Al arrancar el año, le pedimos al profesor Santiago Leiras un balance del año 2022 y las proyecciones para el 2023 en América Latina.
La noticia más importante del año es el regreso en Brasil de Lula al poder. ¿Qué puede esperarse en la región y en particular en el Mercosur a partir de enero, cuando asuma el nuevo presidente de Brasil?
Lo primero que merece ser destacado es que el regreso de Lula confirma el regreso de una muy heterogénea izquierda en la región en un clima de castigo a los diferentes oficialismos y de lunas de miel cada vez más cortas: las derrotas del Frente de Todos en 2021 y de la reforma constitucional en Chile en 2022, el proceso que culmina con el autogolpe y renuncia de Pedro Castillo hace algunos días atrás son un buen ejemplo del acortamiento de la tolerancia social hacia los nuevos oficialismos.
¿Qué se puede esperar en el Mercosur? Me da la sensación que poco, Lula vuelve, vuelve Brasil (con una frase símil Biden) a la escena internacional y me parece que lo va a hacer (o por lo menos va a procurar hacerlo) en aquellos ámbitos que ubiquen a Brasil en el centro de la discusión sobre los asuntos globales más que en aquellos relacionados con el “patio trasero” de la región.
El presidente uruguayo, Lacalle Pou, desafió a sus socios del Mercosur e intenta tratados de libre comercio. ¿Podrá llevarlos adelante?
En principio, y desde el punto formal, hay que recordar que existe una clausula cerrojo que impide este tipo de negociaciones en forma bilateral y que solo puede ser llevada a cabo por el bloque regional en conjunto (las negociaciones con la Unión Europea se llevan en este registro, aunque tampoco han logrado avanzar, pero en este caso por la responsabilidad de un actor estatal particular de la UE, Francia, en un contexto de presión y bloqueo de los productores agropecuarios al Estado).
Visto el estancamiento del Mercosur este desafío podría ser factible de llevar adelante pero solo puede prosperar con el apoyo del principal socio, Brasil. El recambio que va a tener lugar a partir del 1 de enero parecería no ser una buena noticia para ese tipo de iniciativas de carácter individual. Creo que en definitiva la energía e interés de Brasil en el Mercosur (interés que como te comentaba en la pregunta anterior parece escaso) será lo que defina la viabilidad de iniciativas como las de Lacalle Pou en Uruguay.
Castillo terminó detonando el débil sistema institucional en Perú. ¿Crees que se podrá estabilizar el país en el corto plazo?
Lo veo como un desafío difícil de poder efectivizar: una elección en el corto plazo me parece que reproduce los mismos problemas que llevaron a esta situación, pero por otro lado intentar culminar el mandato puede agravar aún más la situación y los problemas que llevaron a esta situación.
El problema es complejo de resolver y tiene varias posibles explicaciones: una constitución de 1993 creada a la medida de un presidente decisionista que no está (y que no tuvo reemplazo, Alberto Fujimori), un congreso fragmentado y además “organizado” (van adrede las comillas”) sobre partidos de alquiler (esta frase me la compartió un representante diplomático al que no menciono por razones de reserva de identidad) y líderes personales que surgen y desparecen en la medida en que van mutando esas etiquetas de alquiler. Sumado a todo esto, un país territorialmente fragmentado en torno a crónicas divisiones (“Sierra” Vs “Costa”) que se superponen a estas distorsiones institucionales.
Lo que me imagino es un Perú que va a continuar en esta dualidad de una política imprevisible y una macroeconomía previsible; también me preguntaría cuando tiempo más se puede sostener este inestable matrimonio de (in)conveniencia.
La guerra de Ucrania pareció darle sobrevida a Maduro en Venezuela. ¿Puede haber una transición pactada en Venezuela?
Venezuela rompió todos los manuales de la transitología con lo que nos hemos formado en los años 80’.
¿En qué condiciones podría darse alguna transición?
Primero en el marco de un clima que permita reestablecer la confianza política ante el fracaso de otras mesas de negociación como aquellas iniciativas de mediación llevadas a cabo en 2014, 2016 y 2019; Segundo, definir si se trata de una negociación entre actores internos representados en el oficialismo (más monolítico con base en un partido-estado, las fuerzas armadas y otras organizaciones sociales que ejercen funciones de control social) y la oposición al régimen (todo un desafío esto último dada la fragmentación opositora) o con la participación de actores externos reconocidos por las partes (la presencia de Noruega da la idea de que el proceso apunta en esta segunda dirección); Tercero, resolver que hacer con las Fuerzas Armadas venezolanas, un ejército politizado y cooptado a través de la participación en negocios públicos y privados, legales e ilegales; Por último, un gran desafío representa establecer el contenido procedimental de la agenda de negociación: dado que la misma puede involucrar compromisos en torno de las reglas e instituciones políticas, que tipo de compromisos podrían alcanzarse y sobre que procedimientos e instituciones.
