jueves 18 de abril de 2024
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Ricardo Lafferriere: “El Gobierno parece alinearse con el eje del pobrismo V-V, Vaticano-Venezuela”

Con la solidez intelectual que lo caracteriza y mirando el futuro, Ricardo Lafferriere habla del desafío que representa la crisis sanitaria, de los logros y limitaciones del mundo globalizado, de las políticas de Alberto Fernandez que parecen “alinearse con el pobrismo que representa el eje V-V (Vaticano, Venezuela)”, del papel de los Partidos Políticos y de una UCR que “es imprescindible en cualquier frente no populista” para lo cual “debe superar la inclinación de algunos cuadros importantes a atarse al diagnóstico de mediados del siglo XX”; sostiene que en el mundo “no hay forma de superar esos desafíos sin cooperación y mucho menos los hay desgastando las fuerzas en choques de adolescentes”, y que “la política argentina puede seguir así y el país seguirá así, o peor, porque me da la impresión que se está incubando una crisis económica y social de dimensiones dantescas, superior incluso a la del cambio de siglo”.

Todos los temas quedaron postergados por la emergencia sanitaria ¿No será esta una oportunidad para pensar la política?

Siempre lo es. En este momento aún más, porque se agregan dilemas que requieren una reformulación de antiguos principios que creíamos ya universales. Se me ocurren rápidamente dos: los límites de la potestad del poder para imponer restricciones a los ciudadanos, y los límites del derecho a la privacidad tal como se la entendía hasta ahora. Estos temas estarán en agenda y las respuestas no serán uniformes. Seguramente alinearán en campos diferentes a muchos que en otros temas piensan parecido.

¿En que momento las ideologías se apartaron de la razón?

La flexibilización sobre la rigidez de la razón formal para interpretar la sociedad tuvo afortunados avances durante el siglo XX, al surgir el protagonismo de las sociedades de masas. Fue el tiempo de sociólogos y politólogos, trayendo visiones novedosas que no contemplaban los viejos esquemas juridicistas de la modernidad y se abrían a la interpretación de los fenómenos sociales y económicos no necesariamente abarcados por el arsenal conceptual de la modernidad originaria, hegemonizada por abogados. Sin embargo, hoy esas visiones sienten la necesidad de una recreación de las normas. En otras palabras: el “rebelde” y el “transgresor” fueron las figuras admiradas en las sociedades de masas, pero hoy lo que parece reclamarse es la recreación de marcos legales que contengan e incluyan la complejidad de la agenda en rápido cambio del siglo XXI para encauzar la convivencia dentro de carriles un poco más previsibles. No sé si será posible, ante la exponencial diversidad de procesos crecientemente acelerados de cambio, pero creo notar esa demanda, la reflexión sobre alguna mínima seguridad posible sobre lo que viene, por parte de los intelectuales -si es que pudiera hablarse hoy aún de esa categoría epistemológica-

¿En el Mundo pasamos de la disputa ideológica de la Guerra Fría a las discusiones de metas arancelarias?

Discusiones sobre parches. Reacciones sobre la inmediatez. Intentos de crear verdades que trasciendan, en una realidad que cambia no ya en años, sino en meses, en días, en horas. Los grandes acontecimientos de los últimos años han sido todos “cisnes negros” que hubieran podido ser previstos y seguramente estuvieron en los capítulos de lo posible, pero con tanta incertidumbre sobre la posibilidad de su efectiva realización que al final eran imágenes inoperantes de cara a las decisiones políticas: cualquier pretensión de imaginar y prevenir los detalles del futuro, aún del inmediato, son una petulancia porque el futuro es por esencia opaco. Es un mundo íntimamente entrelazado en lo tecnológico, financiero, económico, comercial, comunicacional, sanitario, en el que cada hecho desata consecuencias sistémicas. En este escenario de incertidumbres escaladas, pretender que los decisores políticos adivinen el rumbo y tomen medidas adecuadas “ex-ante” es una ilusión. Entonces las decisiones públicas -y empresarias, y financieras- terminan reaccionando “ex-post”.

