Las fortísimas sanciones económicas aplicadas por Occidente, liderado por los EE.UU., ponen en jaque a toda la globalización económica y alterarán el orden mundial.
Washington está acostumbrado a aplicar sanciones económicas, sobre todo a países de poca relevancia en el orden mundial, con escaso éxito en cuanto a los resultados buscados y con gran perjuicio de las poblaciones afectadas. A partir del ataque a Ucrania, las sanciones occidentales son las medidas más duras jamás impuestas contra un estado del tamaño y el poder de Rusia.
La inédita campaña para aislar una economía del G-20 podría ser un boomerang, si resulta eficaz, porque la interconexión y las fragilidades existentes en la estructura económica y financiera del mundo significan que tales sanciones tienen el potencial de causar graves consecuencias políticas y materiales.
Los castigos han disparado efectos indirectos en países y mercados adyacentes a Rusia; efectos multiplicadores a través de la desinversión del sector privado; efectos de escalada en forma de respuestas rusas; y efectos sistémicos en la economía mundial.
Las turbulencias en los mercados internacionales de materias primas han sido las consecuencias inmediatas y más visibles. Los precios del petróleo, gas natural, trigo, cobre, níquel, aluminio y fertilizantes se ha disparado y junto al cierre de los puertos ucranianos se cierne sobre la economía mundial una escasez de cereales y metales. Aunque los precios del petróleo han caído desde entonces en previsión de una producción adicional de los productores del Golfo y del acercamiento de los EE.UU. a Irán y Venezuela para hacerse de crudo, el impacto de los precios de la energía y las materias primas impulsará la inflación mundial. Los países africanos y asiáticos que dependen de las importaciones de alimentos y energía ya están experimentando dificultades y serán los más afectados.
Las economías de Asia Central también están golpeadas por las sanciones. Los antiguos estados soviéticos están fuertemente conectados con la economía rusa a través del comercio y la migración laboral. El colapso del rublo – algo recuperado, luego de una caída pronunciada – ha causado serios problemas financieros en la región que se ha visto obligada a establecer controles de cambio, y el empobrecimiento inminente de Rusia obligará a millones de trabajadores migrantes de Asia Central a buscar empleo en otros lugares y privará de millones en remesas a sus países de origen.
El impacto de las sanciones ha sido acompañado por la actitud condenatoria de las corporaciones privadas occidentales que han salido volando de Rusia. De la noche a la mañana, el inminente aislamiento de Rusia ha puesto en marcha un vuelo corporativo masivo, profundizando la crisis económica. Aunque la ida no sería gratuita porque además de perder un gran merado de consumo, el Kremlin ha preparado una ley que otorga al estado ruso seis meses para hacerse cargo de las empresas en caso de liquidación o quiebra “sin fundamento”.
Por su parte, Putin firmó un decreto que restringe las exportaciones de productos básicos rusos, como los fertilizantes que ejerce una enorme presión sobre la producción mundial de alimentos. También prohibió la salida de minerales estratégicos como el níquel, el paladio y los zafiros industriales, insumos cruciales para la producción de baterías eléctricas, convertidores catalíticos, teléfonos, rodamientos y microchips. En el sistema globalizado de cadenas de producción, pequeños cambios en los precios de los materiales pueden aumentar enormemente los costos de producción que enfrentan los usuarios finales aguas abajo en esa cadena. La súbita escasez de estos minerales afectaría a los fabricantes de automóviles y semiconductores, una industria mundial de 3,4 billones de dólares. Si la guerra económica entre Occidente y Rusia continúa con esta intensidad, es muy posible que el mundo caiga en una recesión inducida por las sanciones.
En el plano ideológico, el nacionalismo, la búsqueda de la autarquía y la mayor intervención del Estado, serán las consecuencias salientes de las sanciones a Rusia. Las políticas económicas de laissez-faire serán insostenibles si persiste la guerra económica, más aún, si Occidente decide aumentar aún más la presión económica sobre Rusia, las intervenciones económicas estatales de gran alcance se convertirán en una necesidad absoluta.
Es claro que las sanciones económicas son, al final del día, un tiro en el pie, las vías diplomáticas parecen atascadas y la intervención militar está clausurada para la OTAN, salvo algún incidente que ponga sobre la mesa una rápida solución nuclear que está al alcance de ambos bandos. Esperemos que no.