La vieja bibliografía transitológica no resulta apta para dar respuestas a problemas nuevos, hay que pensar entonces en una nueva antología y los pactos antes ensayados tampoco parecen servir como referencia para una nueva hoja de ruta en la negociación.
El PRI mexicano se convirtió en el garante institucional y democrático. ¿Podrá resistir los avances populistas y antidemocráticos de AMLO?
El PRI se sostuvo en una interesante narrativa que incluía su propia percepción de representante natural del conjunto de la sociedad mexicana, de heredero de una revolución política, la de 1917, sumado a la coerción electoral en convivencia con un sistema de no reelección.
La pregunta contiene una interesante paradoja: un partido que a lo largo de la mayor parte del siglo XX representó al Estado, la Nación y la propia sociedad mexicana a través de un sofisticado esquema de control de la sucesión presidencial con un esquema que ponía al mismo tiempo estrictos límites a la reelección se transforma en las primeras décadas del (ya no tan) nuevo siglo en la garantía de control institucional y en el garante de una inconclusa transición democrática en México; esto por supuesto sumado a la presencia de otras instituciones como el Instituto Nacional Electoral (ex IFE actual INE) que han adquirido prestigio fuera incluso de las propias fronteras mexicanas desde el momento de su creación.
¿Podrá esta maquinaria resistir los intentos del propio Morena de convertirse en una suerte de priismo de siglo XXI? Creo eso que va a depender no solo de los partidos de oposición, de la recuperación de su credibilidad sobre todo, o de las agencias de control sino también de la propia capacidad de Morena de crear su propio sistema político (reglas, base de apoyo, narrativa que lo respalde).
Contra toda previsión, las elecciones de mitad de término en EEUU fueron un espaldarazo para Biden. ¿Cómo repercute en la región y, sobre todo, en los avances populistas?
La democracia después del COVID no se encuentra en su mejor momento en la región (bueno tampoco antes es verdad): si bien es cierto que la mayor parte de la región todavía continúa viviendo en regímenes democráticos, es cada vez mayor el número de democracias con déficits en materia institucional como así también de diferentes variantes de autoritarismo, sean están de carácter competitiva o plena.
En este contexto, las elecciones en EEUU fueron una buena noticia como límite a avances populistas (no perdamos de vista que a comienzos del 2021 tuvo lugar un intento de autogolpe en una las democracias más antiguas del mundo) junto con la derrota de Jair Bolsonaro aún en un contexto de una transición incierta como la que viene teniendo lugar en Brasil.
Se me venía a la cabeza una frase de Héctor Alterio en una vieja película de los años ’90, Caballos Salvajes (el que la recuerda urgente nueva dosis contra el COVID) y parafraseando a Alterio diría ¡La puta que vale la pena la democracia en América Latina!
Por último, ¿cómo ves el escenario político local en nuestro país?
Muy incierto desde el oficialismo, la “renuncia” de Cristina Fernández abre la puerta a una discusión interna acerca de quién va a pagaría el costo de una hipotética e histórica derrota del Frente de Todos en las elecciones de 2023 si se cumplen los pronósticos de las diferentes empresas de opinión pública ¿Quién sería el Leopoldo Moreau del FDT? ¿Axel Kicillof, Wado de Pedro? ¿Iría Alberto Fernández por la reelección producto de un default de alternativas? ¿Y Sergio Massa?
Estamos frente a una “renuncia” de CFK que probablemente tenga relación con los límites de su propia candidatura presidencial y la lectura en clave de un escenario de derrota del cual la vicepresidente procurará no quedar asociada como la madrina de la derrota del Frente de Todos.
¿Es más claro el panorama en la oposición? ¿O en las oposiciones? Sin el escenario de la eliminación de las PASO parece despejarse el fantasma de la ruptura en Juntos por el Cambio, aunque te confieso que no veo claro cómo va a ser la resolución de la interna (dentro de y entre los partidos de la coalición), en parte como producto de la “renuncia” de Cristina Fernández, de cómo evolucione la candidatura de Javier Milei y en parte como resultado de la ausencia de un liderazgo al interior de la coalición.
He insistido en diferentes conversaciones con colegas y amigos con mi idea de que el radar no estaría todavía detectando al próximo presidente a partir de diciembre de 2023, de la misma manera que Alfonsín en 1983, Menem en 1988/89, Néstor Kirchner en 2003, Macri en 2015 y el propio Alberto Fernández no fueron detectados en su oportunidad.
¿Quién será el próximo tapado? ¿Será producto de las PASO o de algún otro video? Tengo muchas preguntas, pero pocas respuestas la verdad.