sábado 27 de julio de 2024
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Un debate presidencial, y tres destinos políticos muy distintos

Desde 1983 hasta hoy, hemos tenido varias elecciones presidenciales decisivas, en las que se jugó la suerte del país en una dirección u otra. En no todas, vistas retrospectivamente, podemos estar seguros de haber tomado el mejor camino. Pero resulta incluso en ellas relativamente fácil entender por qué los ciudadanos votaron como lo hicieron: cuáles fueron las ideas, los diagnósticos y las expectativas que los llevaron a inclinarse por una salida que les pareció la más sensata, la más atractiva, o la menos inconveniente.

Hay varias razones para que esta vez, en estos comicios de 2023, hacer ese ejercicio resulte mucho más difícil. Ante todo, porque la distancia que separa a las opciones políticas en danza es mayor y está muy a la vista: votar el statu quo kirchnerista, con una retahíla de aumentos del gasto y demás intervenciones del Estado incluida, la destrucción de ese Estado y de toda la elite que en alguna medida lo haya administrado, o un programa de estabilización y reformas gestionado por la porción hoy opositora de dicha elite son opciones mucho más distintas que las que se presentaron en 2019, o en 2015, o incluso en 2003, cuando los principales candidatos más bien compitieron hacia el centro, moderando sus diferencias, sino directamente ocultándolas.

Se entiende, por tanto, que esta vez sea más difícil para los electores decidirse, sea más difícil entender y prever cómo lo harán, y vaya a ser también más difícil formar una mayoría y un nuevo liderazgo: lo más probable es que ninguna de las dos cosas resulte automáticamente de la votación, sino que haya que esperar un buen tiempo después de ella para que las cosas decanten, o terminen de empeorar y luego decanten.

También es más difícil hacer ese ejercicio interpretativo sobre la viabilidad y la calidad de las ofertas disponibles porque el escenario es, en varios sentidos, más desesperante que el de nuestras peores crisis del pasado: nunca nuestra economía estuvo tan mal ni acumuló tantos problemas juntos, ni siquiera en 2001-2, cuando finalmente de lo único que se trataba era de cambiar el régimen cambiario, defaultear y aguantar el chubasco. Tampoco nunca antes nuestra sociedad fue tan persistente y estructuralmente pobre y excluyente como es ahora. Los shocks de empobrecimiento de 1989-91 y de 2001-2 duraron exactamente eso, y fueron seguidos de rápidas recuperaciones, mientras que esta vez venimos en caída desde hace más de una década, todavía no terminamos de tocar fondo, y todos sabemos muy bien que las cosas inevitablemente van a empeorar bastante más antes de poder empezar a mejorar. Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, es lógico ver cómo nunca que nuestra juventud, nuestros emprendedores y profesionales tienen pocos motivos para sentirse útiles y acogidos en su propio país.

Agreguemos a todo lo anterior la buena dosis de enloquecimiento que introduce la propia dirigencia política. El oficialismo aporta gran parte de ella: desde el presidente y la vice ausentes, al candidato-ministro que se presenta como un recién llegado, a quien deberíamos agradecerle “la recuperación del salario” y que finalmente “tengamos con quién”, pasando por toda la seguidilla de escenas escabrosas de fin de fiesta que pintan de cuerpo entero la calidad del grupo que nos ha venido gobernando la mayor parte de las últimas dos décadas. Pero por algo la respuesta más popular a la decadencia terminal de ese grupo es alguien que se esmera en mostrarse enloquecido, que hace de su capacidad de actuar como un loco, con una motosierra en las manos, su mayor virtud: en el medio la oposición formal se dedicó dos años a consumir su capital político en una interna desgastante, donde su principal figura siguió hasta el final jugueteando con el destino suyo y del resto como si se tratara de un negocio familiar por cuyo destino no tendría que rendirle cuentas ni darle explicaciones a nadie.

Es así como llegamos a esta elección decisiva, y a su momento culminante. Y pese a los abismos que se han abierto entre las elites y la gente común, y entre distintos sectores del electorado, al clima de emergencia en que todos esos grupos conviven y a los muchos otros motivos de disgusto que agitan los ánimos, lo cierto es que tenemos a disposición una oferta política variada. Y eso nos permitirá elegir, como sociedad, en qué dirección y con quiénes buscar remedios para todo esto.

De lo que puede concluirse algo importante, que no hay que dar por descontado: que así como la política democrática nos ha frustrado, porque ella fue la que nos condujo a esta situación, desde todo punto de vista lamentable, es ella también la que puede ofrecernos una salida.

Ahora bien, ¿de qué tipo de salidas se trata? ¿Cómo elegir en un contexto tan endemoniado, si parece haber motivos para abrazarse a cualquiera, al que expresa el miedo al cambio y nos invita a conservar lo que tenemos, aunque sea miseria, tanto como al que interpreta el cambio como arrojarse al vacío, romper todo para después ver cómo seguimos? ¿En una situación como esta, una campaña electoral, y más todavía, el momento más racional y argumentativo de la campaña, que es el debate presidencial, puede servir de algo? ¿O está el ambiente ya tan contaminado que va a ser imposible distinguir argumentos, razones, y mientras más nos acerquemos al momento de votar más opaco y absurdo se va a volver todo el escenario?

Tal vez no quién vaya a ser el nuevo presidente, pero sí si hay o no esperanza de decidirlo con un mínimo ejercicio del sentido común y oportunidades para reflexionar es algo que se va a empezar a develar este domingo, con el primer round de debate entre los candidatos. Hemos tenido buenos y malos debates presidenciales. Ellos fueron muy relevantes y útiles en 2015, recordemos, con cruces fuertes, pero en general argumentados; mientras que en cambio en 2019 resultaron decepcionantes, primaron las chicanas y lo único memorable fueron los memes y videos satíricos. Esta vez necesitamos que no nos defrauden, que al menos alguno de los participantes haga bien su papel. Porque no es que nos sobran instrumentos para orientarnos en la tormenta, ni ocasiones para usarlos.

Pubicado en www.tn.com.ar el 1 de octubre de 2023.

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