El drama de Venezuela trae al presente viejos dolores y sufrimientos latinoamericanos. De nuevo, simplemente, un gobierno empoderado ejerce ese poder por encima del respeto a la ley de su Nación.
Un relato cada vez más irreverente y absolutamente fuera de la realidad, pretende dar al abuso un sentido patriótico y anticolonialista que hiere la inteligencia de ciudadanos, quienes día a día han tomado conciencia del engaño. Un engaño persistente, de larga data, que sin embargo se derrumba en estos días, inevitablemente.
Sobrevuela a Venezuela un aire de fin de ciclo que aún no termina de definirse y amenaza con más muertes sobre el pueblo, que esta vez ya no se calla. Contra el hambre y la pobreza generalizada no hay mentira que pueda sostenerse demasiado. Y sin embargo, el gobierno se resistirá hasta que pueda aguantar. Campea un riesgo que nadie puede ignorar.
Quien maneja el gobierno, más allá de posicionamientos ideológicos, deja apreciar hace mucho tiempo que no está bien. Habla con próceres y Chávez llega hasta él a través de un pajarito que en su canto le marca el rumbo. Simpático. Pero nada justifica que organismos y sectores relacionados con un supuesto progresismo se nieguen a miran lo que está pasando en Venezuela. El poder violento y sectario no es admisible en ningún caso y cualquiera sea su ideología. De ellos se espera una definición urgente. No sea que salga a la vista que los derechos son tales solo en el caso que quienes son vulnerados piensen parecido. Eso no sería defender los derechos humanos.
Una corriente de la historia asociada con la psicología, ha sostenido estudiando la estructura de poder en el Imperio Romano, que existe en mandatarios con poder tan inmenso un permanente desafío por tratar de saber hasta dónde puede llegar ese poder, qué tan ilimitado es. Ese “medirse” llevó a la dinastía Julio Claudia a desafiar límites increíbles, como cuando Calígula nombró Senador a su caballo “Incitatus”, o las tantas locuras de Nerón, como cuando hacía correr los toldos del Coliseo sólo para que la gente sufriera el calor. Cuando alguien, entonces u hoy, planifica una política porque conversó con un muerto a través de un ave, o conduce a un país consultando no solo a un perro, (que suelen ser seres limitados en materia de economía y política) sino que además ese perro está muerto, hay señales que deben advertirnos que estamos en una situación endeble, que con el tiempo casi seguramente no terminará muy bien. El principio del problema está en aceptar lo inaceptable. Cuando el desatino crece, sus consecuencias pueden ser dolorosas.
Y en Venezuela hoy parece terminar, y muy mal, la historia del verborrágico presidente que habla con el pajarito. Claro que ya terminó muy mal para los ocho millones (ocho millones, dos veces la población de Uruguay) que desde hace ya tiempo debieron abandonar el país. Un dictador desencajado que intenta llevar la discusión a un terreno supuestamente ideológico desde consignas anacrónicas y disparatadas. Quienes no están con sus políticas son inevitablemente conspiradores, (al igual que para un vecino nuestro que ha llegado a ver un comunista en Alfonsín) y sabe que en la caída tendrá que dar respuestas ante la infinidad de cargos que se le vienen, sin que nada permita suponer que pueda sortearlos. Maduro va a caer pero no me extrañaría que quisiera defender su lugar más allá de toda conducta razonable (por qué habría de tenerlas) y a cualquier precio.
Los excesos y las “locuras” no son graciosas en los jefes de Estado. El desprecio por la ley, la agresividad con quienes piensan diferente, la intolerancia, la agresión, la represión, no deben ser toleradas desde un inicio. Con el tiempo se hacen inmanejables y cambian la historia de los países. A veces no se vuelve de ese triste lugar.
La institucionalidad y el respeto innegociable por la ley, son la única opción para que no se repitan episodios como el de Venezuela, desde cualquier ideología. La preocupación y el claro posicionamiento en favor de la democracia venezolana deben ser la marca de la acción del radicalismo en este momento. La solidaridad con un pueblo que en épocas de represión y muerte en nuestro país protegió y dio asilo a muchos de quienes debieron exiliarse, no puede sino ejercerse desde cada sitio que sume a la causa.
Los días que vienen veremos seguramente el final de un ciclo. También conoceremos cuál es su costo final. La tragedia amenaza a Venezuela, y nadie debe sacar sus ojos de allí, pues la atención internacional es la única protección para un pueblo que ha decidido ir hasta el final.