lunes 14 de octubre de 2024
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Una nueva oportunidad para pensar nuestra relación con Asia

Los primeros días de febrero el presidente Alberto Fernández visitará China para asistir a la apertura de los Juegos Olímpicos de invierno. Esto podría abrir una nueva oportunidad para pensar los vínculos de Argentina con Asia en general, y con China en particular, pero solo si lográramos eludir los tópicos de la visión predominante.

Una gran parte de los sinólogos académicos universitarios, del Conicet y otros especialistas, traducen erradamente la relación con China como una revancha de la Guerra Fría, cuyo resultado, aún no pueden procesar con madurez.

En los últimos tiempos, la importancia geopolítica de Asia Oriental se incrementó aún más. Luego que Estados Unidos se retirara de Afganistán, puso todo su empeño (a través de política, dólares y armas) en consolidar diversas alianzas con Australia, el Reino Unido, India y Japón para obstaculizar las estrategias chinas, hasta ahora, con poca oposición en esa zona del Pacífico.

Por otra parte, la región muestra uno de los pocos casos exitosos de integración: la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, más conocida como ASEAN, por sus siglas en inglés. Mientras el Mercosur languidece, la ASEAN –con su pragmatismo como bandera– se ha insertado en las cadenas globales de producción y, además, ha multiplicado el valor geopolítico de sus miembros.

Como si eso fuera poco, también se formalizó allí el mayor tratado de libre comercio del mundo que, además de la ASEAN, incluye a China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Esto debería ser de interés en Argentina, porque allí se agrupan muchos de nuestros clientes con algunos competidores. La moraleja es clara: aunque al mismo tiempo se enfrenten en bloques geopolíticos diferentes, los negocios no se tocan. Teléfono para los presidentes latinoamericanos.

Pero no todo es economía. A nivel cultural y artístico –y ni hablar de lo tecnológico- cada vez son más los contenidos y productos que vienen de esa parte del mundo, pero también, simultáneamente, los que ellos reciben desde las antípodas. Por eso es difícil pensar hoy Occidente y Oriente como entidades separadas y, aún menos, opuestas.

Esas visiones idílicas y falazmente puras, como las que pueblan los videos del embajador argentino en China, reflejan miradas conservadoras y más cercanas a las viejas películas de Kung Fu que a la realidad.

Y la política también importa. La democracia enfrenta en Asia grandes desafíos: el golpe de Estado en Myanmar, el autoritarismo en Tailandia y Filipinas, los partidos únicos o hegemónicos en toda la región, la represión en Hong Kong y las amenazas sobre Taiwán. Según Human Rights Watch, el gobierno chino estaría cometiendo crímenes de lesa humanidad contra minorías étnicas en la región de Xinjiang.

Mientras tanto, Argentina, con una gran tradición en la defensa de los DDHH a nivel global, parece no tener nada que decir al respecto, embarcada en una nueva versión de las “relaciones carnales”.

China es Asia, pero Asia no es solo China. Nuestra política hacia países como India, Indonesia, Singapur, Filipinas, Taiwán, Malasia y Vietnam debería ser un debate prioritario entre especialistas y políticos. Para una economía exhausta como la Argentina, esa zona del mundo representa una oportunidad que no estamos en condiciones de ignorar. Pero también, para una sociedad atada a viejas recetas, es una ocasión para acercarse a otras experiencias, cuestionarse certezas y renovar miradas en el camino de terminar con décadas y décadas de fracasos reiterados y anunciados.

Publicado en Clarín el 15 de enero de 2022.

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