Muchos manifiestan sorpresa en estos días frente a las encuestas que indican que un buen porcentaje de los argentinos, aunque ya se ha dado cuenta de que el ajuste no se va a cargar solo en las espaldas de “la casta” sino en buena medida en las de asalariados y trabajadores informales de bajos ingresos, jubilados y otros sectores bastante poco privilegiados por el “antiguo régimen”, siguen apoyando al Gobierno, o al menos depositan en él cierta confianza.
En esto pesa, sin duda, el hecho de que no parece haber mucha alternativa: dado que el centro político se ha descompuesto y no logra articular propuesta alguna más o menos de conjunto, y el kirchnerismo se embanderó en una resistencia cerril, de la mano de Kicillof, Grabois y los Moyano, es bastante lógico que aún los damnificados por el ajuste prefieran que la gestión tenga éxito, Milei encuentre una salida y no caigamos en un total caos económico, que parecen ser las únicas dos alternativas disponibles.
También influye el hecho de que el Presidente ha sido bastante eficaz en instalar el argumento de que “esta vez el esfuerzo vale la pena”, de que “hay luz al final del túnel” porque si completamos el ajuste vamos a tener una economía más sana, productiva y, por tanto, más inclusiva, lo que beneficiará también a los hoy damnificados.
Pero eso no es todo: influye también una disposición de más largo plazo, de la sociedad argentina en general y de sus sectores bajos en particular, a adaptarse a un contexto de pérdidas crecientes, con la idea de que resistirse no tiene mucho sentido porque el deterioro es inevitable, y ese destino de declinación es, finalmente, el menor de los males que puede tocarnos.
Es que, para sostener durante los últimos 12 o 13 años la sobrevida de un colapsado régimen económico, los gobiernos kirchneristas crearon un dispositivo muy complejo de administración del deterioro económico que les permitiera, en pocas palabras, gestionar el empobrecimiento: planes sociales, empleo público en provincias y municipios, subsidios de todo tipo, infinitas cajas, kioscos e intervenciones discrecionales y particularistas para proteger también infinitos intereses puntuales; y, por sobre todas las cosas, el relato de que cualquier paso que se quisiera dar fuera de ese esquema de políticas y mecanismos estatales de regulación significaría una amenaza también para lo que iba sobreviviendo de ese orden, así que mejor perder un poquito cada día que enfrentarse a pérdidas masivas detrás de ilusas promesas de reforma.
El dispositivo funcionó muy bien durante el segundo mandato de Cristina, incluso se templó y consolidó durante el gobierno de Macri y terminó de extenderse y enredarse en el de Alberto. Permitió administrar, con baja protesta social, muchos años de estanflación y falta de horizontes e hizo posible, así, que el kirchnerismo siguiera controlando al peronismo y gobernando directa o indirectamente los destinos del país.
Ahora esa misma tolerancia al empobrecimiento está siendo usada por Milei para nuevos fines: en esencia para que la sociedad acepte un “último esfuerzo, esta vez útil”, para encontrar una salida y poner las bases de una nueva economía, más próspera y auténticamente inclusiva.
De allí que lo que los kirchneristas denuncian como injustificada “crueldad gubernamental”, en verdad para mucha gente no sea más que otra dosis de la misma medicina que ellos le venían administrando. Y para Milei sea el “rigor” que hace falta para que este “último esfuerzo” de sus frutos.
Es en gran medida por esta lógica con que se ha venido procesando nuestro empobrecimiento que, además, el pronóstico que hacen los K, y por cuyo cumplimiento rezan todos los días, de que pronto habrá algo así como una explosión social, luce como una forzada expresión de deseos que difícilmente se verifique.
La pasividad y la adaptación siguen siendo las notas principales del comportamiento social, en una Argentina que ya no tiene mucho de aquella sociedad activa, integrada y obsesionada por la igualdad de mediados del siglo pasado. Esta es una Argentina nueva, hija del kirchnerismo, y parece haberse vuelto contra sus fundadores, no solo en el sentido de que está harta de ellos, de sus relatos, sus excusas y sus curros, sino también de que está decidida a usar lo que encuentre a mano, aunque no le simpatice demasiado, para liquidar su predominio.
De allí que, aun cuando Milei siga equivocándose en los diagnósticos y los remedios, interne a su gestión en batallas inútiles y abuse a todas luces de su poder, tal vez siga teniendo por un tiempo, más del que a muchos les resulta razonable atribuirle (aunque tampoco infinito), una ventana de oportunidad para que su gestión salga adelante.
Publicado en www.tn.com.ar el 10 de marzo de 2024.