Más de una vez nos hemos preguntado si la llegada de Javier Milei a la presidencia de la nación fue un accidente, una casualidad, un malentendido, o, por el contrario, el inicio de un nuevo ciclo histórico. El discurso del viernes a la noche mantiene este interrogante, pero queda claro que hay un presidente que ha elaborado un diagnóstico del país, una propuesta hacia el futuro y los recursos políticos a emplear para lograrlo.
Todo esto puede y debe ponerse en discusión, pero lo que queda claro es que existe una firme y acerada voluntad de poder, una ironía si se quiere de parte de quien no renuncia a reconocerse como libertario. También queda claro que estamos ante un gobierno capaz de sostener la iniciativa política y plantearse en el centro del escenario.
En un discurso de más de una hora, leído con serenidad y tono algo monótono, Javier Milei denunció sin coartadas verbales y sin ahorrar adjetivos, la herencia recibida, un diagnóstico previsible aunque en la ocasión insertó este concepto en lo que se podría calificar un régimen de explotación y dominación con sus actores sociales, sus beneficiarios y sus víctimas. Esta conceptualización podrá discutirse, seguramente deberá discutirse, pero se sostiene con una sólida lógica interna.
Milei no se detiene en la anécdota, en el episodio local, incluso en las calamidades de un gobierno en particular, por el contrario, elabora un marco político que define enemigos y aliados. Milei parece estar convencido que un sistema de dominación ha llegado a su fin y él es el portador de la buena nueva en clave liberal. ¿Será así? No lo sé, pero por lo pronto este parece ser su principal capital político.
De hecho, lo que sus palabras describen es el escenario de una crisis con una resolución que muy bien merecería calificarse de revolucionaria. Milei no se propone ser más de lo mismo, por lo menos no parece ser esa su intención. ¿Podrá lograrlo? No lo sabemos, pero parece estar decidido y sobre todo parece saber lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.
El principal sostén de su discurso está omitido, pero no por ello menos vigente: no hay un solo actor político en la oposición en presentar una alternativa diferente. A esa ausencia de alternativa, Milei añade las modalidades de su personalidad, su certeza ideológica y la convicción de que estamos en la antesala de un cambio. Por supuesto que podrá equivocarse, pero no son pocos los que están dispuestos a dar crédito a sus palabras. Milei habló con el tono de las convicciones, la certeza de que la verdad está de su lado y que esa verdad es la resultante del reconocimiento de que una etapa de la política ha llegado a su fin. Y al respecto reseña a los responsables de esa prolongada decadencia acentuada en los últimos veinte años. Los beneficiarios de la decadencia son los titulares de la casta, pero esa casta se sostiene gracias a una red de intereses y beneficios que constituyen un régimen, un régimen estatal que debe ser demolido.
Como en los cuentos de Poe, lo más importante en política práctica es el final del relato, en este caso la convocatoria a todos los actores políticos a un acuerdo en Córdoba sobre la base de diez puntos para fundar una nueva nación. ¿Córdoba una nueva San Nicolás? Vaya uno a saberlo. Veremos cuál es la respuesta al diálogo; veremos si se trata de un diálogo o un contrato de adhesión; veremos cómo algunos principios generales como la defensa de la propiedad privada o la reforma política o el comercio con el mundo se traducen a los rigores de la lucha política.
Milei convoca al diálogo, pero informa que si la oposición elige el conflicto habrá conflicto. Dispone del poder de la presidencia, de la adhesión de un amplio sector de la opinión pública y muy en particular de esa mayoría silenciosa que de una manera u otra fue víctima de la casta.
Final abierto. Inquietante en algunos puntos, interesante en otros. Curiosamente, Milei abre el debate político en términos hasta ahora desconocidos y no vacila en dar nombres y apellidos a los responsables de la decadencia nacional: políticos corruptos, sindicalistas mafiosos, empresarios prebendarios. Milei crea su relato y prevé los posibles desenlaces incluido la aspereza de los combates. No vacila en calificar a esa coalición de intereses a derrotar como el antiguo régimen.
Decía que Milei expresó de manera precisa y ordenada los objetivos y los medios para fundar el nuevo régimen. Hay latente una utopía, pero también se impone un realismo descarnado acerca de la naturaleza de la crisis y la naturaleza de los posibles conflictos.
Desde el atril, Milei dominó la escena con su presencia, sus palabras y el coro de las barras debidamente instaladas en los palcos. A sus espaldas, la presencia de Victoria Villarruel, el necesario rostro conservador del discurso liberal, y de Martín Menem, el sobrino del único político que en su largo discurso Milei mencionó sin disimular la simpatía que le despertaba el expresidente riojano a quien sin vacilaciones lo ubicó al lado de la verdad, un lugar que, sospecho, que hasta el propio Menem hubiera recibido con una sonrisa socarrona.
Discurso sólido, consistente, impecable si se quiere. Un discurso que constituye un relato y que como todo relato intentará ganar consenso, pero al mismo tiempo será sometido a la crítica de otras posiciones políticas. Un relato es necesario cuando no indispensable para sostener la acción política, pero la complejidad de lo real es siempre más rica y por supuesto más imprevisible que el mejor relato. En definitiva, los resultados de esta pugna son inciertos, pero el oficialismo, a contramano de quienes lo subestiman e incluso le han augurado un final cercano, ha demostrado que dispone de recursos y energía para sostener esa clave del arte político: la iniciativa.
Publicado en La Nación el 3 de marzo de 2024.