El sistema mundial ha experimentado en treinta años situaciones de “estrés” de distinta naturaleza, pero con efectos perdurables sobre el sistema internacional.
En 1989, la caída del muro de Berlín, un fenómeno esencialmente geopolítico que puso fin a la Guerra Fría, dejó además evidentes consecuencias económico, sociales y culturales. En aquella oportunidad, más que un desafío a un Orden Mundial vigente, vivimos –tal como después de la segunda Guerra Mundial-, el nacimiento de un nuevo Orden, el paso del esquema bipolar al unipolar, caracterizado por la globalización en términos económicos y la democratización en materia estrictamente política.
Doce años después, el atentado a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, representó un quiebre en la arena internacional, el mundo occidental triunfante de 1989 fue desafiado por instancias regionales, paraestatales y con una potente carga religiosa y cultural, muchas de ellas otrora soporte territorial de la estrategia occidental durante la Guerra Fría.
En 2008-2009 la “Crisis de las hipotecas subprime” supuso un desafío de índole financiero para el orden mundial de pos Guerra Fría. En aquella oportunidad, la materialización de los conceptos de liberalización, privatización y principalmente desregulación, expusieron con crudeza a Estados carentes de capacidad de respuesta ante un sistema que en materia económica y financiera, excedía los límites conceptuales y materiales del Estado Nación.
El Covid-19 representa el tercer desafío para el Orden Mundial de 1989. Tal vez el más profundo y complejo para el sistema internacional.
Luego del hito estratégico marcado por el atentado a las Torres Gemelas y simbolizado por la exposición a escala internacional de grupos de poder militar significativo exentos al marco de los Estados (Al Qaeda en aquel entonces, ISIS más cerca en el tiempo), y del crack financiero de 2009, que crudamente reflejó que los protagonistas del esquema financiero exceden largamente –también en este aspecto- a los Estados, en la actualidad es la vía sanitaria la que expone al Orden de post Guerra Fría.
No obstante, hay diferencias sustanciales entre aquellos eventos y el que transitamos hoy.
El primero, es que el sistema de Naciones Unidas –el marco institucional global existente- creado luego de la Segunda Guerra Mundial hoy se revela desarticulado. Los primeros años 2000, marcados en el ámbito de Naciones Unidas por la invasión de Estados Unidos a Irak a pesar de la decisión en contrario del Consejo de Seguridad del organismo multilateral, habían mostrado la impotencia de este último; el virus, refleja además su inoperatividad, nada de lo que se decide, siquiera se tramita en su seno. La foto del momento hoy no es la de un debate en Naciones Unidas, sino la de exposiciones presidenciales.
El segundo, que este hito de naturaleza sanitaria y científica, emerge en un contexto de modificación sustancial de la naturaleza de los liderazgos mundiales. Donde en 1989 estaba George Bush y en 2009 hacía lo propio Barack Obama, hoy está Donald Trump; Donde en 1989 estaba Margaret Tatcher y en 2009 comandaba Gordon Brown, hoy está Boris Johnson; el mundo tiene hoy líderes de corte nacionalista y enfoque estrictamente local, alejados de una visión global, cultores del aislacionismo político, el proteccionismo económico y el descreimiento respecto a un sistema institucional multilateral. La situación de bloqueo que sufre la Organización Mundial del Comercio, la caída en desgracia del Pacto nuclear que comprometía a Irán y el freno a la inercia participativa que expresaba el Acuerdo de París contra el cambio climático, son muestras de época.
En el mapa de poder, China. En plena pandemia, no serán el poder militar, comercial o financiero, sino la esfera sanitaria la que le otorgue al gigante asiático su lugar. Es tal vez el más estable de los grandes protagonistas, pero también uno de los más imprevisibles.
La combinación de un sistema internacional desgastado y agotado, carente de herramientas que condicionen al menos desde lo conceptual a los líderes de los países centrales, sumado al predominio de liderazgos locales con desprecio por la globalidad, configura a mediano plazo un escenario tan o más preocupante que la realidad sanitaria.
El Covid 19 está carcomiendo a velocidad crucero los sedimentos del Orden Mundial.
Hay quienes consideran que de esta crisis volverán con fuerza de los Estados Nación. Si así fuera, iremos hacia un mundo significativamente más inestable, imprevisible y violento.
Los tres hitos del orden de post Guerra Fría -el terrorismo, la crisis financiera y la pandemia del coronavirus-, tienen en común su carácter global, el Estado Nación no es respuesta suficiente, un ámbito multilateral con reglas compartidas, instancias efectivas y liderazgos modernos, se impone.
La historia no se repite, pero nos ofrece ejemplos que deberían ser experiencia.
Los sucesos de 1920, debe estar sobre los escritorios de los decisores de 2020. La virulencia de los nacionalismos, la emergencia del fascismo y el corolario de la Segunda Guerra Mundial se explican por la desafortunada gestión del escenario posterior a la Gran Guerra. Esta vez, podría ser más grave aún, vivimos interconectados, la globalización es un hecho, los desafíos ambientales, financieros y sociales nos trascienden, si en este escenario la política mundial renuncia a gestionar lo global, el virus dejará un daño político y social aún más gravoso que el desastre sanitario.