cambio: en política exterior en ocasiones cuentan los valores, pero normalmente deciden los intereses.
Rusia e Irán se convirtieron hace mucho tiempo en socios y valedores de Maduro, amenazando así a Washington en su propia retaguardia. En este marco las conversaciones multilaterales mantenidas en Barbados y otros lugares, a instancia de Estados Unidos pero también ayudadas por regímenes de la izquierda latinoamericana, hicieron posible la reciente convocatoria electoral que ha dado el triunfo a la oposición. Parecía el primer paso de un proceso de diálogo que propiciaría una transición política en Venezuela.
Quizás los elementos del régimen calculaban que el resultado de las urnas podría ser lo suficientemente ajustado para manipular o fingir una victoria que les permitiera todavía durante un tiempo mantenerse en el poder, y tratar de encabezar o dirigir el proceso. Algunos estrategas y estudiosos sugieren que la Transición española tras la muerte del general Franco ofrece ejemplos a imitar en determinados países de la región con heridas aún no curadas fruto de violentos enfrentamientos civiles.
El problema en el caso venezolano era y sigue siendo qué hacer con Maduro. Su presencia al frente del sistema hacía previsible, como ha podido comprobarse, la imposibilidad del intento.
Surge no obstante una motivación añadida para que naciones gobernadas por la izquierda insistan en demandar transparencia a Maduro y procurar una salida negociada. De los ocho millones de exiliados más de la mitad están en países vecinos, a comenzar por Colombia donde son cuando menos dos millones; pero incluso en parajes remotos como Perú y Chile sobrepasan en suma el millón. Esa diáspora despreciada por el gobierno de su país, necesitada de ayuda y condenada a luchar por la subsistencia antes que por su futuro, supone un problema añadido para los regímenes de acogida, sea cual sea su perfil ideológico. Y es un acicate más a la ya extrema polarización política que están viviendo.
En cuanto a España, la influencia de sus gobiernos en el área durante los últimos veinte años ha sido muy débil cuando no inexistente, al margen el color político de sus protagonistas. Por fortuna, amén de los estrechos lazos históricos y familiares, la presencia española se ha mantenido y crecido gracias a las empresas a uno y otro lado del atlántico, a la cooperación entre las Universidades y a la comunidad cultural, en la que sobresale el trabajo silencioso y persistente de las Academias de la lengua española. El castellano, idioma materno de cerca de seiscientos millones de habitantes, es también el más unificado del mundo.
Al comienzo de la Transición, el PSOE recibió un apoyo especial del gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez. Felipe González ha sido fiel a la amistad entre ambos países y apoyado siempre a la oposición democrática. Pero como él mismo dijo, el PSOE de hoy no es lo que era cuando protagonizó, junto con el resto de las fuerzas políticas, la recuperación de la democracia y la promulgación de la Constitución de 1978.
Pedro Sánchez se ha mostrado más que esquivo a la hora de proclamar vencedor al líder opositor Edmundo González, cosa que no ha hecho todavía a la hora que esto escribo. Ahora presume de parlamentar en la sombra con los actores en conflicto, mientras el ex presidente Rodríguez Zapatero, amigo y cómplice de Maduro, a quien le ha rendido importantes servicios, guarda ominoso silencio so pretexto de estar favoreciendo una mediación.
Desde Wahington nos llegan no sé si rumores o noticias de que se sigue negociando, prioritariamente con el Ejército y su jefe, el general Padrino, para intentar esa transición pacífica que la oposición reclama y ofrece a un tiempo. Pero el problema sigue siendo el mismo: con Maduro al frente no es fácil encontrar una solución, y sin él son demasiados sus socios que temen se hagan públicos los archivos de la indignidad en que han participado. Si eso sucede, acabarán despeñándose por la bajadita, definitivamente convertida en abismo.
Publicado en Clarín el 18 de agosto de 2024.
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