viernes 10 de mayo de 2024
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Un 24 de marzo distinto que hubiera necesitado la sensatez de Raúl Alfonsín

El oficialismo aprovechó su primer 24 de marzo en el poder para pelear un nuevo round de la batalla cultural que viene sosteniendo con la izquierda. En este caso, uno que le permitió enfrentar abiertamente al llamado “movimiento de derechos humanos”, todas las organizaciones creadas en los años setenta para denunciar la represión ilegal, y que durante el kirchnerismo se volvieron más o menos abiertamente órganos de reivindicación de las acciones revolucionarias, armadas y desarmadas, de la “juventud maravillosa” de aquellos años. Juventud de la cual, a su vez, los Kirchner se reivindicaron herederos, revistiéndose así de esa legitimidad heroica que suelen otorgar las víctimas. Y cuyo reconocimiento como tales consagraron, hace exactamente veinte años atrás, el 24 de marzo de 2014, las máximas sacerdotisas del mencionado “movimiento”, las líderes de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, al llamarlos “nuestros hijos”.

Desde entonces, la Argentina extravió los derechos humanos como terreno común de valores, e instrumento promotor de la convivencia plural y pacífica. Nuestras instituciones democráticas vieron impotentes cómo se devaluaba el relato fundacional compartido que hasta entonces mal o bien habían logrado darse, asociado a 1983, al juicio a las Juntas de 1985, pero también a la condena del terrorismo guerrillero y el repudio más general de la violencia política. Que ni siquiera los repudiables indultos de Menem a ambas partes, a los excomandantes y los jefes montoneros, habían logrado disipar.

Valores devaluados

Y se devaluaron también, en consecuencia, esos valores como recurso para dar marco y a la vez moderar la competencia política. Porque, al ser expropiados por el kirchnerismo, se volvieron un arma para exaltar su legitimidad y negársela a sus adversarios. Y el llamado “movimiento de derechos humanos” se convirtió en órgano faccioso al servicio de dicha operación, de la descalificación de todas las demás fuerzas políticas, mientras más críticos ellos fueran del kirchnerismo, peor.

En principio, lo que el gobierno de Milei ahora objetó de ese relato faccioso, a través de un video emitido por la Casa Rosada, es simplemente que hay otras víctimas de la violencia política de los setenta, causadas por la “juventud maravillosa”, que tan maravillosa entonces no era, y que merecen un reconocimiento del Estado que no han hasta ahora recibido. No es demasiado. Es más: resultó bastante más moderado que lo que los propios Milei y Villarruel habían planteado durante la campaña electoral, cuando llegaron a reivindicar a los militares procesistas por haber defendido al Estado de la guerrilla, y no solo negaron que hubiera habido 30.000 desaparecidos, sino siquiera un plan de represión ilegal, admitiendo solo “algunos excesos”, en línea con lo que siempre han dicho los represores.

El video en cuestión, de todos modos, fue objetado por sectores no kirchneristas, en particular por el radicalismo más opositor, el alineado con Lousteau, por no haber incluido un reconocimiento expreso de esa represión ilegal y sistemática practicada por los militares en aquellos años. Pero pese a que fue esa una objeción razonable, su relevancia quedó opacada, de momento, por la mucho más virulenta reacción que despertó el planteo de la Casa Rosada en la señora Estela Carlotto, vocera principal del acto de conmemoración del 24 de marzo, que hasta hace poco llamábamos “oficial”, y ahora no nos queda más opción que llamar “kirchnerista”.

Carlotto dejó ver para qué sirven y van a seguir sirviendo los derechos humanos dentro de ese proyecto político, que con su ayuda pretende seguir teniéndolos secuestrados: según ella, Milei es mucho peor que Macri, que ya era la continuidad de la dictadura por (apenas) otros medios, dado que él niega ahora abiertamente lo que ella, Carlotto, entiende por vigencia de esos derechos, y con su video “negacionista” lo habría demostrado, así que no tiene sentido alguno aceptar su legitimidad, y cuanto más rápido deje el gobierno, mejor.

Claro, Carlotto así le hizo muy fácil el trabajo a Milei y Villarruel, que pudieron ni contestar las críticas de los moderados, para cebarse en la cómoda confrontación con el “club del helicóptero”: es tan evidente el autoritarismo que anima, no solo a la presidenta de las Abuelas, sino a todo el coro que la acompaña, su pretendida y absurda superioridad moral que la conduce a negar hasta lo más elemental del pluralismo político, que los miembros del actual oficialismo quedaron liberados de dar cuenta de sus propios sesgos en la materia, y se les simplificó hacer pasar como “memoria completa” un relato que es también muy parcial y precario. Dado que apenas si se dedica a machacar con las responsabilidades, dobleces e inconsecuencias de la izquierda revolucionaria, con lo que tienen bastante tela que cortar, ciertamente, pero vuelve a ofrecer una versión pobre y sesgada de por qué nos sumimos, como sociedad, en la más extrema negación de la convivencia, y seguimos atrapados en gran medida por ella, incapaces de cooperar, disentir y discutir no solo sobre el pasado, sino sobre el presente y el futuro, como hacen los países medianamente normales.

