En la notable Total Recall (aquí llamada El Vengador del Futuro), dirigida por Paul Verhoeven y basada en un cuento de Philip Dick (We Can Remember It for You Wholesale), vemos a Arnold Schwarzenegger como un simple empleado que sobre el comienzo de la película va a una empresa llamada Rekall, la cual promete implantar “recuerdos” de vacaciones en diversos lugares, incluyendo Marte (que ha sido colonizado por los humanos para ese momento). Los anuncios de la compañía prometen que “you can buy the memory of your ideal vacation cheaper safer and better than the real thing”.
El querido Arnold está obsesionado por misteriosos sueños sobre Marte y va a Rekall para que le implanten recuerdos fabricados sobre el planeta; una vez que está allá, en lugar de ir como turista, decide viajar como agente secreto. Esto activará memorias escondidas en el protagonista (que descubre que estaba viviendo una vida también implantada con falsos recuerdos, y que en realidad es algo así como un agente secreto, un infiltrado, pero se arrepiente, en fin, véanla, es buenísima), desatando el resto de la trama.
En este momento de quiebre en el mundo entero, donde todo parece estar cambiando muy velozmente y hay mucha incertidumbre sobre el futuro, una de las pocas cosas sobre las cuales podemos estar seguros es que el negocio del turismo, en particular el internacional y el nacional de larga distancia, enfrenta perspectivas bastante negras por algunos años al menos. Entre el miedo de la gente a contagiarse (que probablemente no desaparezca rápido, aunque se logre encontrar curas o vacunas contra el COVID-19), las limitaciones al movimiento de personas (que también tal vez duren un buen rato en forma de mayores controles a la salud de los viajeros, restricciones para personas provenientes de determinados lugares, etc.) y la propia pérdida de ingresos/activos derivada de la crisis (que llevará a las personas a restringir algunos gastos no esenciales), el turismo tiene todas las fichas para temer una caída fuerte y persistente en el volumen de sus negocios.
En este lúgubre escenario, es hora de que negocios como Rekall empiecen a tomar vuelo en la vida real. Pensemos por ejemplo en un/a ciudadano/a argentino/a que quiere conocer Venecia. Si decide viajar allí en la vida real, va a gastar mucho dinero, se va a exponer a fatigosos controles de seguridad y sanitarios, deberá transitar aeropuertos y aviones en donde la probabilidad de contagio de enfermedades transmisibles es alta y encima correrá el riesgo de quedar súbitamente atrapado/a en una pesadilla debido a la súbita emergencia de una pandemia que le impida volver a su casa. Esto sin hablar de que tal vez cuando vaya a Venecia le toque mal tiempo, los lugares que quiera visitar estén cerrados por reparaciones u otras razones, o bien estén atestados de gente …
Si Rekall nos prometiera que, en lugar de todos estos costos, peligros y azares, podemos recibir un seguro, eficiente y relativamente barato “implante” de nuestro viaje perfecto a Venecia, y que esas memorias fueran tan reales como las que tendríamos del turismo “físico”, ¿cuantos se negarían a esa opción? Al final de cuentas, ¿qué nos queda de los viajes sino recuerdos?
El/la lector/a podrá creer que esta nota es una simple broma, pero la escribo con toda seriedad. No creo que haya ningún impedimento del mundo físico que haga imposible que ocurra algo como lo que describo, en un futuro que puede estar más o menos cercano, pero que no tiene probabilidad de ocurrencia cero. Ya existe, por ejemplo, la llamada “realidad aumentada”, que puede ser la base de una futura tecnología de “recuerdos implantados”.
Si esto ocurre, asistiremos a una brutal redistribución de ingresos desde las locaciones en donde el turismo es una fuente importante de negocios a las empresas tecnológicas que ofrezcan estos nuevos servicios. Tal vez algunas de esas locaciones puedan eventualmente lograr proteger parte de sus ingresos vía unos nuevos “derechos de propiedad” que, como las indicaciones de origen, hagan que solo las empresas que paguen un determinado royalty puedan vender “recuerdos” de ese lugar (quedaría sin embargo por ver como se reparten esos ingresos entre todos los agentes de la cadena que hoy viven de ese negocio, así como la factibilidad de controlar que solo quienes paguen el canon puedan ofrecer los recuerdos, pero esos son temas que seguramente se discutirán cuando el futuro que imagino emerja).
Por cierto, el negocio se puede extender a otro tipo de experiencias. Podemos también tener memorias implantadas de amistades, amores, encuentros sexuales, eventos históricos, recitales, partidos de futbol (de hecho, ya sabemos que si todos los que dijeron haber asistido a tal concierto o haber visto tal gol en vivo hubieran estado ahí los estadios tendrían que albergar a 1 millón de personas). En tiempos de sequía por restricciones a reuniones masivas el Barcelona por ejemplo podría ganar algún dinerillo haciéndote creer que estuviste algún día que Messi metió un hack trick por ejemplo. La lista es infinita, y el campo está abierto a los emprendedores.
Podemos cerrar citando otra excelente película también basada en un libro de Dick. En Blade Runner (sobre “Do Androids Dream of Electric Sheep”) existen unos mutantes (llamados replicantes en la película), a quienes sus creadores les ocultan su real identidad para que crean que son seres humanos. Esto se hace a través de la programación de sus memorias y también, un detalle muy tierno para mí, dándoles fotos que aparentemente prueban que alguna vez fueron niños, tuvieron padres, etc. En algunos años tal vez todos nos parezcamos a los replicantes de Dick, y cuando miremos nuestras fotos de Bariloche estemos en realidad gozando de un falso recuerdo cortesía de alguna Rekall del futuro (bueno en realidad nada me asegura que mis fotos de Bariloche sean “reales” ahora que lo pienso).
Publicado en Alquimias Económics el 17 de abril de 2020.
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