sábado 21 de diciembre de 2024
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Sergio Ramírez: “La democracia debe crear fuerzas éticas”

Una de las primeras entrevistas que reproducimos en Nuevos Papeles fue esta de Gabriel Palumbo a Sergio Ramírez. El exvicepresidente nicaragüense hoy se encuentra enfrentando una persecución judicial del dictador de ese país, Daniel Ortega. 

Ramírez, abogado, político y escritor nicaragüense, fue cinco años vicepresidente de su país en los comienzos de la revolución sandinista. El proceso político de la revolución culmina con la derrota en las urnas en 1989, luego dirigirá durante un tiempo al grupo parlamentario sandinista, del que se marchará expulsado por disidencias internas cuando promueva una serie de reformas democráticas a la Constitución de 1985, rompiendo definitivamente con Daniel Ortega antes de su giro populista hacia la derecha. En el camino de la literatura ha logrado hitos importantes, como ser su libro Adiós muchachos, en el que da por finalizado ese camino revolucionario. Escribe periódicamente en el blog literario “El Boomerang”. 

Creemos importante hoy, como una muestra de solidaridad Sergio Ramírez, recuperar esta entrevista. 

Por una cuestión de orden y de presentación me gustaría pedirte que nos cuentes como fue tu biografía, esa mezcla de biografía intelectual y personal que te llevo a ser Sergio Ramírez hoy en 2017.

Quise ser escritor desde la adolescencia y empecé escribiendo cuentos cortos. Desde los 15 años me preparé para ser un cuentista leyendo cuentistas, luego encontré una conexión con la novela y entendí la relación corta y larga como un todo. Pero en un país como Nicaragua, donde influyen las posiciones académicas, mis padres insistían mucho que yo tuviera un título profesional como ser medicina o derecho, pero no por el ánimo de litigar, ser juez o ejercer la carrera de abogado sino como una plataforma.

¿Tus padres eran profesionales?

Mis padres eran comerciantes, mi madre era maestra. Vengo de un pueblo pequeño de la meseta tabacalera del Pacifico nicaragüense, para iniciar la carrera de derecho me traslade a la ciudad de León, la antigua capital del país en la época colonial, con mucha tradición, religiosa y ahí me quede cinco años, siendo muy joven, a partir de los dieciséis o diecisiete. Fueron unos años muy definitivos para mí, para mi orientación política también, con la lucha contra la dictadura, ganando conciencia política. Sobreviví a una masacre perpetuada por el ejército en una manifestación de estudiantes, sabiendo conjugar la lucha contra la dictadura con la de ser un intelectual. Veinte años después, ser parte del proceso revolucionario era natural como lo siguió siendo ser escritor, sin embargo, la revolución me hizo interrumpir mi carrera literaria muchos años. Cuando la aventura de la revolución terminó, retomé mi carrera de escritor, no es que salí a improvisar que iba a hacer con mi vida, sino que dije “bueno voy a mi oficio de escritor”, y a partir de entonces me he dedicado fundamentalmente a la literatura, con todo lo que conlleva la vida literaria. No es solo la escritura per se, sino también participar de la fundación y la edición de revistas literarias. En fin, muchas cosas ligadas a la literatura, pero fundamentalmente la escritura.

Vos habías hecho en tu época estudiantil una revista literaria, La Ventana, ¿fue un órgano pensado también en esta conjunción literario-política o era exclusivamente de literatura?

La revista se planteaba desde la perspectiva juvenil, la fundamos entre estudiantes, encara la literatura en un sentido de lucha política y social por el cambio, este era un poco la idea sartreana. Nos comprometimos siempre defendiendo a la literatura creativamente, independiente, no sujeta a parámetros políticos, pero la literatura fue un instrumento de abrirle un poco a la gente una agenda de la lucha política de Nicaragua y de América Latina. A eso se dedicó la revista La Ventana, publicada durante cuatro años. Cuando me gradué, me fui a vivir a Costa Rica catorce años, pasé un largo exilio, también en Alemania, y así vinieron los años de la revolución.

Leí que habiendo conocido en términos teóricos y literarios la idea del marxismo vos nunca te habías sentido un marxista.

Fui como un marxista emotivo, porque a Marx la verdad no… 

¿El capital no lo habías leído?

