miércoles 11 de diciembre de 2024
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Trump no será el último populista estadounidense

Las condiciones que lo produjeron deben entenderse para ser abordadas.

(Traducción Alejandro Garvie)

Después de cuatro años horribles y desconcertantes, muchos estadounidenses quieren creer que Estados Unidos está al borde de un nuevo comienzo. El ex vicepresidente Joe Biden parece haber superado al ex presidente Donald Trump en una elección presidencial muy disputada que sirvió como prueba de resistencia para los instrumentos de la democracia estadounidense. 

De todos modos, esta polémica temporada electoral no debería dejar a nadie optimista sobre el futuro. El giro autocrático y populista de la presidencia de Trump surgió a partir de profundas fracturas en la política y la sociedad de Estados Unidos, y los estadounidenses deben comprender y abordar estas, si quieren evitar que fuerzas similares se apoderen de la nación una vez más. Las raíces del trumpismo no comienzan ni terminan con Trump ni siquiera con la política estadounidense; están estrechamente conectadas con las corrientes económicas y políticas que afectan a gran parte del mundo.

SUELO FERTIL

Estados Unidos estaba listo para un movimiento populista en 2016, y lo sigue siendo hoy. En las últimas cuatro décadas se han abierto grandes desigualdades entre los altamente educados y el resto y entre el capital y el trabajo. Como resultado, los salarios medios se han estancado durante unos 40 años y los ingresos reales de muchos grupos, especialmente los hombres con bajos niveles de educación, han caído vertiginosamente. Los hombres con menos de un título universitario, por ejemplo, ganan significativamente menos hoy que sus contrapartes en la década de 1970. Ninguna discusión seria sobre los males políticos que han caído sobre Estados Unidos puede ignorar estas tendencias económicas, que han afligido a la clase media estadounidense y contribuido a la ira y la frustración entre algunos de los votantes que se volvieron hacia Trump.

Las causas fundamentales de estas desigualdades han resultado sorprendentemente difíciles de precisar. El surgimiento de nuevas tecnologías prodigio “sesgadas por las habilidades”, como las computadoras y la inteligencia artificial, ha coincidido con un período de crecimiento singularmente bajo en la productividad, y los analistas no han explicado de manera convincente por qué estas tecnologías han beneficiado a los propietarios de capital en lugar de los trabajadores. Otro culpable citado con frecuencia, el comercio con China, es claramente un factor contribuyente, pero las importaciones chinas realmente se dispararon solo una vez que la desigualdad ya estaba aumentando y la fabricación estadounidense ya estaba en declive. Además, los países europeos con flujos comerciales igualmente enormes de China no muestran el mismo grado de desigualdad que Estados Unidos. Tampoco la desregulación y la desaparición de los sindicatos en los Estados Unidos explican la desaparición de los trabajos de oficina y de manufactura, por ejemplo, ya que estas pérdidas son comunes en prácticamente todas las economías avanzadas.

Independientemente de su origen, la desigualdad económica se ha convertido en una fuente de volatilidad cultural y política en Estados Unidos. Aquellos que no se han beneficiado del crecimiento económico se han desilusionado con el sistema político. En áreas donde las importaciones de China y la automatización han llevado a la pérdida de empleos estadounidenses, los votantes han dado la espalda a los políticos moderados y han tendido a votar por aquellos que son más extremistas.

Una buena política puede comenzar a corregir la desigualdad económica: un salario mínimo federal más alto, un sistema tributario más redistributivo y una mejor red de seguridad social ayudarían a crear una sociedad más justa. Sin embargo, estas medidas no son suficientes por sí solas. Estados Unidos necesita crear buenos empleos estables y bien remunerados para los trabajadores sin título universitario, y el país está lejos de un consenso sobre cómo se puede lograr.

Junto con el resentimiento económico, ha venido la desconfianza hacia todo tipo de élites. Gran parte del público estadounidense y muchos políticos expresan ahora una creciente hostilidad hacia la formulación de políticas basadas en la expertisse. La confianza en las instituciones estadounidenses, incluido el poder judicial, el Congreso, la Reserva Federal y varias agencias de aplicación de la ley, se ha derrumbado. Ni Trump ni la reciente polarización partidaria pueden ser los únicos culpables de este cambio antitecnocrático. El rechazo casi total de los hechos científicos y la formulación de políticas objetiva y competente entre buena parte del electorado y el Partido Republicano es anterior a Trump y tiene paralelos en otros países: Brasil, Filipinas y Turquía, por nombrar algunos. Sin una comprensión más profunda de la raíz de tal sospecha, los legisladores estadounidenses pueden tener pocas esperanzas de convencer a millones de personas de que mejores políticas, diseñadas por expertos, mejorarán enormemente sus vidas y revertirán décadas de declive. Los políticos tampoco pueden esperar poner un freno al descontento que impulsó el ascenso de Trump.

