Las elecciones europeas tienen en común con las de Estados Unidos la inalterable periodicidad de su convocatoria. Los norteamericanos votan el primer martes después del primer lunes de noviembre cada cuatro años y las del Parlamento Europeo se celebran entre los meses de mayo y junio cada cinco años.
El próximo presidente norteamericano marcará el rumbo de la política occidental y los diputados europeos colorearán el mapa político de 27 países miembros que elegirán al presidente o presidenta de la Comisión Europea, que será la cara más visible en la cúspide de todas las instituciones comunitarias.
Las encuestas americanas dan una ventaja a Donald Trump, que con su arrogancia conocida desprecia las posibilidades de Joe Biden y no digamos las de aquellos republicanos que se atrevan a plantarle cara.
Es tal su seguridad en la victoria que puede prescindir de los debates y aprovechar los varios juicios penales en los que está imputado para convertirlos en mítines electorales mientras responde con displicencia y chulería las preguntas que le han formulado ya varios jueces.
Las élites cultas y liberales estadounidenses no entienden ni saben explicar por qué más de la mitad de los votantes pueden enviar de nuevo a Trump a la Casa Blanca. La tendencia conservadora, antiinmigratoria en un país de emigrantes, proteccionista y endogámica es compartida por millones de americanos que parecen estar dispuestos a elegir a un presidente populista con postulados de extrema derecha.
El sistema tiene los suficientes contrapesos para impedir que se quiebren los principios de la democracia más sólida del mundo. Ya se verá.
En la batalla política de Europa no se decide el futuro del mundo, pero sí que se libra en el contexto de crisis de fondo en medio de dos guerras cercanas –Ucrania y Gaza– y de conflictos que pueden perturbar el libre tránsito de mercaderías en una economía globalizada e interdependiente.
Las encuestas indican que los conservadores del Partido Popular Europeo repetirán la mayoría, seguidos de socialdemócratas, verdes y liberales ocupando la otra orilla de la centralidad.
Pero hay otra fuerza representada por gobiernos y partidos de extrema derecha que gobiernan en Italia, Hungría y Eslovaquia. La posibilidad de que la Alternativa para Alemania se convierta en la segunda fuerza en las elecciones del 9 de junio asusta a millones de alemanes que no quieren correr el riesgo de aventuras peligrosas.
El partido de Marine Le Pen en Francia es probable que sea el más votado. A escala europea la extrema derecha sería la tercera opción más representación en el Parlamento, con el objetivo de formar una mayoría de bloqueo de corte antieuropeo.
La centralidad, desde los conservadores hasta los socialistas pasando por los verdes y liberales, es un elemento esencial para mantener la realidad de la Europa solidaria, la que representaba el traspasado Jacques Delors, que ha sido incubadora de muchas guerras, pero que, en palabras de Helmut Schmidt, ha hecho en el pasado siglo la mejor aportación al mundo que es el Estado de bienestar.
Es la Europa de Schengen, del euro, de los Erasmus, de la protección de minorías, de libertades y la de un reparto equitativo de la riqueza inspirado en la economía social de mercado. A Putin no le gusta y está dispuesto a desbaratarla.
Publicado en Clarín el 27 de enero de 2024.
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