El 28 de julio votan los venezolanos. Los que se quedaron. Los exiliados, una cuarta parte del país, no podrán hacerlo, salvo cuatro gatos. Más que exiliados, son expulsados. Típico de ese tipo de régimen: o o eres uno de ellos o no eres nadie. Ningún derecho, ni ciudadanía, ni nacionalidad. Una x en el registro civil.
Para quienes durante todos estos años hemos compartido horrorizados el triste destino venezolano, para aquellos que no han cerrado los ojos ante las atrocidades y mezquindades que han asolado a Venezuela, la aprensión crece día a día.
El optimismo de la voluntad trata de imponerse al pesimismo de la razón. ¿Cómo, después de tanto sufrimiento, no cultivar la esperanza de que está llegando a su fin? Sufrimiento espiritual y material, personal y familiar, estético y moral.
A pesar de las artimañas del régimen, lo único en lo que es eficiente, parece de verdad que esta vez será la vencida. El éxito de las primarias, un liderazgo popular, la unidad de la oposición, una ciudadanía organizada para defender el voto, la presión occidental. Cuando la gente pierde el miedo, dicen, los tiranos están cerca del fin. Cuento con ello.
Sin embargo, todos sabemos que será difícil y peligroso, es difícil creer que un régimen así se someterá al veredicto de una votación democrática. No está en su naturaleza. Ya lo ha demostrado desterrando uno tras otro a los candidatos más populares, aquellos contra los que está condenado de antemano a la debacle. Para el chavismo y los demás miembros de su frondosa familia política, el pueblo no somos todos.
El pueblo soberano es sólo su pueblo. Sea mayoría o minoría, sólo él tiene derecho a gobernar. ¿Aunque pierda las elecciones? ¡Sobre todo si pierde las elecciones! No es una democracia. El socialismo del siglo XXI es un régimen militar del siglo XX.
El único régimen de ese tipo que derrotado en las urnas abandonó el poder, fue el sandinista en 1990. Un acontecimiento tan raro que aún resuenan los gritos furibundos de Fidel Castro: “¡Imbéciles! Lo que se toma con las armas no se pierde en las urnas!”. Daniel Ortega aprendió la lección y, regresado al poder, no lo suelta.
El problema es que el mundo de hoy no es el de entonces. Tanto soplaba entonces el viento democrático como sopla hoy uno contrario. ¡Cuántos amigos tiene Maduro! De Rusia a México, de Irán a Colombia, de China a Brasil, puede darse el lujo de deshojar la margarita. Si como espero consiguen liberarse, los venezolanos habrán firmado una gesta histórica.
Histórica para ellos e histórica para todos nosotros. Tanto ha querido exportar el chavismo su modelo, que ahora podría importar el que lo borrará. Lo que está en juego en Venezuela es mucho más que el destino venezolano. Es a América Latina lo que Ucrania es a Europa. En ambos casos, está en juego nuestra libertad, para ser enfáticos, nuestra decencia, para ser prosaicos.
Por Caracas pasa el Muro de Berlín. Si cae sobre Maduro, cabe esperar un virtuoso efecto dominó. Tendría efecto inmediato y benéfico sobre la disidencia cubana, la protesta podría estallar sin control. Los temblores llegarían a Managua, tal vez incluso a La Paz.
El presidente colombiano tendría que enfrentarse a la onda expansiva, el presidente brasileño vería menguado su lamentable liderazgo, la nueva presidenta mexicana quizá encontraría prudente tomar distancia. Perdida Argentina y caída Venezuela, capaz que el Grupo de Puebla revisar su estrategia, aguando el delirio populista con una dosis de racionalidad reformista. No lo creo hasta que lo vea, pero el batacazo sería tremendo.
Si el muro cae sobre los hombros del Frente Democrático, ayuda. No me atrevo ni a pensar en su destino y en el de sus dirigentes, en el horizonte de violencia y venganza, en la cínica arrogancia de los bolivarianos de salón que pululan por Occidente y en las cajas de champán descorchadas en Moscú y Bogotá. Sería otro clavo en el ataúd del orden liberal, de lo poco que queda de él, un muy mal presagio antes de que Trump y Le Pen lo entierren por completo.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, desde que empezó a crecer la resaca populista soberanista como reacción a la ola populista socialista, la evolución del caso venezolano ha cobrado relevancia por una razón adicional. La pregunta es muy simple, pero crucial: ¿se puede salir de los Maduro sin convertirse en un Bukele, de los Kirchner sin casarse con un Milei, de los Sánchez sin conformarse con Vox? Y así sucesivamente. ¿Es necesario un populismo para echar a un populismo?
Hace poco asistí en Madrid, en el Foro Atlántico de la Fundación para la Libertad de Mario Vargas Llosa, a una larga entrevista con María Corina Machado, líder indiscutible de la oposición venezolana, desde Caracas. Pensaba escuchar una mujer furiosa y agresiva, tendría todo el derecho a serlo. Había leído que es una extremista, por supuesto una extremista “de derecha”. Tenía temores, pero vi a una mujer fuerte y serena, decidida y valiente, realista y paciente.
Nada que ver con los Mesías animosos de otras latitudes, narcisistas rayanos en el ridículo, incapaces de unir pero muy buenos para dividir. Ahora tengo más confianza. Machado es política y hace política. Es lo que hace falta. No me pareció una conservadora que pasa por liberal, sino una liberal a la que algunos quieren lisiar llamándola conservadora. No será presidenta de Venezuela, por ahora, el régimen la ha excluido. Pero entiendo por qué la teme tanto.
Publicado en Clarín el 5 de julio de 2024.
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