jueves 26 de diciembre de 2024
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Una salida para el conflicto venezolano

Es evidente que el gobierno de Nicolás Maduro ha intentado perpetrar un golpe de Estado a la inversa, despojando del poder previamente al candidato elegido Edmundo González, pero se equivocan quienes piensan que Maduro lo hace defendiendo apenas un proyecto personal o de grupo.

Equivocadamente Maduro y su círculo lo hacen porque creen que tienen el deber, frente a la memoria de Chávez, de salvar el proyecto de la revolución bolivariana, que mientras vivió Chávez fue una esperanza para Venezuela e incluso para la América Latina. Nadie encontrará una solución pacífica para Venezuela sin tener en cuenta ese precedente.

Lo que ya deberían estar haciendo Edmundo González y María Corina Machado es ofrecerles a Maduro y a Jorge Rodríguez, como voceros de la revolución bolivariana, no solo garantías mínimas para su equipo de gobierno, y las amnistías necesarias, sino sobre todo el respeto por algunos proyectos que han sido los nervios sensibles del proceso bolivariano: una política nacionalista en el manejo de las reservas petroleras; la profundización del proyecto formulado hace tanto tiempo por Uslar Pietri, y sostenido por Chávez, de “sembrar el petróleo”; la continuidad de los programas de asistencia social, al menos mientras se los transforma en programas de ingreso laboral, estimulando una ética del trabajo que hasta hace poco todos los gobiernos descuidaron; y garantías para que el chavismo, que con el cambio de gobierno tendrá que irse a la oposición, pueda cumplir la tarea que la oposición cumple en todos los gobiernos.

Hasta ahora todos los planes de transición formulados por los gobiernos vecinos, para no hablar de los odiosos llamados a una intervención militar, han cometido el error de ofrecerle una salida a Maduro, y no al chavismo como proyecto histórico que muchos apoyamos en otro tiempo con sinceridad pero con respeto por su legitimidad democrática.

Ya en tiempos de Chávez la oposición se negó a reconocer no solo las virtudes de ese proyecto a favor del pueblo venezolano, tan descuidado por las élites petroleras, sino su carácter democrático ratificado en numerosas elecciones, y eso llevó a los maduristas a una actitud cada vez más hostil y arbitraria.

Y tal vez uno de los puntos más sensibles de la negociación será entender el decidido apoyo de Maduro al gobierno cubano, que no es solo una posición suya sino también del gobierno y del pueblo de México. Por muchas razones, aunque también en Cuba es necesaria una transición, a la que deben llegar los propios cubanos sin presión extranjera, Cuba representa para América Latina mucho más que una dictadura: una resistencia frente al injerencismo militar de los Estados Unidos, un denodado ejercicio de independencia, y el modelo de convivencia social interna mejor logrado del continente, a pesar de las dolorosas fracturas familiares y del aún más doloroso bloqueo imperial.

Pero lo cierto es que la integración de Cuba a un nuevo horizonte latinoamericano no dependerá de Venezuela sino de que Kamala Harris cumpla por fin lo que no ha hecho Biden, la continuación de la política visionaria de Barack Obama, quien comprendió que Cuba solo bajará sus murallas cuando el imperio respete su dignidad y su autonomía.

Yo estoy convencido de que el final del bloqueo, sin condiciones, no solo dejará a Rusia lejos, sino que acercará a Cuba a los Estados Unidos y a la economía de mercado de un modo irreversible, permitiéndole a la vez conservar en la educación, en la salud, en la convivencia, lo más respetable del proyecto revolucionario.

La promesa de que el plan de Barack Obama para Cuba se cumplirá por fin, y de que un proyecto político del chavismo democrático será respetado, puede lograr, mucho mejor que cualquier amenaza de invasión, que Maduro y sus aliados abandonen el plan de usurpación que hoy están intentando desesperadamente. A Maduro lo ata una promesa con Chávez, y primero se pegaría un tiro ante la tumba de su líder antes que aceptar que el chavismo se deshizo entre sus manos.

La promesa de los demócratas de cumplir con el plan de Obama con Cuba podría ser un argumento decisivo para que Maduro deje el gobierno, sintiendo que también ha cumplido con sus aliados cubanos; y a su vez la salida de Maduro, con su enorme efecto continental y mundial, podría ser un hecho decisivo en la campaña presidencial norteamericana, porque el que logre la transición en Venezuela sin duda ganará las elecciones.

De modo que la salida digna no es para Maduro: no hay que tratarlo como a un salteador al que se le permite un exilio dorado, y menos en un mundo donde ningún exilio es seguro y donde las promesas que nacen en el corazón se mueren en los labios. Denle al chavismo la certeza de que su proyecto seguirá siendo una opción siempre que respete la democracia, y que este intento de golpe de Estado preventivo será amnistiado si se acogen hoy al veredicto de las urnas, y estoy seguro de que Maduro y su equipo por lo menos lo van a pensar, y no caerán en la tentación catastrófica de llevar a Venezuela a una guerra civil que el propio Chávez deploraría.

Me atrevo a formular esta propuesta porque creí en su tiempo en la sinceridad y la justificación del proyecto chavista, y porque dije a tiempo que el deber del chavismo era respetar esa democracia indudable que les permitió llegar al poder. Pero también porque sé que Venezuela, aun en su mayor polarización, es un país amante de la paz, y que ni siquiera en este cuarto de siglo de hondos desacuerdos ha producido un baño de sangre comparable a los que ha producido la ambigua democracia colombiana. Nos darían un nuevo ejemplo de convivencia y de civilización.

Publicado en El Espectador el 18 de agosto de 2024.

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