jueves 27 de marzo de 2025
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Vergüenza ajena, dolor propio: Trump y el poder mundial

No hay quien no se haya sentido herido, de una manera u la otra, al escuchar los propósitos del nuevo presidente de los Estados Unidos en temas internacionales. Herido por un lado y, por el otro, sorprendido por un manejo del poder tan diferente de lo que estamos acostumbrado a ver y, más importante aún, de lo que pensamos que tendría que ser.

Para comenzar, el declarado intento de “hacer América grande otra vez” es algo que choca con su pretendida intención de actuar como líder mundial. Un líder mundial, como el adjetivo enseña, tiene que cuidar al mundo entero y parece demasiado confiado pensar que, por un mecanismo milagroso de consustanciación, el interés nacional de Estados Unidos, tal cual Trump lo expresa cada día con cierta porfía errática, se transforme en interés global.

Hay algo más serio, todavía. Porque nosotros los humanos, sin frecuentar ninguna facultad de filosofía, tenemos, como nos recuerda el epitafio de la tumba de Kant, “[…] el cielo estrellado sobre nosotros y la ley moral adentro”. Es decir, la ley moral es un elemento natural de lo humano, aunque a alguien le resulte más fácil ubicarla y a otros menos, escondida como está bajo capas de maldades recibidas y infligidas.

Seguro es ella la responsable de muchas de las mejoras que han vivido nuestras sociedades, especialmente aquellas a favor de los más débiles –débiles no sólo por su condición existencial individual (los niños, los ancianos, los discapacitados, las minorías…) sino por su condición por así decirlo estructural (los obreros respecto a los dueños de las fábricas, las mujeres respecto a los maridos, los campesinos respecto a los ciudadanos, etc).

Son estos avances los que nos hacen salir más contentos de casa, confiados que no tenemos que esquivar el cuerpo de un pobre durmiendo en la calle, o la confidencia de una mujer golpeada o de una anciano sin hogar. Son estos los retos que hacen a nuestras sociedades más seguras para todos.

¿Qué quiere decir, frente a eso, tener una pickup más grande que la de los demás? Para Trump quiere decir todo. Y, lamentablemente, no es un ciudadano cualquiera, sino que fue votado como presidente de Estados Unidos, una gran potencia, y se autoproclama líder del mundo. ¿Lo es de verdad?

Para tener la calidad de un “poder mundial” no es suficiente ser el más fuerte (tener lo que los clásicos llamaban Potestas), sino sirve tener autoridad (Auctoritas). O sea, me podés pegar encima con un mazazo o negándome unos pesos para vivir, o amenazándome con las dos cosas, pero haciendo así, “ venceréis pero no convenceréis”, como habría dicho famosamente Miguel de Unamuno al militar fundador de la Legión española que apoyó la cruzada anti republicana del general Franco.

No es un detalle menor, ya que la Auctoritas, o sea cierta calidad moral, un supremo magisterio que le reconocemos a quien manda, sirve para estabilizarlo en el poder, para que no tenga que reincidir cada día con el tema del mazazo o del chantaje económico, que es un modo muy desgastante para seguir adelante.

No sólo torna siervos a las personas o a los estados que lo rodean –y nadie se lo va a perdonar, salvo los rufianes que traten de sacarle a eso una merced personal- sino que deja al amo aislado en su pickup poderosa, estacionada al borde de un descampado de harapientos.

Los romanos, que ciertamente no abundaban en filósofos, pero eran sensatos, reconocían a los adultos y al Senado que los reunía la Auctoritas necesaria para estabilizar su gobierno. En los siglos siguientes, se otorgó a las religiones este plus moral, que les brindaba una inapelable legitimidad a los soberanos, a raíz del terror reverencial que producían. La modernidad hizo que nos quedáramos huérfanos de estos mecanismos, pero la cuestión subsistió, más candente aún en la arena internacional, donde no pudieron desarrollarse los dispositivos formales (elecciones y otros) que ayudaran a los líderes a legitimar su posición.

Trump, que pasó su vida en los negocios, trata de importar de ellos una nueva forma de poder, que los periodistas definen “transaccional”; es lo que usan los líderes de empresa para influir en la conducta de sus empleados o competidores, coartarlos y perseguir sus propios objetivos por el medio de recompensas y penalidades.

No me resulta fácil ver eso como un nuevo tipo de poder, sino más bien como un mix entre dos visiones retrógradas, basadas en falsos presupuestos sobre la naturaleza humana: el primero, de índole económica, es que nuestras vidas y sociabilidad se puedan reducir a transacciones utilitarias (commodification of life), el segundo, de carácter psicológico, considera que las personas son meros elementos pasivos que se conducen, tal cual los conejillos de india, sobre la base de estímulos externos. Se trata, en fin, de desconocerles a las personas (así como a los pueblos y gobiernos) su más íntima calidad moral y, con ello, entorpecer su capacidad de mirar al cielo, a favor de un más raso amor al lodo.

Puede ser que Trump se quede con algún negocio más y muchos migrantes menos, pero habrá contribuido al descalabro de una sociedad internacional más justa, el único antídoto real a la violencia. Un legado que hará del mundo un lugar más proclive al actuar de los matones. ¡Qué dolor para nosotros y qué vergüenza para él!

Publicado en Clarín el 10 de marzo de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/verguenza-ajena-dolor-propio-trump-poder-mundial_0_WeAPtUOQeC.html

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