Asistimos a un recambio en la cabeza del Poder Ejecutivo, al margen del marco constitucional. Una muestra más de la capacidad de amañar las instituciones a la medida de las ambiciones de quienes mandan.
En nuestro sistema presidencialista, los ministros son fusibles del presidente. Sin embargo, este no es el caso, se trata de un primus interpares que no ha sido elegido por el Parlamento, como ocurre en los sistemas parlamentarios.
Viene a ordenar la administración, cuando el jefe de la administración en nuestro sistema presidencialista es el Presidente. Viene entonces a poner fin al desorden administrativo y también político de Alberto Fernández y no duda en proclamarlo en su asunción del cargo ¿Por qué no festejar la asunción de un nuevo gobierno avalado por quien mueve los hilos detrás del telón?
Alberto Fernández fue el elegido, pero no supo conducir el timón del Estado y navegó a la deriva durante más de la mitad de su mandato. Ya no sirve argumentar que fue Macri, la pandemia y ahora la guerra de Putin.
Se espera que Sergio Massa logre lo que ni el demorado Guzmán ni la breve Batakis pudieron lograr: reponer las reservas, reducir el déficit fiscal y estabilizar la economía sin que esos objetivos conspiren con el mantenimiento de la paz social. Esta vez, la crisis le estalló a un gobierno peronista que tendrá que llevar a cabo un ajuste sin poner en riesgo la paz social.
En 1955 y en 1976 los golpes militares abortaron ese desafío. Hoy no hay otra salida que intentar una suerte de cuadratura del círculo en una sociedad desmoralizada, con la mitad de la población en la pobreza, la inflación disparada y el Estado quebrado. Una sociedad que desconfía de toda la clase política y de las pirotecnias de quienes están al mando. Una sociedad en la que la fatiga y la incertidumbre son vivencias colectivas. Una sociedad de escandalosos privilegios para los poderosos.
Sergio Massa tiene que emprender la tarea en medio del juicio a la vicepresidenta en la causa Vialidad. Una causa en la que la acumulación de pruebas desmiente las argucias del lawfare o de la proscripción política.
La capacidad de renovarse del peronismo ha sido la clave de su perdurabilidad. Desde su óptica, la alternancia es un traspié a superar ya que no dudan en afirmar que son la mayoría nacional, con o sin votos, y lo son, porque encarnan al pueblo.
Divididos naufragan, como les enseñó el 2015, juntos y dispuestos a hacer lo que sea necesario para conservar el poder, triunfan. Con ese ánimo, los gobernadores y las corporaciones de siempre, protegidas por el poder político, cerraron filas para restaurar la autoridad presidencial perdida y llegar al final del mandato como alternativa competitiva.
La capacidad de captación de aliados e incluso de quienes parecían enemigos irreconciliables, conocida como “transformismo”, sigue siendo el rasgo distintivo del peronismo. Cristina Kirchner, como Néstor Kirchner y Carlos Menem supieron tejer la trama de apoyos tanto a través del trueque de favores e intereses, como a través de narrativas: la modernización de Menem que nos llevaría al Japón en una hora de vuelo supersónico y la defensa de los derechos humanos en una nación con todos incluidos en los beneficios del progreso, construida por el matrimonio presidencial.
Los tres ex presidentes supieron proyectar la imagen de la nación con un futuro posible y renovar la esperanza. El futuro prometido no llegó y las mejoras pronto se volatilizaron.
Los fracasos del peronismo y de la alternancia con Cambiemos, alimentaron el pesimismo generalizado. Acaso la llegada de Massa podrá reeditar esa habilidad de transformarse que le dio tan larga vida al peronismo. Acaso podrá esta remake a la que echa mano la vicepresidente y gran electora, surfear las olas y llegar a buen puerto en diciembre de 2023.
Sergio Massa resultó ser el indicado por su experiencia política, sus conexiones con el mundo de los negocios local e internacional, su reconocida capacidad de diálogo y su flexibilidad que lo dispone a hacer lo que sea necesario sin temor a contradecirse.
Su margen de maniobra se ve acotado, no sólo por las restricciones que le impone la crisis de la economía y el humor social, sino por el formidable poder de veto de Cristina Kirchner y por los obstáculos que pueda poner en el camino el propio presidente Fernández. Los triunviratos en el poder tienen mala fortuna.
Se trataría de llegar a las elecciones de 2023 sin resignarse a una alternancia y atravesar, con ese fin, una carrera de obstáculos con políticas de parches, sin ninguna reforma de fondo y con el sostén de las corporaciones amigas. Entonces, quienes lleguen al poder tendrán de nuevo la herencia que nos condena a los corsi e ricorsi entre ilusiones y desencantos.
Otra manera de procrastinar con mayor eficiencia y tirando hacia adelante los problemas estructurales que arrastramos por décadas. Y esta vez, otro enemigo reconciliado con Cristina Kirchner comparte esta tramoya y se dispone a una operación transformista que otorgue al peronismo un nuevo pasaporte a la perdurabilidad.
Publicado en Clarín el 11 de agosto de 2022.
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