Ha vuelto el imaginario que alimentó la Guerra Fría. Vuelve hoy de la mano de la ambición de Putin que busca “recuperar la patria asediada por Occidente y enterrar el orden surgido de la Posguerra Fría”. Tanques rusos en la frontera de Ucrania que amenazan invadirla, apresuradas reuniones para evitarlo: la iconografía de una película de guerra propia del siglo XX.
Si el crecimiento de la extrema derecha y los nacionalismos nos hace evocar los años 30, el nuevo contexto de Guerra Fría nos transporta a los 50 y los 60. Las amenazas regresan y los miedos nos retrotraen a botones rojos , espías, autócratas, armas de destrucción masiva…
En este escenario, el presidente Fernández confirmó su viaje a Rusia y a China, haciendo gala, una vez más, de la carencia de una visión para evaluar la conveniencia de los intereses argentinos en este momento. Mientras el canciller de Brasil afirmó en Washington una respuesta unida contra la agresión rusa hacia Ucrania, nuestro país desafía a Occidente como lo hizo durante la segunda Guerra Mundial cuando no ocultó sus simpatías por las potencias del Eje bajo el paraguas de la neutralidad.
Hace ya muchos años, en la película La hora de los hornos, aparecía Manuel Mujica Láinez declarando que la Argentina era un país a contramano: “¡Es que la Argentina queda tan lejos!”decía con pesar. No estaba equivocado.
Sin embargo, no es un problema de lejanía espacial. Es un problema de actuar a contramano de lo que indica una visión que atiende a las consecuencias negativas de la acción. En el caso que nos ocupa, las consecuencias para la defensa de nuestros intereses y del lugar que buscamos ocupar en el mundo.
En muchos otros planos de la acción, nos destacamos por este rasgo. Cómo comprender la reiteración de políticas que ya han fracasado si no lo es través del prisma de objetivos que trascienden la evaluación de la eficacia de las mismas. Marchar a contramano de Occidente, de las reglas de la economía, de las reglas constitucionales, es el resultado de subordinar las políticas a los designios del poder de turno; un poder busca modelar las reglas a su medida.
Los argentinos estamos acostumbrados a vivir en un país que suele hacer las cosas a contramano. Lo vivimos en la gestión de la pandemia con la cuarentena más prolongada. Los datos de Cepal muestran que alcanzamos el mayor aumento de la pobreza en pandemia en la región. A diferencia de lo que hacen los países que privilegian sus intereses, la Argentina se rige hoy por alineamientos ideológicos sin atender a las consecuencias.
Cuando es clave encontrar un lugar en el mundo, las autoridades marchan a contramano de Occidente y defienden autócratas en Nicaragua, Venezuela y Cuba. La bandera de los derechos humanos ha mostrado ser un garrote ideológico que sube y baja al compás de alineamientos ocasionales.
Y en esta concepción del poder, la democracia queda reducida a elecciones regulares. El ataque al principio de división de poderes y la erosión de los controles de la acción estatal deja a los ciudadanos a merced de los humores de los que mandan. Triste imagen la de un país hoy irrelevante en el contexto internacional que elige mostrarse junto a los liderazgos confrontados con Occidente en una coyuntura crítica.
Publicado en Clarín el 25 de enero de 2022.
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