Cada nueva crisis del peronismo provoca una reflexión sobre su naturaleza y su destino. En los últimos ochenta años fue el protagonista de la política argentina en tiempos de dictadura y democracia, y el representante irremplazable de los sectores populares, que le dieron su impronta. Resignó esta cualidad ocasionalmente para recuperarla luego y regresar triunfante al gobierno, tornando impotente al antiperonismo, que lo enfrentó con métodos legales e ilegales a lo largo de su historia. En la actualidad, el movimiento creado por Juan Perón en la lejana década del cuarenta del siglo anterior atraviesa una crisis insondable, más allá de unidades forzadas o éxitos legislativos coyunturales. Transcurre desmembrado y sin brújula después de entregar el poder a un líder que basurea sus principios, al cabo de una gestión fracasada como pocas en el pasado. Ante esto, corresponde volver a analizarlo, con la intención de determinar las chances que le asisten.
Tal vez la interpretación más esclarecedora del peronismo la elaboró, en la década de 1990, el politólogo norteamericano Steven Levitsky, hoy un destacado profesor en Harvard, cuyas investigaciones recientes intentan demostrar cuándo una democracia deja de serlo, según lo expuso en el bestseller Cómo mueren las democracias, escrito en colaboración con su colega Daniel Ziblatt. Sin duda, el principal hallazgo de Levitsky fue interpretar al peronismo en clave organizacional y no ideológica, sorteando así el desconcierto ante los giros de 180 grados del movimiento, de los que fueron un paradigma Menem y los Kirchner, pero también el fundador, que en el origen opuso sin contemplaciones su figura a la del embajador norteamericano –el célebre Braden o Perón–, para abrir la economía al capital petrolero estadounidense pocos años después. Levitsky descubrió que había otro factor para explicar por qué una fuerza política con semejantes contradicciones pudo mantener un dominio político eficaz y perdurable.
Una de las primeras constataciones del investigador cuando llegó a la Argentina parece menor y sin embargo resultó inspiradora: las oficinas centrales del partido, donde deberían residir, según la experiencia comparada, sus principales dirigentes y los cuadros burocráticos estaban vacías, sin identificación visible, carentes de recursos, archivos y registro de actividades. Un dirigente designado presidente interino del PJ en 1990 le confesó al politólogo que durante los tres años que ejerció la función “yo era el único burócrata del partido”. Este es un testimonio entre tantos, obtenido de los cientos de entrevistas con dirigentes y activistas que realizó Levitsky para fundamentar empíricamente su primer paper, que es clave, acerca del fenómeno peronista. Lo tituló “Una desorganización organizada”, recogiendo el oxímoron empleado por Juan José Álvarez, entonces intendente de Hurlingham, para caracterizar al PJ. Semejante descripción, no prevista en la bibliografía disponible, requería una explicación novedosa, que proveyó Levitsky.
Otras observaciones le permitieron completar el primer trazo sobre la excepcionalidad peronista. En primer lugar, el bajo nivel de organización formal permitía ingresar al PJ prácticamente a quien quisiera, por invitación de un presidente de la nación, como fue el caso de Palito Ortega y Carlos Reutemann; o a través de la capacidad para financiar unidades básicas o ejecutar otras acciones bajo consignas genéricas extraídas del ideario peronista tradicional, como fue el caso de Alberto Pierri y Francisco de Narváez, entre otros. Por cierto, existieron alternativas para incorporarse al PJ y prosperar en él, pero estuvieron ligadas a la eficacia política, el dominio territorial o el oportunismo, no a un ascenso burocrático como en los partidos organizados. En segundo lugar, esa informalidad tuvo una consecuencia peculiar: la vinculación de los dirigentes con las bases populares sucedió, por lo general, fuera del partido, ancladas en el territorio y sus necesidades. De este modo, el puntero, como personaje y el reclutamiento clientelar, como procedimiento, se convirtieron en rasgos típicos del peronismo. La conclusión de Levitsky fue iluminadora: el PJ es un partido flexible y adaptativo, con altos niveles de fluidez en la cima y relativa estabilidad en la base. Eso les permitió a votantes y militantes asimilar a Menem y después a los Kirchner, ubicados en las antípodas programáticas, mientras ellos les aseguraran, para mantener la fidelidad, oportunidades de trabajo y progreso, y fondos para financiar obras, actividades y campañas. Se puede ser neoliberal o estatista sin alterar esta estructura y esos compromisos. “La organización vence al tiempo”, como quería el fundador, sin que la ideología necesite explicarlo.
Esta manera de funcionar nos sugirió en su momento una metáfora arquitectónica: el peronismo es como una casa de dos plantas; en la de abajo residen los dueños, que son los dirigentes intermedios, desde un líder barrial a un jefe sindical o un intendente; en el piso superior viven los presidentes peronistas, que alquilan la vivienda, hasta que cumplen el contrato y deben entregar las llaves. El alquiler es caro, pero mientras dure su mandato el inquilino puede afrontarlo con solvencia. Dispone de un balcón y puede pintar el piso del color que quiera, amueblarlo como le guste y poner la música que lo cautive, sin que importe si el intérprete es Chávez o Reagan.
Actualicemos ahora la metáfora: el último inquilino se fue muy mal del piso de arriba y dejó viviendo allí a su vicepresidenta, la última gran líder, ya declinante, que en virtud de ese pergamino se negó a devolver la llave. Los dueños están distanciados y dispersos y no saben qué hacer con ella, de modo que no recuperaron aún la propiedad. Para empeorar las cosas, la que no quiere irse cayó presa y pidió cumplir la pena en el piso que debía desocupar. Sale al balcón para ser aclamada por sus fanáticos en una escena algo patética, perteneciente a una época irremediablemente concluida. En el barrio los narcos reemplazaron al puntero, los vecinos empezaron a usar la IA y siguen a uno que se hace el loco, pero que no es loco y viene por todo. Sin embargo, ella, embelesada por su rol, continúa repitiendo antiguas letanías.
El movimiento político que Levitsky iluminó ya no es el mismo, porque el país y el mundo cambiaron. Se cae la casa peronista. Si fuera así, ¿podrán reconstruirla? Nunca digamos nunca sobre el invento de Perón, pero nuestra hipótesis es que esta vez se trata de una derrota cultural antes que política, lo que constituye una causa mucho más compleja que las que precipitaron crisis anteriores. Este peronismo enfrenta un problema dramático: no solo perdió votos, perdió significado para la sociedad.
Publicado en Clarín el 13 de julio de 2025.
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