¿No será que nuestro problema es que nos alcanzaron las encrucijadas del Siglo XXI sin que hayamos resuelto las del Siglo XX?

Si. Hay un proceso asincrónico en el que muchos temas de la modernidad ya fueron resueltos en muchos países, pero en muchos otros no. Son temas de agenda que vuelven obstinadamente a instalarse impidiendo levantar la mirada hacia la agenda de hoy y de mañana. La discusión sobre la economía, el debate sobre el funcionamiento institucional, la obsesión en aplicar los marcos conceptuales interpretativos de la sociedad vigentes hasta mediados del siglo XX en los umbrales de la tercer década del siglo XXI y su consecuente propuesta de soluciones para problemas que ya no existen, son una nota característica, que claramente sufrimos en la Argentina. A ello ayuda el congelamiento intelectual de la reflexión y el debate predominantes. Hay pensadores en la Argentina que comprenden y se preocupan por entender la marcha del mundo, pero no son los que marcan la agenda. La repetición del debate político-intelectual provoca que los verdaderos desafíos de hoy y del futuro no tengan la centralidad que la situación requiere, y esto se nota en los espacios mayoritarios. Durante el gobierno de Cambiemos, por ejemplo, un ciudadano medianamente informado hubiera podido desentrañar el objetivo de mediano plazo de la gestión deduciéndola de las políticas públicas ejecutadas, pero no hubo una propuesta expresa que diera coherencia y seguridad desde lo político y por lo tanto pudiera generar un “nosotros” político que es esencial desde que la sociedad humana comenzó a funcionar con el poder como protagonista. Y hoy, con el actual gobierno de Fernández-Fernández, no existe ninguna propuesta de futuro que dibuje la utopía de la sociedad deseada, mientras que de sus medidas podrían extraerse objetivos finalistas alineados con el pobrismo de la línea V-V (Venezuela-Vaticano), o con el intento de volver la historia atrás hasta mediados del siglo XX (empresariado rentista protegido, corporaciones sindicales deformadas, nacionalismo de cartón), líneas ambas incoherentes entre sí, además de enfrentadas con las posibilidades de la economía y con el aprovechamiento de las condiciones favorables que existen en el mundo globalizado para países como el nuestro.

Hay una globalización económica, productiva, financiera, pero no una globalización política y los avances que se habían producido con los mercados comunes parece que están en retroceso ¿Cómo ves que evolucionará la gobernanza global?

