Todos sabemos que el comienzo de clases depende más de una decisión de orden sanitario que educativo. Las autoridades nacionales, atadas a la rigurosidad de los protocolos por actividades, comienzan a mirar el camino recorrido de otros países, para tener mayor claridad sobre los desafíos que vendrán, así como también, evaluar opciones de cómo diseñar el regreso a la presencialidad. De hecho, el Consejo Federal de Educación ya está esbozando algunas propuestas según lo que ha trascendido en los medios de comunicación. En términos generales, se habla de reactivación por regiones empezando por aquellas que tengan una menor cantidad de casos positivos de Coronavirus. Reactivación en zonas rurales donde los estudiantes son menos y casi no hay circulación del virus, así como también, priorizar el regreso de los que estén cursando el último año de los niveles primario y secundario. Se evalúa también establecer un sistema de turnos para el cursado presencial en el que los estudiantes asistan a la escuela algunos días de la semana y con recreos por turnos para evitar concurrencias en simultáneo, aglomeraciones y contacto entre los estudiantes. Parecería ser que la progresividad del retorno a las aulas preservando las condiciones sanitarias generales, es el denominador común en la gran mayoría de los países.
Sin embargo, esta idea de progresividad puede ser tremendamente injusta si se planifica sobre un supuesto de homogeneidad y despojada de los problemas estructurales de nuestro sistema educativo: los mismos estudiantes que antes de la pandemia se enfrentaban a los mayores obstáculos para sostener sus trayectorias educativas, en este nuevo contexto, agravaron su situación al no contar con las condiciones mínimas para aprovechar las propuestas de educación a distancia.
Nuestro sistema educativo presenta importantes inequidades estructurales que impactan en las posibilidades reales de acceso a una educación inclusiva y de calidad de muchos niños, niñas y jóvenes. Y que en esta cuarentena se han visibilizado como nunca antes.
La suspensión de clases presenciales y los diversos intentos de dar continuidad al vínculo pedagógico desde la virtualidad dejaron al descubierto que la interrupción abrupta de la relación presencial entre docentes y estudiantes sin dudas afecta a todos. Pero no a todos por igual. La escasa conectividad a Internet de muchos hogares, la poca o nula disponibilidad de dispositivos tecnológicos como únicos recursos para aprender, un espacio físico adecuado para sentarse a hacer la tarea, ni hablar del acompañamiento y apoyo de un adulto en la tarea educativa, son algunos aspectos que agravaron aún más la situación muchos chicos y chicas.
Por ello, si el retorno a la presencialidad en el aula es algo necesario, para algunos se vuelve imprescindible. Por supuesto que es importante que todos vuelvan a clases y lo antes posible, pero en el caso de los niños de hogares pobres ésto además de importante, es urgente.
Diseñar una estrategia de retorno a las aulas centrada en la atención prioritaria de estudiantes con mayores dificultades para sostener sus trayectorias educativas, puede ser -además de justo- una forma de aprovechar la oportunidad para implementar acciones integrales que superen inequidades de origen y restauren derechos vulnerados.
Con estas prioridades, es posible pensar la progresividad con esquemas de asistencia a clases por turnos, extensión de la jornada escolar para recuperar el tiempo educativo perdido, clases los días sábados y feriados, o extender unos días el calendario escolar. Por otro lado, si miramos este nuevo comienzo como una oportunidad, podemos pensar en la implementación en todos los establecimientos educativos de servicios de conectividad de banda ancha a Internet con equipamiento tecnológico adecuado, para avanzar en sistemas mixtos en el que se combinan propuestas presenciales y virtuales como prácticas permanentes.
Más allá de los esquemas, es importante tener en claro que la estrategia de retorno a clases va a tener que contemplar necesariamente no sólo una reconfiguración del calendario, sino también de objetivos y sentidos porque la escuela a la que los estudiantes regresarán no será la misma. Y ellos tampoco. La “nueva normalidad” de la que tanto se habla en estos días, debe implicar en materia educativa un complejo trabajo previo de preparación desde una mirada profundamente humanizadora, que ponga a la persona como centro y que considere la importancia de los procesos en la construcción de los aprendizajes; y no sólo tiempos y contenidos. En este sentido, será necesario generar condiciones para ofrecer a los estudiantes contención, apoyo emocional, espacios para compartir la experiencia vivida y la que vivirán, producto del impacto que tendrá esta pandemia en sus vidas.
Por último, es importante pensar entre todos nuevas opciones para el regreso de los chicos a las escuelas. Y es imprescindible llevar todos los aportes a un profundo debate donde encontremos no se si el mejor camino, pero sí uno posible, que los chicos puedan transitar sin dificultades.
Publicado en El Litoral el 14 de mayo de 2020.
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