Si la idea orientadora de nuestro sentimiento patrio y los esfuerzos para construirlo pudieran hablar -y fueran escuchados en nuestros días-, quizás dirían algunas palabras como las que Borges puso en “Sala Vacía” recordando a quienes hicieron nuestra patria:
“Y ahora apenas están / en las mañanas iniciales de nuestra infancia. / La luz del día de hoy / exhalta los cristales de la ventana / desde la calle de clamor y de vértigo / y arrincona y apaga / la voz lacia / de los antepasados.
La ferocidad inmoral de nuestros atrasos se extiende sobre todo el territorio nacional, atravesando jurisdicciones provinciales y municipales, y en consecuencia sobre los habitantes que allí flotan. Una cruz trágica entre pobreza e indiferencia, en medio del desarraigo. Así subsisten como pueden millones de hombres y mujeres de todas las edades, con sombras en el alma y decepciones tácitas en sus corazones, sin ilusiones donde refugiarse. Con desesperación callada. Por ahora.
No se gobierna provechosamente una comunidad, confiando en la casualidad de las gestiones afortunadas, en circunstancias internacionales ventajosas, o en la inspiración de líderes personalistas. Hasta la más simple organización comunitaria, requiere seriedad, programación, previsión en el tiempo, algunas certidumbres, ejecución eficaz y un sentido final de interés para el conjunto, administrando criteriosamente prioridades y diferencias.
Sin embargo, asistimos día tras día a grotescos que exteriorizan lo innoble del poder y sus ambiciones contradictorias, con crueldades y cobardías propias de las gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico que alguna vez comentamos en Nuevos Papeles (“El regreso de Ubú Rey”, evocando a Alfred Jarry (1873/1907).
La ejemplaridad es quizás el principal atributo que debe transmitir la conducta magistral de los gobernantes. En la antigüedad se hablaba de maestros que no sólo exponían la ley, sino que eran la ley a través del ejemplo de sus acciones y de sus vidas.
Ante su ausencia, hay militantes de la fabulación paródica -más allá de la metafísica tanto como ésta se ubica más allá de la ciencia-, que propaga soluciones imaginarias y en el principio de las excepciones, pero no son ejemplos magistrales.
La regla es la excepción de la excepción -lo extraordinario- que justificaría como provechosa la vigencia viciosa de la anormalidad y la improvisación constantes, disfrazadas como audaces y atractivas aventuras cotidianas de inspiración popular.
Presuntuosamente ofrecen abrir puertas extrañas hacia ningún lugar, mientras al mismo tiempo abandonan a su suerte a nuestros hermanos de adentro, y enturbian las relaciones con nuestros vecinos inmediatos y mediatos.
La oposición arrastra responsabilidades. Es meritoria, pero se ve tironeada por los sucesivos caprichos gubernativos, imposibles de confrontarlos razonando, por la velocidad del arbitrario comportamiento multicéfalo del poder, empecinado en desorganizar todo cuanto puede, con impulso dislocado que desestabiliza a propios y extraños.
Su discurso destaca el fortalecimiento de su unidad, la defensa de los valores, el “no todos somos iguales”, “la agenda de la gente”, abrirse al mundo, y seguir la inducción temática monocorde de algunos medios energúmenos –tanto como sus adversarios-, comentando las tonterías del Presidente, las cartas y silencios sibilinos de la Vice Presidenta, o la renuncia de Isidorito Cañones, el play boy sureño y albacea conjetural del conurbano.
Mientras se perfilan candidaturas prematuras, porque primero deben ser los conceptos y luego las personas a quienes se encomiende su realización.
Cada vez es más necesario no sólo criticar y denunciar corruptelas, sino hablar de los qué, los cómo y los cuándo se afrontará cada problemática. Exponer las propuestas concretas con las cuales se postula para gobernar y conseguirá hacerlo, llegado el caso.
De poco serviría ganar sólo por rechazo al espanto, sino se elabora y dice para qué y cómo contendrá democráticamente al frankenstein de los bloqueos, gobernadores e intendentes feudalizados, casta sindical, movimientos sociales organizados con grandes cajas y aparatos de mando, y una oposición que no se mostrará –entonces- amiga del diálogo edificante.
Y si todos los componentes del colectivo no se comprometen desde ya a trazar y respetar las líneas fundamentales de políticas públicas en esta época de profunda crisis.
¿Y qué hay de la famosa hoja de ruta y letra chica, que se ha puesto de moda exigir a raíz de las fintas con el FMI? ¿Cuándo se descubrirá y analizará el misterio que nadie ha podido conocer aún de ese acuerdo enigmático?
El mundo está crecientemente amenazado por el eje de los imperios autoritarios, que acaban de pactar su acompañamiento a futuro. En nuestro rincón del mundo debemos poner toda nuestra fuerza e inteligencia para conseguir que la Argentina comience a salir del pantano que hemos sabido construir, y logre hacerlo dentro de las condiciones de bienestar y civilidad de las sociedades abiertas.
Los “revolucionarios” impulsan la ruptura porque creen en los méritos del conflicto y el estallido dirigido y aprovechado por ellos. Por el contrario: (…) La paz es monótona, prosaica, ordinaria (…) dijo Alberdi en su única novela (“Peregrinación de Luz del Día”): (…) no produce héroes, ni glorias, ni laureles, pero produce lo que vale más que todo esto: la capacidad de un país para gobernar su propio destino (…), (y) es condición de la libertad (…) sin abstenerse jamás de buscarla.
Acordarse de Alberdi en estos días, parece una antigüedad, ¿no? Bueno, diría Erasmo, un poco de locura no viene mal, de vez en cuando. El asunto es no abusar hasta el punto de ser parte de ella misma.