Viéndolo en perspectiva El capital era un recuento muy basto de lo que era la economía en el siglo XIX con estadísticas y progreso. Algunos libros de Marx me atraían más, como El 18 Brumarios. Puedo decir que abandoné la ideología en determinado momento…

Porque nunca estuviste en ese lugar… 

Creo que la palabra “emotivo” me define muy bien, porque creo en la responsabilidad de cambiar el sistema político y económico tal como era en Nicaragua. Hay que tomar en cuenta cómo interpreta la historia de América Latina la generación de los años sesenta, que es la que propone una gran propuesta de cambio en general. La generación del 68 de Francia, la Manifestación de las Antorchas en Tlatelolco, la generación de la descolonización en África, la lucha anticolonial en el medio oriente, Argelia, las propuestas de Sartre. En fin, la generación que hizo la revolución de los setenta en Nicaragua era esa a la que me refiero, la de los derechos civiles de Estados Unidos, la de la guerra de Vietnam. Todo esto hay que tomarlo en cuenta a la hora de definir si era un marxismo, pero también nos encontramos en determinado momento con la propuesta de un nuevo cristianismo, que en Nicaragua caló mucho, que era el de la opción de pensar por los pobres.

La teología de liberación.

La teología de la liberación se combinó muy bien en Nicaragua con el marxismo y dio un fruto muy importante: la revolución es ese resultado de esta combinación de marxismo y teología liberadora.

En esos momentos te pienso no como un marxista formado en la literatura, sino desde un lugar más de la emoción y de emotividad que vos decís, ¿los horizontes de libertad de que se planteaban esos días de la revolución permitían discusiones internas importantes o eran más dogmáticos?

Yo tal vez más, porque leí a Mariátegui con mucho gusto en el año 1970, me gustaba mucho esa textura que hacía entre cultura y política, cambio estructural, la propuesta cultural como una matriz de los cambios que me fascino, yo tenía un pensamiento por la vena libertaria por la propuesta de cambio, eso me ayudó mucho a tener mi propia perspectiva dentó de la revolución, en la que había muchísimas corrientes: estaban los marxistas tradicionales, chapados a la antigua comunista, los cristianos liberadores, que después se volvieron muy radicales, los socialdemócratas, los nacionalistas. El Frente Sandinista fue una suma de muchísimas vertientes de pensamiento.

¿Al cabo del tiempo, como mensurás las promesas de cambio de la revolución?

Yo creo que la revolución es un cambio en primer lugar ético, es muy importante definirlo de antemano. Los jóvenes que hicimos la revolución veíamos de las generaciones anteriores que habían fracasado en darle al país un perfil soberano ante las políticas agresivas de los Estados Unidos, que había sometido y convertido la política en una ciénaga que no respondía a lo que eran los intereses nacionales, que no había puesto a los pobres como sujeto de la historia. Esta era la propuesta que llevábamos por delante. El problema es que la propuesta choca con la realidad, nosotros éramos autonomistas, no teníamos la idea real de como mensurar la política económica en un país tan pobre y cometemos muchas equivocaciones, por ejemplo, el radicalismo de que la tierra cambiara inmediatamente de manos: la reforma agraria se hizo sobre bases equivocadas porque la tesis ideológica era que el Estado debía poseer la tierra para que los campesinos fueran propietarios agrícolas. Esto fue un error fundamental, la tierra no era como la revolución les había prometido. Y esto comenzó a provocar conflictos internos, rebeliones, la contra revolución se alimentó de esa disconformidad campesina porque no reciben lo que les han prometido y porque además tienen miedo de que la revolución comience, entonces este miedo es el que lleva a decir “no tomen las armas”. Esta contra revolución, al igual que en la revolución francesa con la rebelión campesina, es alimentada y apoyada por los Estados Unidos. Como ves, es algo que vienen desde muy dentro, de la incomprensión de lo que unos intelectuales como nosotros le están proponiendo al país y a ellos la compresión que tienen en este cambio. Lo que comienza a ser una grieta en la revolución es lo que lleva al final.

Tu relación bibliográfica con ese proceso es que vos mismo decidís dejar de ser un actor político.