Intervención positiva

Es indudable, de todos modos, que el efecto de la intervención oficial sobre este complejo debate público que aún nos debemos, fue muy positiva. Ante todo, porque igual que ha sucedido en otros terrenos, el económico en particular, permitió explicitar opiniones que hasta hace poco era imposible siquiera expresar en público. Hacía falta un cambio de clima y de forma de pensar sobre lo que significan para todos los argentinos los derechos humanos, y no habrá forma de evitar ahora que ese cambio se produzca. Porque el clima preexistente era ya irrespirable y absurdo para la enorme mayoría: como es indudablemente absurdo que la Argentina sea tal vez el país del mundo que más esfuerzos ha invertido en juicios por violaciones a esos derechos, en su exaltación por las instituciones educativas, en monumentos de todo tipo, y donde los máximos promotores de todo eso se cuentan entre las personas más rechazadas por la opinión pública, por ser identificadas por ella, no sin razón, con el autoritarismo, la violencia y el abuso del poder.

Peor que eso no vamos a estar, es seguro. Claro que, en el medio, seguramente vamos a perder un poco el tiempo, por ejemplo con versiones igualmente sesgadas contrapuestas a ese relato, y en determinar qué es importante y qué secundario en esta discusión.

Al respecto de esto último, una de las objeciones que más se escucharon al video oficial, incluso de parte de funcionarios del Ejecutivo, fue que se centrara en la cuestión del número de desaparecidos. Y efectivamente, esa está lejos de ser la cuestión más importante. Aunque tal vez a los objetores se les escape aquí una cuestión que conviene destacar: y es que postulando que hay miles y miles de desaparecidos que el Estado argentino no ha logrado aún reconocer y rescatar de su condición, se consagra la existencia de víctimas sin derechos, absolutas, que no se han sacado de ese estado y que otorgan su consecuente autoridad, también absoluta, a quienes denuncian su “falta”.

El número como motor exponencial de reclamos

La desaparición forzada, recordemos, es una forma del asesinato político que deja a los deudos en una condición de permanente incertidumbre, y vuelve imposible cerrar y determinar una historia, y concluir un duelo. Eso, que fue un arma de los represores, los familiares de las víctimas terminaron usándolo en su contra, como es bien sabido: lograron hacer de esa condición no una traba para su reclamo, sino al contrario, un impulso poderoso para volverlo más inobjetable.

Postular, luego, que el número de desaparecidos es mucho mayor que el documentado avanzó en la misma dirección, permitiendo extender en el tiempo indefinidamente la lucha reparatoria, porque de esa manera se aseguró que toda reparación fuera siempre escasa, parcial, apenas un módico consuelo para un universo de reclamos finalmente ilimitado.

El uso del número como un motor exponencial del reclamo abunda así sobre la misma lógica con que él se estructuró al utilizar la desaparición como su combustible. Y eso permitió a los sobrevivientes y sus herederos políticos volverse titulares de una lucha sin fin y sin límites. Porque siempre habrá más crímenes por desentrañar, investigar, y castigar. Asegurando que la víctima siga siéndolo, y de volverla inconsolable e incontable. Pues si los desaparecidos son no “este número” sino “muchos más”, entonces cada uno que hable en su nombre también lo será, hablará no por sí mismo sino por una entidad contra la que ningún número, ni electoral, ni estadístico, ni judicial ni de ningún otro tipo, tendrá oportunidad de oponerse u objetar nada.

El “movimiento” ha logrado así algo muy notable: seguir manteniendo en tiempo presente su condición de tribunal moral incuestionable e ilimitado, frente a un Estado impotente y siempre culpable, cuya culpabilidad, es más, sigue tan plenamente expuesta y vigente como el mismo día del golpe de Estado. No hay mejor forma que esta de dejar abiertas las heridas, y regarlas todo el tiempo con sal, diría Vicente Palermo. Y es por eso finalmente que la objeción que Victoria Villarruel planteara a Carlotto, “a voz nadie te votó”, esta no se viera en la necesidad de contestarla: sabe muy bien que los votos van y vienen, y son un número siempre relativo, mientras que el número de desaparecidos es de otro orden, en la medida de lo posible hay que mantenerlo incuestionable.

También para lidiar con esto, honrar a todos los muertos, y dejar de consagrar, santificar y volver “incontables” a algunos, para despreciar y “descontar” a los demás, nos va a hacer mucho bien. Y es de festejar que hasta actores en otro momento cerrados a cualquier consideración al respecto, como Horacio Verbitsky, se hayan mostrado mejor dispuestos últimamente a permitirlo. Porque va a llevar a un terreno más humano y menos religioso la consideración del problema de las secuelas de la violencia: de lo que se trata no es, finalmente, de consagrar la palabra ni el dolor de nadie, sino de reconocer y compartir el dolor de todos, y si logramos algo de eso habremos dado un paso enorme. En dirección a lo que en verdad estuvo en el origen de toda esta discusión, la promesa de Alfonsín de que ofreciendo un terreno para que eso fuera posible, la Constitución y las leyes ya iban a justificar holgadamente su vigencia.

Publicado en www.tn.com.ar el 25 de marzo de 2024.

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