En contra de lo que algunos artículos de opinión y medios están trasladando, Europa viene actuando con solidaridad y responsabilidad. Es evidente que todos debemos pedirle un esfuerzo mayor en estos momentos, como está procurando el Gobierno; pero al mismo tiempo tenemos que exigir que sea correspondida con lealtad por los Estados miembros. Por el momento, ha respondido ante esta crisis con más de 500.000 millones de euros en gran parte no condicionados y destinados de urgencia a atender, entre otras, cuestiones sociales como el desempleo.
Además, se ha abierto a incrementar su presupuesto, que en nuestra opinión debería ambicionar alcanzar el 3% de PIB, y ha comenzado a trabajar en un PLAN EUROPA (que creemos debería implicar al sector privado y afianzar una colaboración público-privada como modelo de reconstrucción) que haga frente a la crisis socio-económica que afectará a todos los países europeos, aunque el nuestro pueda ser el que más sufra esta crisis del conjunto de los Estados de la Unión; y probablemente, junto con China y Rusia, de los más afectados económicamente en los próximos años.
Debemos entender que Europa no es una especie de mina de oro donde ir a recoger el botín cuando las cosas nos van mal, y nosotros no hemos sido especialmente responsables con la política en nuestro país. Mientras otros países no se saltaban el confinamiento económico y han trabajado duro sacrificándose para seguir transformando sus economías profundamente, en España hemos sido testigos de un espectáculo político luctuoso en los últimos 5 años. Por eso, antes de culpar a Europa de manera irresponsable, deberíamos hacer algo de autocrítica para ganarnos la confianza de nuestros socios europeos y de sus ciudadanos.
Los Estados deben trabajar desde la lealtad con el Proyecto Europeo que es el que da más garantías de estabilidad económica y social a las actuales y futuras generaciones. Sería un error utilizar a la Unión como un escudo en el que protegerse de las responsabilidades en la gestión interna de la crisis o donde construir un enemigo público con el que confrontar para mejorar la valoración del liderazgo en la política interna de cualquier Estado miembro.
Europa es más que nunca un espacio de solidaridad social, de estabilidad política y de aceleración en la recuperación económica de la crisis. Va a ser el único respirador que nos permita salir adelante y recuperarnos a pesar de los ajustes a los que nos veremos sometidos inevitablemente y que sin lugar a dudas serán difíciles de asumir para los ciudadanos. Por ello, a pesar de las enormes dificultades que nos esperan, confrontar con el Proyecto Europeo en estos momentos, es populismo del peligroso.
Consideramos vital pensar más allá de nuestro país, e incluso de Europa, y no descuidar el exterior, donde tenemos muchos intereses, amplias colectividades que están sufriendo la pandemia sin recursos y miles de empresas que en estos momentos sufren las consecuencias del virus.
Pensamos, por ejemplo, en un eje con México y Argentina, en un programa de salida de la crisis que abarque a esa región, mediante una cooperación social reforzada en un doble sentido, que recupere niveles de inversión focalizada en salud, infraestructuras sanitarias, educación y empleo para jóvenes y donde participen empresas, ONG y Comunidades Autónomas interesadas.
Reforzar nuestra alianza estratégica con América Latina sería también una forma de reforzar la endeble Comunidad Iberoamericana de Naciones y dar a la desdibujada AECID de los últimos años -y también a la actual y constreñida SEGIB- un sentido más comprometido con la aguda realidad de los dos o tres próximos. Allí nos jugamos mucho prestigio, rentabilidades y puestos de trabajo.
Creemos que algunos países de América Latina -y especialmente México-, aunque sufran inicialmente, igual que el resto de países del mundo, un impacto económico fuerte, tendrán una enorme oportunidad y pueden ser los grandes beneficiados en la deslocalización de empresas y productos estratégicos acumulados en China, que buscarán nuevos países donde establecerse.
El acuerdo comercial entre Estados Unidos, Canadá y México, que entrará en vigor el próximo 1 de julio, puede ser determinante para que una gran parte de la producción de Estados Unidos implantada en China, se traslade en un futuro cercano a México. No descartamos que Europa siga esa misma línea estratégica con la conclusión de las negociaciones del acuerdo entre la Unión Europea y México que se ha dado estos días.
Desde el principio de la crisis, la voz del Papa y la del secretario general de las Naciones Unidas pidiendo el fin de los conflictos es una oportunidad a tener en cuenta. El confinamiento puede ayudar a la introspección, a la búsqueda de soluciones pacíficas y al fin de las disputas territoriales.
