viernes 26 de julio de 2024
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Un Cruz para este Fierro

Algún momento de la década ’80 encuentra a un sociólogo argentino en Nueva York. Ha ido a observar de cerca las elecciones del Partido Demócrata en dicho estado. Va al búnker del partido, una suerte de guía empieza a explicarle la distinta cartelería que tienen: una para la comunidad griega, otra para la italiana, ni que hablar de la hispana, se maravilla con la segmentación para los que profesan la religión judía. Toma impulso e inquiere: ¿y para el ciudadano yankee propiamente dicho? Una risa acentúa su desconcierto. “Amigo no existe tal cosa, EEUU es una confederación de Naciones, no una nación en sí”.

Diversos politólogos aseveran que el federalismo representa una oportunidad de gobierno en aquellos países donde las diferencias étnicas, económicas o sociales parecen insalvables. O las maquilla o las equipara. Persigue la convivencia, o eso intenta. Hay federalismos subnacionales, hay federaciones de naciones. Es el modo que hemos encontrado de integrarnos respetando la identidad que nos gusta abrazar. Después de todo, humita y empanada se hacen tanto en México como en Perú. Ya lo dijo Borges: todos los pueblos son iguales, incluso en su pretensión de creerse únicos.

¿Cómo se ve esa convivencia cuando la interpela una crisis como la del Covid19? Hasta ahora podemos hacer conjeturas, tomar las interpretaciones que nos gustan. La verdad es eso que elegimos construir. Es también una interesante oportunidad para comparar. Tanto Sabrina Ajmechet como José Emilio Burucúa han mostrado en estos días que también en otras pandemias el ser humano se aferró a lo que entendía por certero en aquel momento. La crisis no es del régimen político, daña el tejido social, la cuarentena es un lujo que no todos se pueden dar.

La ciencia, a grandes rasgos, persigue tres objetivos: predecir, describir y explicar. A ella hemos abrazado con fuerza de dogma: líderes de todo el mundo, quien más y quién menos, se han valido de las distintas citas de autoridad, que luego el boca a boca se encarga de distorsionar. Qué le vamos a hacer: la verdad tiene mala costumbre de matizarse con la distancia, los debates contemporáneos siguen siendo anacrónicos.

Podemos convenir que la piedra angular ha sido siempre primum non nocere. Y la receta tras siglos de existencia parece haber sido la misma: confinamiento. Por supuesto no niego los avances de la Medicina, ¿Cómo negar al tomógrafo, la ecografía, hace 60 años impensandos? Mucho se ha escrito sobre los avances de la ciencia y la tecnología en los últimos 50 años. No lo estoy discutiendo. A decir de Juan Carlos Portantiero, a problemas modernos, libros clásicos: la interpretación que más me convence del Quijote es la que evidencia la falsa estructura social del entorno, no solo la de un desquiciado que tiene enemigos imaginarios, los enfrenta y pierde. La poca adecuación del sistema sanitario a problemas que ya hemos atravesado como humanidad, desnuda situaciones como lo endeble de ser inquilino, las dificultades del cuentapropista, el callejón sin salida para quien tiene algún ser querido con algún síndrome. Situaciones que debieran ser resueltas por la política, acaso timón de guía de las sociedades. La pandemia no cambió a la gente; amplificó lo que había latente.

Soy reacio a aventurar la muerte del capitalismo, un nuevo orden mundial. Ya John Mearsheimer argumentó que los espacios de poder que liberan algunos Estados, lo ocupan otros. El manejo de la crisis ha sido ineluctablemente de poder público, no privado, por más que la vacuna eventualmente venga del Mercado. Es ridículo entonces pensar que el poder por el poder mismo, tanto como sea posible, no será una oportunidad que los líderes que cortan el queso dejen pasar. La necesidad de volver a la normalidad (¿Qué sería eso?) se vuelve también un imperativo para una América Latina que si ya tenía dudas de cómo financiarse tras los años de vacas gordas, ahora le suma un nuevo ítem a su agenda, ¿O alguien duda que tras el susto el estado de la salud pública en Argentina será de agenda? Seguro que los que lo afirman ciegamente sean los mismos que aseveraban que en marzo la Ley del Aborto iba a ser promulgada. Parece que la realidad tiene la mala costumbre de mostrarse esquiva, incluso cuando pensamos que hay debates superados. Nos enseña Funes el memorioso que la memoria está formada fundamentalmente de olvidos: Brasil, nuestro principal socio comercial hoy, está sentado sobre reservas que exceden los 320 mil millones de dólares. Pisan la pelota,  un recurso que no podemos darnos el lujo de hacer. Nos olvidamos que los que no saben guardar son pobres aunque trabajen. Tenemos que entender nuestro lugar en el mundo, a decir de Carlos Escudé. Después de todo, para el obrero, el día antes de que haya empezado la revolución no se diferencia en nada al día siguiente de que esta triunfó. Hizo exactamente lo mismo.

Ahora que la ciencia parece haber cegado al sentido común, que la lectura de unos especialistas en determinada área parece tener más preponderancia que la de los demás, me pregunto si no hay en ellos una pulsión atávica, un llamado a su instinto gregario más íntimo, que les permita dudar de la crueldad de privar del último adiós a un miembro del clan. Deseo un Cruz para este Fierro, una voz rebelde, alguien que de adentro de la ciencia misma permita una visión más llana del abrazo final: encerrado y sin más opciones que pelear a muerte, un viejo enemigo de Martín Fierro se dispone a pelear con el: “Cruz no consiente/ que se cometa el delito/ de matar así a un valiente”.

Aquel sociólogo entendió el poder de la voz pública de los representantes, de la capacidad de segmentar y llegar a todas las minorías, lo poderoso de un mensaje que interpela pero no permite diálogo (lo que mal y pronto podemos llamar el éxito de la aguja hipodérmica). Que la fuerza de la voz de nuestros representantes, respaldados muchas veces en criterios científicos que hoy abrazamos por ciertos, no nos cieguen 10.000 años de trayectoria como homo sapiens-sapiens.

Nos hemos maravillado con los avances de la ciencia, y lo que nos está salvando como sociedad es el mismo método que usamos para todas las pandemias que hemos visto pasar, con la salvedad de que a los enfermos los dejamos morir en soledad. A la vez que nuestro sistema de producción e interacción ha cambiado, es menester de la política ofrecer una amplia variedad de enfoques, la falta de imaginación no es excusa. Un problema recidivante desnuda una realidad ambivalente: un país federal, con instituciones federales, basado en un Estado elefantiásico pudo liberar a las provincias la autogestión de la crisis. Eso es también una oportunidad.

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