sábado 27 de julio de 2024
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Un cuento chino

El nuevo orden mundial que surja en la post pandemia tiene a China como candidato al liderazgo, más por la defección de los EE.UU. que por sus virtudes propias ¿Sería ese un mundo mejor?

En 1956, ante el desafío que significó la nacionalización del Canal de Suez por parte del gobierno egipcio de Gamal Abdel Nasser, la respuesta armada del Reino Unido – aliado con Francia e Israel – significó la caída de su Imperio, seriamente herido a la salida de la Segunda Guerra Mundial.

Las acciones políticas extremas – recordemos que según Karl Clausewitz, la guerra es la prolongación de la política por otros medios – pueden ser actos de poder o de debilidad. En el caso de Suez fue una muestra de debilidad, de la incapacidad que tuvo la negociación diplomática británica para resolver el conflicto, de su pérdida de gobernanza global.

Cuando observamos lo que ocurre en los EE.UU del presidente Donald Trump, tenemos esa sensación de ausencia de liderazgo y de incapacidad o pereza para ordenar las acciones que la pandemia requiere por parte de una potencia que pretenda ordenar el mundo que emergerá de la histórica crisis actual. Washington ha respondido mal a la emergencia, ha cometido errores, desde la Casa Blanca y el Departamento de Seguridad Nacional hasta los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) que han socavado la confianza en la capacidad y competencia de la gobernanza de los Estados Unidos. Además, la “guerra” entre Trump y los gobernadores ahondan la sensación de desgobierno.

Las declaraciones públicas del presidente Donald Trump – que incluye su “idea” de ingerir desinfectantes para matar al virus – han sido el pico y la pala con la que ha demolido el ya descascarado prestigio norteamericano, sembrando la confusión y difundiendo la incertidumbre. Los sectores público y privado han demostrado estar mal preparados para producir y distribuir los elementos necesarios para las pruebas y enfrentar el problema. E internacionalmente, la pandemia amplificó la miope actitud individualista y empresaria de Trump, exponiendo cuán poco preparado está Washington para liderar una respuesta global.

Si los Estados Unidos emergieron como potencia global luego de la Segunda Guerra, y hegemónica luego de la implosión de la Unión Soviética, no se debió sólo al poder de su producción y de su ejército, sino también, y de igual importancia, a la legitimidad de su discurso acompañado por la capacidad de proveer bienes públicos globales, lo que incluye – como en el caso de la crisis del Ébola en África, la capacidad y la disposición para reunir y coordinar una respuesta global a las crisis.

Podríamos decir que la intervención de los EE.UU. en Vietnam, por ejemplo, se legitimaba por las ideas de libertad, democracia y bienestar que representaba el “sueño americano”, más allá de las atrocidades y los verdaderos intereses geopolíticos que impulsaron al ejército norteamericano a combatir tan lejos de su territorio. Esa intervención – más allá de si fue una victoria o no – reforzó su liderazgo como defensor y líder de Occidente frente al comunismo. Del mismo modo, la China de hoy, habiendo casi alcanzado la productividad y poderío militar equiparable, ofrece al mundo ayuda médica internacional – acaba de donar 30 millones de dólares a la OMS en momentos en que Trump retiró el financiamiento de los EE.UU. por 300 millones – cuando sospechamos que el mal manejo de la epidemia en la ciudad de Wuhan – debido al ocultamiento propio de un Estado totalitario – sería responsable de la actual pandemia o, al menos, de su impacto.

El “relato” y las acciones que parten de Beijing están dando sus frutos. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Zhao Lijian, declaró que China estableció “un nuevo estándar para los esfuerzos mundiales contra la epidemia”. Las autoridades centrales han instituido un estricto control informativo en los medios estatales para apagar narrativas contradictorias.

China primero copió la tecnología occidental, ahora copia la producción y la reproducción de la épica que legitimaría su liderazgo mundial.  Esa épica se apoya en el hecho de que China es el principal productor de máscaras quirúrgicas y, a través de la movilización industrial en tiempos de guerra, ha aumentado la producción de máscaras más de diez veces, dándole la capacidad de proporcionarlas al mundo. China también produce la gran mayoría de ingredientes farmacéuticos activos necesarios para fabricar los antibióticos que son críticos para abordar las infecciones secundarias emergentes de COVID-19. Es decir que gran parte de lo que el mundo necesita para combatir el coronavirus se hace en China. La participación de ese país en el mercado de antibióticos de EE.UU. supera el 95 por ciento, y la mayoría de los ingredientes no pueden fabricarse en el país del norte.

Estados Unidos, hoy, carece de la oferta y la capacidad para satisfacer muchas de sus propias demandas, y mucho menos para proporcionar ayuda global. Se cree que la Reserva Nacional Estratégica de EE. UU., que es la reserva nacional de suministros médicos críticos, tiene solo el uno por ciento de las máscaras y respiradores y quizás el diez por ciento de los ventiladores necesarios para hacer frente a la pandemia.

¿Puede el gobierno de Trump asumir otra actitud y corregir este rumbo de colisión? ¿Pueden Trump, o su entorno, abocarse a la gobernanza en vez de culpar a China con quien, además, debería trabajar conjuntamente? ¿Queremos un orden mundial regido por un sistema de producción predatorio del medio ambiente como el de china? ¿Aceptaríamos vivir bajo un autoritarismo severo a cambio de preservar nuestras vidas? ¿Existen otros bloques regionales capaces de coordinar políticas comunes para ofrecer una alternativa? En las respuestas, en manos de la historia y que poco dependen de nosotros, podremos avizorar la naturaleza del mundo por venir.

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