La revolución dura una década, de 1989 a 1990 cuando perdemos las elecciones. Yo creo que cuando se ve el estado de la cuenta de perdida y ganancia, la revolución llegó al poder por las armas y la dejó por lo opuesto, yo esto nunca lo vi como una derrota, es que mi revolución había probado que había hecho lo que nos habíamos propuesto que era crear un sistema verdaderamente democrático, que era la propia revolución capaz de sacrificarse y entregar el poder a otra fuerza.

Desde ese punto de vista es una victoria absoluta.

No era fácil verlo en ese tiempo: entregar el poder por efecto de los votos, que es un sistema burgués de dilucidar el poder cuando este fue ganado por armas. El pueblo había votado en contra, no era una suerte de pobres contra ricos. Mucha pobreza quedó convencida que a revolución ya no era la solución.

Una rebelión popular de otro signo.

Ahí terminó para mí la revolución.

¿Lo viviste tranquilo o había tensiones internas fuertes?

Si hay dramas personales. Tantos años y ver que todo se deshace, que la gente te da la espalda, pero no está bueno que la gente se enoje.

¿Qué hiciste ahí?

En esos momentos yo no tenía ninguna responsabilidad más que político-administrativa como vicepresidente, no era miembro de la dirección del partido, esta era militar. Entonces pensé que había llegado el momento de regresar a mi oficio de escritor. No fue así, dado que por la Constitución los candidatos perdedores pasaban al parlamento, dirigí el grupo parlamentario sandinista durante algunos años. Después vinieron las disidencias internas dentro del frente de como volver al poder. Yo era de los que pensaba que deberíamos fortalecer la opción electoral, para que la gente nos volviera a votar. Pero se produce un debate sobre la apropiación indebida de bienes del Estado para mantener el proceso revolucionario, nos sacaron del partido, fundamos otro, también fracasamos y en 1996 ya estaba fuera de la política y de regreso en la escritura.

Durante toda tu narración hiciste énfasis en tratar de entender el contexto intelectual y político en el que había nacido tu propia participación y la de tú generación en la política. Hay todo un vínculo de esas ideas y de esas prácticas con la idea de revolución que estaba en ese momento en mucha mayor tensión con la idea de democracia e incluso con alguna democracia adjetivada. Me imaginaba cuando me contabas que ustedes habían sido un grupo que intentaron volver al poder por la vía electoral, que además fundaron otro partido, ¿hay un giro hacia una idea de democracia liberal en términos más intelectualizados o fue únicamente la realidad política?

Hay que tomar en cuenta algo fundamental: en 1990 la revolución cae del poder al mismo tiempo que se derrumba el muro de Berlín, se termina lo que antes se veía más que un socialismo burocrático de Europa oriental que es la Unión Soviética, vuelve a nacer un imperio ruso. La concepción intelectual revolucionaria cambia en el mundo. Sucede algo muy importante y es que la defensa de una economía central planificada como solución a los problemas del desarrollo de la economía de mercado, se derrumba. Es lo que está presente cuando Fukuyama anuncia el fin de la historia y el reinado del capitalismo y de la sociedad de mercado. La izquierda se queda sin uñas ni dientes para defenderlo, y acepta la sociedad de marcado sin dejar de ser izquierda. Eso la convierte en una izquierda social demócrata, equiparable a las otras democracias que es de lo que la izquierda tradicional había siempre renegado. Los grandes partidos de izquierda de América Latina pasan a ser hace años, el FMLN en El Salvador, o lo que va a ser la FARC en Colombia: partidos socialdemócratas, con opciones contenidas dentro del sistema democrático, donde para obtener poder o para gobernar hay que ganarlo, y en los que tú no puedas cambiar la economía de mercado, y todo eso ocurre después de la derrota de Sandinismo.

Desde el campo de las ideas o de los intelectuales que nacieron marxistas o incluso estructuralistas desde el punto de vista filosófico, como a caballo de la historia terminaron como grandes pensadores de la democracia, sin perder una lógica hasta romántica de la revolución, como puede ser Cortázar o tantos otros intelectuales.