SEMILLAS VENENOSAS

Los movimientos populistas prosperan gracias a la desigualdad y al resentimiento con las élites. Sin embargo, estas condiciones por sí solas no explican por qué los votantes estadounidenses en 2016 giraron a la derecha en lugar de a la izquierda a medida que aumentaba la desigualdad y los muy ricos se beneficiaban a expensas de la gente común. En los Estados Unidos, un movimiento populista de derecha estaba listo para convertirse en el vehículo de los agravios de la gente común y casar esos agravios con una postura que era anti-élite, nacionalista y, a menudo, autoritaria.

El populismo de derecha no surgió en Estados Unidos debido al carisma trastornado de Trump. Tampoco empezó con el encaprichamiento de los medios de comunicación con sus declaraciones indignantes, o con la intromisión rusa, o con las redes sociales. Más bien, el populismo de derecha resurgió como una poderosa fuerza política al menos dos décadas antes de que Trump tomara el poder del Partido Republicano, ¿Recuerdan a Pat Buchanan? Y tiene análogos en todo el mundo, no solo en las democracias maduras que se tambalean por la pérdida de empleos en el sector manufacturero, sino también en países que se han beneficiado económicamente de la globalización, incluidos Brasil, Hungría, India, Filipinas, Polonia y Turquía.

Nunca fue una conclusión inevitable que el Partido Republicano se entregara a tal movimiento y a Donald Trump como su abanderado. Se puede argumentar que los republicanos apoyaron a Trump porque estaba dispuesto a ejecutar su agenda: recortar impuestos, luchar contra la regulación y nombrar jueces conservadores. Por desgracia, esta es solo una pequeña parte de la historia. La popularidad de Trump aumentó en base a posiciones diametralmente opuestas a la ortodoxia republicana: restringir el comercio, aumentar el gasto en infraestructura, ayudar e interferir con las empresas manufactureras y debilitar el papel internacional del país. Uno puede apuntar a tasas de polarización disparadas ante Trump o reprender el papel del dinero en la política. Sin embargo, estos factores difícilmente explican el abandono total de muchos de los principios políticos clave de un partido de 150 años. Antes de 2016, pocos hubieran creído que el Partido Republicano intentaría destituir y encubrir la intromisión de un gobierno hostil en una elección presidencial.

UN DESMORONAMIENTO GLOBAL

Trump y el trumpismo son fenómenos norteamericanos, pero surgieron en un contexto innegablemente global. Bajo Boris Johnson en el Reino Unido, el Partido Conservador se está transformando de una manera similar, aunque más benigna, a la del Partido Republicano. La derecha francesa se ha quedado atrás del Rally Nacional (el nuevo nombre del Frente Nacional de extrema derecha). Y la derecha turca se ha rehecho a sí misma a la imagen de un hombre fuerte, Recep Tayyip Erdogan. Juntos, estos y otros casos demuestran no solo polarización, sino un completo desmoronamiento del antiguo orden político.

No es evidente cómo y por qué ha ocurrido este desmoronamiento. El primer lugar para buscar una respuesta son las principales tendencias económicas transversales de la era actual: la globalización y el auge de las tecnologías digitales y de automatización, las cuales han inducido rápidos cambios sociales junto con ganancias no compartidas e interrupciones económicas. Como las instituciones demostraron ser incapaces o no estar dispuestas a proteger a quienes sufren estas transformaciones, también destruyeron la confianza pública en los partidos del establishment, los expertos que afirman comprender y mejorar el mundo, y los políticos que parecen cómplices de los cambios más disruptivos y confabulados con quienes se han beneficiado sigilosamente de ellos.

Desde esta perspectiva, no es suficiente condenar el colapso del comportamiento cívico o incluso derrotar a los populistas tóxicos y a los hombres fuertes autoritarios. Aquellos que buscan apuntalar las instituciones democráticas deben construir otras nuevas que puedan regular mejor la globalización y la tecnología digital, alterando su dirección y reglas para que el crecimiento económico que fomentan beneficie a más personas (y quizás sea más rápido y de mayor calidad en general). Generar confianza en las instituciones públicas y los expertos requiere demostrar que trabajan para las personas y con las personas.

Publicado en Foreign Affairs el 6 de noviembre de 2020.

Link https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-11-06/trump-wont-be-last-american-populist

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