lunes 23 de junio de 2025
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La política portátil

Como en el ámbito futbolero, la política tiene su propio libro de pases sólo que, a diferencia de las artes de la pelota que no se mancha, las transferencias en el mundo de las lides de gobernar carecen de normas de funcionamientos.  Y, si las tienen, permanecen fieles a las consignas de tiempos virreinales: “se acatan, pero no se cumplen”.

El libro de pases de la política está abierto permanentemente y no requiere de avisos previos ni de condicionamiento alguno. Solemos ver sin ponernos colorados y sin que se pongan colorados ellos mismos, a dirigentes que fueron electos por un Partido y terminan ejerciendo sus cargos electivos por otro, a militantes que trabajan para un sector pero que también pueden hacerlo para otro, a fiscales que fiscalizan de acuerdo al tarifario de cada elección, a candidatos de un distrito que también pueden serlo de otro, se expanden sin obstáculos y sin recibir sanciones por parte de la ciudadanía y, mucho menos de los electores. Todo ágil, liviano, desprendido de referencias atávicas, ajeno cualquier institucionalidad, con un bagaje discursivo que cabe en un maletín, todo portátil.

En su clásica Historia abreviada de la literatura portátil Enrique Vila-Matas, señala que dos de los requisitos para pertenecer al club selecto de los escribas ambulantes son:  que su literatura no fuese pesada y que cultive el arte de la insolencia. Los portátiles de la política son habilidosos declarantes y entusiastas provocadores.

La dirigencia portátil alimenta la fragmentación de la representación política. Y esto es un problema que tiene al menos tres dimensiones: mortifica la gobernabilidad, quita previsibilidad por obstaculizar la posibilidad de llegar a diagnósticos y acuerdos comunes, y conspira contra el desarrollo sustentable. La fragmentación no se resuelve con mayor fragmentación. ¿Los portátiles son una causa o una consecuencia del divisionismo? Difícil saberlo, es un tema para el debate, pero lo que sí está claro es que son causa y consecuencia de una concepción política más vinculada a empresas individuales que a la resolución de los problemas del bienestar general. Son barriletes sin cola.

Los portátiles, despojados de compromisos con otros actores, piensan la representación política como una relación directa y sin intermediarios, con bastante desapego por instituciones, programas y plataformas.

Por eso mismo los portátiles tienen debilidad por los liderazgos fuertes y providenciales, no importa cuán efímeros o duraderos sean porque de lo que se trata es de aprovechar el momento, por ello su obra suele ser ingrávida. Hay una relación directa entre la magnitud de los sueños de los portátiles y su ingravidez. Cuanto más desmesurados son sus aspiraciones de convertirse en conductores providenciales más ingrávidos son sus frutos.

En general los portátiles no son gatopardistas, es decir no pretenden que algo cambie para que nada cambie, sino que, más bien, intentan el cambio de su situación relativa en las estructuras de toma de decisiones o de poder. Pero logran que todo siga igual.

Hay portátiles transitorios que devienen en no portátiles, ya que no todos son nómades infatigables, y en tanto no portátiles ocupan, finalmente, un lugar de referencia en la arena política.

Están también los portátiles absolutos, aquellos que sueñan decidir todo solos. Son los menos, ya que los portátiles suelen ser personas con uso de la razón.

Los portátiles suelen ser conversadores de ocasión, bifurcan sus ideas en función de la privacidad o multitud del auditorio.

La ornamentación suele ser muy importante en la vida de los portátiles y, aunque no son originales de estos tiempos, sí han proliferado más que nunca. No hay lugar en la vida de los portátiles para el ridículo involuntario y para la navegación en aguas profundas. Son más de la superficie.

David Lynch escribió: “Las ideas son como los peces. Si quieres pescar pececitos, puedes permanecer en aguas poco profundas, pero si quieres pescar un gran pez dorado tienes que adentrarte en aguas más profundas, en las profundidades los peces son más poderosos, puros y bellos”.

Puede argumentarse que en escenarios confusos y en teatros en declinación, cada personaje procura atender su propia subsistencia siguiendo sus instintos, y es cierto, pero de lo que se trata en política es de seguir el interés común.

Así los portátiles no se detienen en sus travesías y muchos de ellos carecen también de la ética a la que se ajustan los jugadores de fútbol quienes acostumbran a no festejar los goles que se convierten contra un equipo en donde haya jugado anteriormente. Es un gesto que podría bien definirse hasta caballeresco en estos tiempos de redes agitadas. En cambio, los portátiles de la política no tienen ningún reparo en subirse al podio de las victorias electorales contra sus anteriores partidos. Y no es que el mundo de los once contra once sea muy ético que digamos.

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