Parece un momento adecuado para repasar las relaciones entre Oriente y Occidente, la relación estratégica de Estados Unidos y China. Ante la inacción global de ambos y su inexistente comunicación en temas clave, Europa debe asumir su responsabilidad global interna y hacia su exterior. Por un lado, tenemos que seguir liderando el impulso de Conferencias de Reconstrucción Global desde el multilateralismo que debiera ser reforzado; y, por otro, tenemos la obligación de recuperar la producción estratégica y relocalizarla, al menos o parcialmente, en el interior de nuestro territorio o en diversos países que nos den mayores garantías de respuesta. Hemos comprendido que lo barato no siempre resuelve necesidades básicas.
Dejar la tecnología en manos ajenas cuando en Europa, y en España, tenemos brillantes científicos, potentes centros de investigación y empresas especializadas, es un error al que debemos poner freno con carácter urgente.
Necesitamos que la política vuelva a generar confianza como el principal ingrediente que los políticos tienen la obligación de aportar a la estabilidad de su país.
Los ciudadanos debemos asumir nuestra responsabilidad, entendiendo que tampoco nos hemos cuidado adecuadamente, y exigir a los partidos políticos recuperar el sentido de Estado y poner en práctica una nueva cultura política cívica, porque su ausencia tiene un coste demasiado alto para el conjunto de la sociedad.
Las empresas deben incorporarse definitivamente en la gestión global e implicarse no sólo durante una crisis, cuando su propio futuro está en riesgo; deben hacerlo desde su responsabilidad social integral sin escarceos cosméticos. Algunas han estado a la altura de las circunstancias; otras, que han estado desaparecidas, tendrán que hacer también un somero acto de contrición.
La capacidad del ámbito público para dar respuesta a todas las demandas de los más desfavorecidos y de las clases medias es absolutamente insuficiente. Dada su actual posibilidad de obtener ingresos y de generar reformas, los Estados necesitan el apoyo constante del sector privado para desarrollar respuestas integrales que garanticen la construcción de sociedades más equitativas.
El modelo de paz social debería ser revisado e incorporar competencias a instituciones ya creadas, como por ejemplo el Comité Económico y Social, con un peso y reconocimiento mucho mayor que el actual.
Necesitamos una sociedad en la cual las empresas y la sociedad civil se comprometan, además de con sus resultados, con sus ciudadanos de manera activa, para superar los retos globales. Son cada vez más las voces que piensan que el sistema capitalista actual está haciendo colapsar la sociedad y genera una desigualdad insostenible. Se necesitan ideas integrales para adaptarlo a las nuevas demandas de la sociedad.
Por otro lado, creemos que el gran problema de las últimas décadas en nuestro país es el empleo, que sufrirá un estrés desconocido en un periodo tan breve de tiempo como consecuencia de la pandemia. Tenemos que pensar en nuevas ideas; por ejemplo, ceder nuevas responsabilidades al nivel local, al menos durante un tiempo y con los recursos necesarios, coordinadas, eso sí, desde las Comunidades Autónomas y el Estado.
Bajar la tasa de desempleo como un reto de desarrollo sostenible hasta el 4% sería un reto para 2025. Es esencial que los municipios, conjuntamente con el sector empresarial, puedan apoyar la educación de sus jóvenes, atraer inversión nacional y extranjera al municipio y adaptar su formación a las potencialidades de la comarca.
Parece obvio que es el momento de construir mundos locales, informados, comprometidos y dialogantes. Será en los municipios más inclusivos, abiertos, dinámicos y proactivos, en donde reine el consenso y el espíritu de reconstrucción, donde se jugará parte de nuestro futuro en los próximos años.
El futuro está hoy sobre la mesa y además de pensar en cómo salir de esta crisis, nos jugamos el porvenir de dos generaciones al menos de niños y jóvenes y también la de nuestros mayores, que van a ser implacables a la hora de pedirnos cuentas.
Ese futuro, que tiene retos globales, de los que no podemos estar ausentes, tiene partes aleatorias, pero también responde a una planificación y coordinación concreta de esfuerzos y prioridades. Se trata de satisfacer necesidades y urgencias presentes, pero sin dejar de pensar en lo que podamos legar como herencia para las generaciones venideras. A eso lo llamamos desarrollo y progreso sostenible en el que nadie puede ni debe quedarse atrás.
Publicado en El Español el 1 de junio de 2020.