No veo en la sociedad humana una vocación suicida. Sí el surgimiento de problemas que están al borde de convertirse en inmanejables. Hoy estamos sufriendo uno, sobre el que muchos han alertado -yo lo he repetido humildemente desde hace al menos dos décadas en trabajos personales- que es una pandemia, de las que pueden venir varias y más graves. Otro es el del cambio climático provocado por la acción humana con su síntoma más grave y detonante de muchos otros que es el calentamiento global. Otro, más manejable si lograra conformarse un poder global, es el desborde financiero creador de una “riqueza ficticia” tan real como la riqueza física, por su complejo entrelazado con la economía de bienes y servicios. En otros tiempos, con economías nacionales cerradas y estados nacionales con límites coincidentes, la política contenía la tendencia natural de la economía a su desborde, hacia superganancias. El siglo XX fue en esto ejemplar. Surgieron en él, sobre economías prósperas, los derechos sociales, los sistemas de previsión, la educación general, los “estados de bienestar”, las leyes obreras, entre muchas otras medidas. La globalización -financiera primero, tecnológica inmediatamente, económica luego- tuvo logros impresionantes: sacó de la pobreza extrema a cientos de millones de personas, desató el mayor desarrollo tecnológico de la historia, creó riqueza como jamás se había logrado en la historia, pero lo hizo sin contención ni canalización política. Doscientos estados nacionales, casi todos endeudados y con déficit -desde los más grandes a los más pequeños-, financiando sus desequilibrios de acuerdo a las condiciones impuestas por el gran poder financiero global, a un ritmo asincrónico, reproduciendo además los coletazos de los enfrentamientos geopolíticos del siglo XX como si éstos fueran lo central de la agenda y fortaleciendo el poder de arbitraje de la economía, fueron indicando la imprescindible necesidad de reconstruir la política, esta vez en el plano global. Personalmente creo que el experimento más exitoso hasta ahora está en marcha y es el G-20. Resoluciones tomadas por unanimidad por líderes políticos de todo el arco ideológico, tomando las riendas del racimo de organismos internacionales surgidos en su mayoría en la posguerra, y que muestran un altísimo grado de cumplimiento, están en el rumbo de ir moldeando una especie de “gobernanza global” no utópica sino realista. Es lo más que el mundo de hoy puede dar, achicando los espacios de conflicto y ampliando los espacios de coincidencia. Pero, además, comprendiendo el carácter irreversible de la globalización económica. Pueden hacerse barbijos en cada país -como he leído por ahí- pero pretender que ésto lsignifica volver a los estados autónomos es un dislate. Las cadenas productivas globales son lo que han permitido el crecimiento también global y abarcan a todas las áreas de producción y especialmente a las de vanguardia. En estas cadenas de fabrican los celulares -producto estrella de la globalización-, la electrónica de vanguardia, los automóviles y el complejo automotriz, el complejo farmacéutico, los productos ópticos, las máquinas herramientas de toda dimensión, cosméticos, ropa y zapatillas deportivas, los zapatos de alta calidad, bajo precio al alcance de los sectores populares, la investigación científica, los desarrollos tecnológicos, los aparatos médicos… y así hasta el final. Nada de ésto volverá a ser producido en “cada país” porque es imposible por su escala, salvo que se busquen productos artesanales a precios exponenciales exclusivos para muy pocos. La necesidad de contener a la economía hoy es ponerle límites al capital financiero desbordado, a la deuda global, a la ausencia de diseño de la interconectividad, a los secretos industriales que generen superganancias injustificadas, y eso sólo lo puede hacer una política global coordinad, de ninguna manera el intento inviable de regresar a los estados nacionales cerrados y “autónomos”.

¿Estás enojado con la UCR?

El enojo es un sentimiento entre personas, no es compatible con el análisis de colectivos sociales. El radicalismo ha incorporado a la historia política argentina valores y creencias que han superado ampliamente sus marcos orgánicos. Nunca podría estar en desacuerdo con el sufragio libre, con el respeto a las células democráticas que son las comunas, con la honestidad en el manejo de los recursos públicos, con el reclamo permanente de la igualdad de derechos y por una sociedad más igualitaria, con la responsabilidad colectiva por la educación, la salud y la previsión social. Dicho ésto no puedo ocultar otra convicción: los partidos políticos son categorías históricas. Su vigencia está dada por su capacidad para canalizar las necesidades de agenda de la sociedad en cada momento. Un partido de masas, como el radicalismo, tiene imaginarios culturales que lo unen en su base y sistemas orgánicos de funcionamiento que interesan más a los cuadros o dirigencias que a los ciudadanos. Normalmente, los problemas de la agenda se siente más en las bases, y los mecanismos de acceso al poder son más del interés de los cuadros; no necesariamente coinciden siempre. Y aquí detengo mi reflexión. Prefiero decir que el radicalismo ha dado dos aportes fundamentales a la historia reciente. Una es indiscutible, y fue su aporte decisivo al proceso de recuperación democrática con el liderazgo de Raúl Alfonsín. El otro es más reciente, y seguramente más discutible -no para mí, por supuesto- y es su decisión de conformar Cambiemos. Personalmente abogué desde muchos años antes de su realización por esta confluencia de lo que considero lo más dinámico y potente del país posible, que son las clases medias, en la experiencia que pudo por primera vez en muchos años marcar una alternativa al populismo. Y hoy aún creo que fue una bocanada de aire fresco que nos dejó la idea que otro país es posible y que no estamos condenados a la decadencia eterna. También mostró los límites de pretender hacer política sin hacer política. Ésto estuvo entre las falencias que le costó el gobierno. Es otro debate.

