miércoles 5 de febrero de 2025
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Un muerto y un asesino

Hay un muerto y un asesino. El muerto está desarmado, el asesino dispone de un pistola calibre 38 con la que le ha disparado al muerto. Dicho con otras palabras, un hombre armado asesinó a un hombre desarmado. Es la madrugada del 25 de diciembre. Navidad, villancicos, promesas de amor. Verso. Por lo menos en este barrio de Lomas de Mirador la celebración de la navidad estuvo teñida de sangre. En La Matanza suelen pasar estas cosas. El asesino es un policía de 74 años. Los vecinos declaran que en otras ocasiones ejerció violencia. Un tipo desagradable, irascible, tal vez algo chiflado. Otras veces inició refriegas por tonterías. Pero esta vez, por una tontería, el hombre mató. No estaba defendiendo su honor, simplemente andaba con ganas de matar. Y así lo hizo. A sangre fría, sin compasión y sin culpa. Al ex comisario parece que le molestaba la música con la que sus vecinos del frente celebraban la navidad. Importa destacar ese detalle. No era cualquier día. Era navidad, un día en el que las familias y los amigos se reunen alrededor de la mesa. Las escenas las conocemos porque todos alguna vez hemos participado. Abundan los excesos de comida y de alcohol. La fiesta reúne niños y mayores Se baila y al ritmo de la música puede que se teja alguna historia de amor. A las cuatro de la mañana y en La Matanza es muy probable que la música sea cumbia o algo parecido. Esa alegría disipada y pagana de las fiestas navideñas. No es una orgía, no es una bacanal celebrada un día o una noche laborable. Es la previsible fiesta de navidad en la que todos, de una manera u otra, intentan ser felices. Y de pronto la tragedia. Un excomisario mata a un colectivero porque le molesta la música. Así de delicado es. Conviene detenerse en los detalles. El ex comisario sale de su casa armado. Un calibre 38 no se usa para cazar vizcachas; un 38 se usa para intimidar o matar. Él ex comisario, Rafael Moreno, lo usó para ambas cosas. La víctima se llamaba Sergio Ðíaz, colectivero, alto, bien plantado, fuerte. Al ex comisario de 74 años lo podría haber dormido de un puñete sin despeinarse. No lo hizo. Le dijo “A mí no me vas a amenazar con un revólver,…¿Quién te crees que sos?”. Palabras justas: no se puede, no se debe amenazar con armas de fuego. Moreno tal vez creía que su condición de ex policía lo habilitaba. ¿Por qué no pensarlo como un exponente del “gatillo fácil” que tantos estragos hizo en tiempos de la siniestra bonaerense? Insisto en el planteo inicial: un hombre armado asesina a un hombre desarmado. El tamaño de la tragedia, lo brutal de lo sucedido, reduce a una anécdota menor la hipotética falta de poner la música a todo volumen un día feriado y una noche de fiesta. Insisto que Díaz y su amigo podrían haber noqueado con un dedo al viejo carcamán. Estaban enojados por la inesperada amenaza, pero él enojo no los condujo a matar. A la inversa, Moreno no tuvo empacho en asesinar. “Qué manera estúpida de morir”, exclamó el Cónsul al momento de ser asesinado en una miserable taberna de una aldea de México, según escribió Malcolm Lowry en su novela “Bajo el volcán”. Algo parecido habrá pensado Díaz cuando sintió que la bala entraba en su cuerpo como consecuencia de una estúpida refriega acerca de los horarios para escuchar música una noche de navidad.
La historia se cierra con otro capítulo. Un capítulo en el que los protagonistas son los renacuajos racistas, infames y perversos que adoran al presidente Milei. El colectivero Díaz aún estaba en el hospital, su cuerpo estaba caliente, cuando estas basuras lo infamaban con vocablos racistas y discriminadores. Díaz no era el padre de un niño de siete años, no era un colectivero que se ganaba la vida trabajando honradamente, una virtud que no sé si los sicarios culturales de Milei pueden exhibir. Díaz no tuvo nada de eso. Díaz era “un marrón”, un “simio”. Hay que ser canalla, estar modelado en la mugre moral, carecer de la más mínima sensibilidad, celebrar con la más helada indiferencia la muerte de hombre, para vomitar tanta basura.
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