No te olvides que Cortázar muere a principios de los ochenta, cuando esa idea está intacta: el sueño de un país socialista o de una comunidad socialista que pueda oponerse al capitalismo imperialista. En los años noventa eso ya no existía más, y su fracaso absoluto se da en Venezuela, se den las pruebas de como un régimen burocrático que acapara la riqueza y quiere distribuirla, ya no lo puede hacer y produce un verdadero caos, llevando al empobrecimiento y a la crisis política. Otro elemento que hace que la izquierda pierda fuerza es el elemento ético: para mí la izquierda fue un paradigma de la ética, la derecha era corrupta. La izquierda no podía serlo, pero esto cambió.

¿Cambio o estaban confundidos los que lo miraban así?

Cambió, porque también la filosofía que sostuvo a la izquierda, por lo menos a la izquierda guerrillera, era la austeridad, de entrega a los demás, la defensa a ultranza de los derechos de los pobres, el no aspirar solamente a las cosas materiales. Esto es el apostolado desde los cristianos primitivos o los guerrilleros heroicos, que tomaron la orientación del Che Guevara. Esto se termina y la izquierda en el poder prueba que no está habilitada para evitar la corrupción. En este caso se la llevan derechista e izquierdistas. Tenemos el ejemplo de Nicaragua, de Funes en El Salvador, del vicepresidente de Ecuador. Se acaba con este concepto de invulnerabilidad de la izquierda frente a la corrupción, entonces ¿qué es lo que pasa?, los meten en el mismo saco a la izquierda y a la derecha y tienen esa apreciación despreciativa en contra del sistema político. Ese me parece que es el daño más grave, esta falta de credibilidad en es sistema político, no lo consideran ético y ven a los políticos como marcianos, no se ven como parte de una clientela que puede entrar en la política y cambiar las cosas, sino que las rechaza de entrada y esto es desesperanzador y peligroso. Yo creo que en los noventa, el socialismo se da también un cambio radical de valores. Aquellos de la generación anterior que defendían la solidaridad comienza a decir “bueno yo me sacrifique, no es por nada, ahora voy a ver qué hago con mi mismo, que hago con mi familia”, como ocurrió en Nicaragua, mucha gente buscó como ir a las convenciones liberales para ganarse la vida, otros cogieron lo que no era suyo, se hicieron dueños de bancos, de riquezas, los más vivos. Entonces fue un parámetro ético que fue dinamitado. Y en el resto del mundo comienza el reinado liberal, triunfa la economía de mercado y no hay economía de mercado sin supremacía de los valores individuales.

¿Vos crees que la democracia no puede tener ese componente?

Si, la democracia debe crear fuerzas éticas si es capaz de crearlas, que cree una renovación moral dentro de la sociedad más allá de la economía de mercado. Yo no creo que la economía de mercado signifique necesariamente individualismo egoísta, acto que lleva a la corrupción y al enriquecimiento fácil. El próximo cambio que yo creo que puede llevar a una sociedad más justa, es que haya fuerzas nuevas que sean capaces de detener la ola de enriquecimiento ilícito.

¿Podemos pensar que hay también en la literatura un cambio?

Yo creo que sí, para mí la principal expresión de la literatura del comienzo del siglo XXI está escrita por los hijos y los nietos de quienes quisieron hacer la revolución. No solo las revoluciones triunfantes como en Nicaragua, sino de aquellos intentos de cambio profundo en Argentina, Chile o Brasil. Esa pregunta que se hace el hijo de si la muerte o el sacrificio del padre valió la pena, si el contexto estaba equivocado o cómo repongo a mis padres ante mí. Esto me parece que es una pregunta que entra en las aguas de la literatura de hoy en día. En las novelas de Patricio Pron, de Cisneros en Perú, aparece este planteamiento de los hijos frente a sus padres. El ajuste de cuentas generacional me parece que va a ser una marca muy importante en la literatura de comienzos del siglo.

Quedé muy prendido de lo que decís, pensando en el sentido de esa cierta tozudez que hay en la Argentina, de una cierta instalación en los años setenta, casi permanente, independientemente de que algún proceso político intente desmentir eso.

Yo creo que esta nueva literatura tiene que enseñar la obsolescencia natural de las ideas de los años sesenta y setenta, que la historia y sus sentimientos no se pueden repetir, los contextos han cambiado. Creo que tiene que tener respuestas de otro tipo. Esto es una ley de la biología, las especies que no cambian, perecen. Entonces este tipo de literatura tiene que ser necesariamente crítico, esa es la dialéctica de la historia.

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