¿Creés que el Radicalismo tiene futuro?

El radicalismo tiene una alta capacidad de adaptación. No es esencialmente dogmático, aunque tenga dogmáticos en sus filas, pero puede canalizar las necesidades de agenda de la Argentina moderna, abierta, solidaria, inserta en el mundo, con una fuerte vocación nacional y a la vez una fuerte inserción cosmopolita. Su futuro depende que pueda detectar esa agenda, articularla en un discurso coherente, respetando a la capacidad de reflexión y acción de los ciudadanos y logre, como lo hizo con Cambiemos, confluir con otras fuerzas que tengan similar visión en lo sustancial. En mi modesta opinión, es una fuerza imprescindible en cualquier frente no populista, para lo cual debe superar la inclinación de algunos cuadros importantes a atarse al diagnóstico de mediados del siglo XX, y atreverse -como lo está haciendo con varias iniciativas saludables, en el plano de formación de dirigentes, estudio de temas, modernización comunicacional- a incursionar con decisión en la agenda de los años que vienen. Tal vez sea importante recordar una frase del fundador, en su testamento político: “…Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra.”

En tu libro “Argentina en busca de la política” sugerís institucionalización y cooperación como reglas de oro para el desarrollo ¿Cómo hacerlo en un país en donde la regla de oro es el no entendimiento común?

Un maestro del análisis sociopolítico desgraciadamente fallecido hace un par de años, el socialdemócrata austríaco Ulrich Beck, desarrolló su tesis de la “Teoría del riesgo global”. Sostenía que la humanidad llegó a un punto en el que las tesis filosófico-políticas de Carl Schmidtt de “o uno, u otro”, construyendo la política sobre la base de construir un enemigo, está agotada por la dimensión de los riesgos que deben enfrentarse -y que mencioné más arriba- y así seguirá. Hoy los riesgos son globales y afectan a todos. No hay forma de superar esos desafíos sin cooperación y mucho menos los hay desgastando las fuerzas en choques de adolescentes. Ésto vale para el mundo, y vale para el país. Sólo con imaginar lo que hubiéramos podido lograr en nuestras crisis recientes con marcos de acción cooperativas -tanto en las crisis económicas, como en los esfuerzos sociales, como en la inserción internacional- puede imaginarse la potencialidad de esa acción. Por un instante pensemos lo que hubiera ocurrido si Cambiemos hubiera tenido el respaldo de la mayoría de la sociedad política para enfrentar lo que debió hacer solo -reforma previsional, disciplina de las finanzas públicas, poner el Estado al servicio de los ciudadanos sin el contrapeso y la infiltración de las corporaciones empresarias, financieras y gremiales, etc.- o si los Fernández en lugar de perder el tiempo en imaginar las formas de atacar al gobierno anterior y avanzar institucionalmente sobre el poder total, o buscar la impunidad de delincuentes, convocara con sinceridad a la oposición para elaborar un plan económico de largo plazo, ¿no sería muchísimo más sencillo resolver los problemas de agenda que nos atan a la decadencia? La política argentina puede seguir así. El país seguirá así. O peor, porque me da la impresión que se está incubando una crisis económica y social de dimensiones dantescas, superior incluso a la del cambio de siglo. Ojalá me equivoque. El gobierno actual enfrenta los mismos desafíos del gobierno anterior, al que no sólo restó apoyo en su momento sino que intentó varias veces derrocar. Y ahora, agravados por la pandemia. No hay otro camino que la cooperación, para lo cual el requisito esencial es el respeto al estado de derecho, a las instituciones funcionando en plenitud, a la justicia independiente y a los derechos y libertades de los ciudadanos. Y sobre esa base, construir acuerdos. La actitud de Juntos por el Cambio está siendo de una colaboración franca y leal, sin contestar hoy con el mismo sectarismo con que fue tratado su gobierno.

