Curioso país el nuestro, en el que la irresolución de los problemas que traban nuestro desarrollo económico, social y político nos exige vivir una cotidianeidad febril que nos inhibe comprender la obviedad del lenguaje de los gestos y las actitudes.
Tal fue el caso de las diversas interpretaciones sobre el designio de la ex presidente Cristina Kirchner en torno de la fórmula lanzada hace un año. Sin duda, una jugada magistral que dejó petrificado al país y que le deparó su retorno triunfal.
Algunos observadores creyeron, no sin cierta ingenuidad, que una Cristina Kirchner madura y autocrítica de su segunda gestión intentaba volver a las fuentes “nestoristas” del kirchnerismo, rescatando a su principal brazo ejecutor. Interpretación que pasaba por alto la especificidad del “cristinismo” y de las tensiones en el interior de la pareja gobernante hasta el fallecimiento del ex presidente.
La movida, entonces, ya contenía información en sí suficiente como para prever el esquema de poder y la división de tareas de la alianza de ganar las elecciones.
Dicho en otros términos, si una ex presidente dotada de una personalidad política tan singular elegía a “su” candidato a presidente reservándose el de vice, iba de suyo que el sujeto de la operación habría de reservarse el poder real.
¿Cuáles fueron las razones por las que un operador de fuste como Alberto Fernández, conocedor como pocos de la anatomía interna del kirchnerismo, aceptó ser parte de esa sociedad? Las razones son ahí más borrosas; pero sentarse en el sillón de Rivadavia suele suscitar una pulsión irresistible.
La abundante gestualidad de las celebraciones, tanto de la victoria electoral de octubre como de la transmisión del mando, no hicieron sino confirmar el sitio protagónico que habría de reservarse la Vicepresidente. Se trata, entonces, de una alianza que contiene dos proyectos políticos confluyentes pero de naturaleza diferente; más allá de alguna afirmación simbiótica del actual mandatario, cuya sobreactuación no hace más que exhibir las diferencias.
Una de ellas es de naturaleza temporal.
El proyecto del Presidente se construye en la inmediatez de una gestión que procura elaborar una narrativa a partir de sus eventuales éxitos parciales. El timing de la Vicepresidente, en cambio, se difiere al año 2023; y concibe al gobierno de su socio como transicional.
Solo entonces habrá llegado el momento de consagrar el trasvasamiento generacional que le permita dar sustento al nuevo movimiento político y cultural superador del propio peronismo y el nombramiento, esta vez, de su delfín.
Para ello debe trabajar todos los días moviendo los hilos de “sus” funcionarios ubicados estratégicamente en las esclusas más importantes de la administración pública depositarias de poderosas cajas presupuestarias.
Hay otras tres tareas que se reserva. En primer lugar, “lavar” las causas en su contra mediante una reforma judicial en la que coincide con Fernández. pero por razones diferentes a las suyas.
Luego, mantener el fuego jacobino de sus seguidores distinguiendo entre amigos y enemigos, y el despliegue de un menú de amenazas solapadas pero, por ahora, de poco alcance práctico. Por último, limitar el vuelo propio del mandatario “liberal progresista” y de sus reflejos ortodoxos moderados haciendo uso de su poder de veto.
Suficiente para inhabilitarlo de ir más allá del sitio que le reservó en la división de tareas oficialistas: el manejo de la deuda que ocupó, mal o bien, la mayor parte de sus energías durante sus tres primeros meses de gobierno, una reactivación económica cada vez más remota, y la gestión de la modalidad de cuarentena sobre la que el Presidente cifra sus esperanzas de delinear una narrativa propia.
Cristina Kirchner limita a su socio; pero ella también se autolimita. No aspira a relevarlo porque comprende que su eventual naufragio podría arrebatar su proyecto e incluso arrastrarla en la tempestad.
Ese parece ser el juego de esta etapa de la crisis política abierta en 2001: el empate recíproco de esta coalición metropolitana entre el peronismo de la Capital y de la superestructura kirchnerista del GBA. Un gobierno trabado en el que sus jugadores en tensión solo pueden permitirse pequeños movimientos insuficientes para trazar un derrotero dominante.
Mientras tanto, el otro peronismo, el territorial y sindical, espera y toma distancia consciente de que debe preservarse como reserva ante algún desenlace de emergencia.
Porque el cocktail explosivo de la volatilidad de una economía estancada desde hace diez años -hoy a las puertas de una depresión- y la debilidad congénita de los gobiernos desde 1999 puede deparar sorpresas desagradables siempre a la vuelta de la esquina.
Publicado en Clarín el 4 de junio de 2020.
Link https://www.clarin.com/opinion/gobierno-trabado_0_dGg2O-B6u.html