El Peronismo se beneficia electoralmente con el apoyo de los sectores más postergados de la sociedad, también de la estructura y funcionamiento del sindicalismo y de los llamados movimientos sociales que se mueven corporativamente ¿Porqué estaría en su imaginario resolver la pobreza, democratizar los sindicatos, construir ciudadanía?

Los sectores más postergados votan lo que sienten que puede mejorarles la vida, y no siempre aciertan. No creo que sean votos “cautivos absolutos” del peronismo porque si no serían inexplicables los gobiernos no peronistas, el primero el de Alfonsín, pero también el propio de la Alianza y luego el de Cambiemos. Su voto no es el resultado de una intelectualización sofisticada sino del juego de la política, en la que el aparato político del peronismo es especialista y su “relato” intrínseco -simple y directo- es que los pobres son peronistas. Ésto vale cuando puede responder a esa expectativa. No creo que pueda hacerlo -ninguno puede hacerlo- sin cooperación. Lo que veo en el futuro inmediato para la Argentina es un tobogán de decadencia y empobrecimiento sin perspectivas. Tal vez pueda cambiar en semanas, o meses. Hoy, en abril-mayo de 2020, no veo posibilidades de otro destino. Cómo afectará esa situación a la relación del peronismo con su base, es una incógnita. Tampoco puede ignorarse la presencia de otras visiones, no necesariamente iguales al peronismo. El futuro, como dije, es opaco. No creo que lo que viene sea una buena noticia para ese peronismo, aunque también es de recordar que su capacidad para cambiar de rumbo, aún en forma absoluta, es muy grande. El propio Carlos Menem fue un ejemplo. Y ganó elecciones por una década.

¿Qué pasará con los Partidos Políticos en Argentina?

El interrogante puede llevarse al mundo. ¿Qué pasará con la política en todos lados? Trump fue elegido contra la opinión del aparato del Partido Republicano y -obviamente- también contra la opinión del partido Demócrata. Macron no surgió de los partidos tradicionales franceses. En Italia vemos una calesita de gobiernos, algunos insólitos, como la frustrada alianza de la derecha-derecha con la izquierda-populista. Bolsonaro, en Brasil, no se apoyó en ningún partido y más bien expresó en su persona una alianza anti-sistema y anti-PT. El caso exitoso dentro de las política tradicional de “partidos” es Alemania, curiosamente el único en el que la oferta fue la cooperación, no el conflicto. La Gran Coalición de la CDU -calificada por los “malos” como partido heredero de los nazis, pero liderado por la dirigente política más “socialdemócrata” imaginable- con el SPD -el viejo partido de la República de Weimar- ha costado políticamente a ambos, es cierto, pero ha mantenido a Alemania por una década a la cabeza de Europa, convirtiéndola en el país más sólido, más respetado y más estable de una región plagada de tormentas políticas de superestructura, aunque con una economía poderosa, estados sociales envidiables y democracias de libertades amplísimas.

En la Argentina creo que cada fuerza política tiene sus potencialidades y sus particulares falencias, pero que son todas necesarias. Decía César Jaroslavsky, repitiendo un viejo dicho castizo, “hay que hacer el pan con la harina que tenemos”. Cada partido deberá pasarse en limpio observando y corrigiendo sus errores. Porque la alternativa es clara: los partidos -repito- son categorías históricas. Y la sociedad no espera, sino que cuando lo necesita, encuentra quien la exprese. Sea con los partidos existentes, o sea con otros que formará, y en tiempo récord si es necesario.

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