sábado 2 de noviembre de 2024
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Ricardo Carciofi y el nexo entre el pensamiento de los economistas y el populismo

El economista, investigador del IIEP (FCE UBA-CONICET) y miembro del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales (CARI) presenta su último trabajo donde retoma la mirada de los economistas sobre el complejo y multifacético fenómeno del populismo, y cómo éste se ha venido manifestando recientemente en el mundo desarrollado y luego su vinculación con los escenarios políticos de América Latina.

Recientemente has publicado un trabajo que hace un nexo entre el pensamiento de los economistas y el populismo. ¿Cuál es la motivación que te impulsó a indagar sobre esta cuestión? ¿Por qué es importante ocuparse de ese tema? 

Diría que el interés provino de dos vías distintas. Por una parte, desde hace tiempo atrás venía leyendo sobre el tema. Aclaro de partida que toda esa literatura se refiere mayormente a la realidad del mundo desarrollado -principalmente EE.UU. y Europa-. Al adentrarme en el terreno, me llamaba la atención que cuando se sumaba el aporte de diferentes autores y trabajos, no quedaban mayores dudas de la preocupación de los economistas por esta cuestión. Además de lo anterior, el segundo impulso fue decisivo: la conmoción asociada a las elecciones presidenciales en EE.UU. y, especialmente, el proceso posterior que tuvo su culminación en los disturbios del 6 de enero y el asalto al Capitolio, me decidieron a elaborar más el análisis y escribir el texto.

¿Cuál es la tesis principal del trabajo?

En términos muy simples, la idea central es que diversas investigaciones han venido señalando dos transformaciones muy importantes que han acaecido en el mundo desarrollado. Por un lado, el enorme poder de las corporaciones y, por otro lado, los impactos de la globalización, especialmente a los rasgos que ha asumido a partir de los años 2000, denominados por algunos autores como “hiperglobalización”. Si bien la trayectoria ha sido de crecimiento económico a lo largo de esos años -con la notable excepción de la Gran Recesión de 2008/09 y ahora la pandemia, la contracara distributiva y de empleo resultó perjudicial para amplios sectores de la población de los países más ricos del mundo occidental-. 

Pero, concretamente, ¿qué significan y qué consecuencias tienen estas transformaciones?

Son dos fenómenos concatenados. Veamos. El proceso de globalización ha permitido dotar a las grandes corporaciones de un poder económico que se escapa a los patrones conocidos décadas atrás –el caso de los gigantes tecnológicos ilustra este punto, pero no son los únicos-. Se entiende mejor la magnitud de lo que decimos con un número: el valor de mercado de Amazon es más de tres veces el PBI de Argentina. Google está también cerca de esos registros. Resulta difícil poner bajo control este proceso de concentración monopólica porque en gran medida escapa a los estados nacionales. Un ejemplo claro es cómo estas compañías refugian sus ganancias en países (jurisdicciones) de escasa o nula tributación. Una vez que se plantea el problema, la solución exige una compleja tarea de coordinación y cooperación tributaria internacional. Al mismo tiempo, y esto es algo que vienen señalando muchas investigaciones sobre el tema, se detecta una influencia creciente del poder corporativo sobre la política. Y con esto nos referimos no sólo al lobby, sino también a canales menos transparentes que influyen en el diseño de la legislación vinculada a sus propios negocios. Ya no es sólo la captura de los “entes reguladores”, sino también de quienes y cómo se hacen las leyes.

El otro aspecto es el referido a la globalización y sus impactos sobre el empleo. Aquí también hay abundante trabajo empírico que muestra que la mayor integración de la economía internacional ha descargado efectos negativos sobre el empleo -especialmente de baja calificación- que además se concentran con particular intensidad en ciertas regiones. Claramente el fenómeno se asocia a lo ocurrido con China, especialmente a partir de su ingreso a la OMC (en 2001), que facilitó una reorganización internacional de la producción. Para el caso de la economía estadounidense también hay evidencias sólidas acerca del impacto del NAFTA (el acuerdo comercial con México y Canadá). Cabe aclarar que este tipo de trabajos se refieren básicamente a los impactos por la vía comercial y sobre los cuales hago referencia explícita. Pero también están presentes los asociados al fuerte cambio tecnológico y, por cierto, a la mayor globalización financiera. Tampoco hay que olvidar la influencia ejercida por las mayores presiones migratorias.

Cuando uno observa en una mirada de conjunto este tipo de transformaciones que han sido bastante aceleradas, se detecta una asociación con un aumento de la desigualdad distributiva -tanto del ingreso como de la riqueza- y del aumento de la inseguridad económica. La sensación es de una extendida insatisfacción en amplios grupos sociales.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿por qué el título de tu trabajo alude a los “teoremas de los economistas”?

Es una referencia al marco teórico y a la necesidad de estar alertas respecto de la vigencia de ciertas lecciones que se enseñan en los manuales de economía. Yo me refiero específicamente a dos casos, que por otro lado son ampliamente conocidos en la literatura sobre la materia. El primero, sobre el funcionamiento de los mercados. La teoría deduce una serie de propiedades acerca de los mismos en condiciones de competencia. Si tales condiciones no se verifican es posible remediar las imperfecciones a través de la regulación del gobierno. Bajo este concepto, se entiende el precepto de Friedman que cito en el texto, según el cual lo mejor que pueden hacer las corporaciones es aumentar las ganancias en beneficio de sus accionistas. Bajo esta perspectiva, las leyes y las regulaciones en vigencia se ocupan de todo lo demás: la obligación de pagar impuestos, cuidar el medio ambiente, prevenir conductas abusivas, etc. Sin embargo, lo que encontramos es que la realidad no se condice con esa visión estilizada de los hechos.

El segundo caso es el referido a la teoría del comercio. El efecto de la apertura sobre la eficiencia económica es una cuestión largamente estudiada por los economistas. También las consecuencias distributivas asociadas al comercio. Desde este ángulo, podríamos decir que lo que ha venido ocurriendo encaja mayormente con la teoría. Sin embargo, en el planteo analítico se suele enfatizar que en la medida que resulta conocido que el proceso de apertura produce ganadores y perdedores, es necesario poner en práctica políticas para aliviar los impactos sobre estos últimos. Esto no es lo que ha acontecido en la práctica real de las políticas públicas: las compensaciones a los perdedores han sido escasas o simplemente no han existido.   

Queda claro el ángulo económico del análisis, pero ¿cómo llegamos de allí al populismo?

Tal como advierto inicialmente en el trabajo, no es el propósito analizar el fenómeno del populismo. Es un tema arduo y del que mucho se ha escrito en el campo de la ciencia política. La cuestión excede a los propósitos de mi nota. Pero no es difícil ver la relación. Las transformaciones económicas han sido profundas y, como hemos dicho, han tenido consecuencias negativas en materia distributiva, generación de empleo de calidad, aumento de la inseguridad económica e impactos regionales marcados. Este contexto ha creado el campo propicio para la aparición de actores políticos y propuestas que se apartan de lo que ha sido la tradición de la democracia liberal en estos países avanzados, especialmente después de la consolidación del orden de posguerra. En esencia, esto es Trump y su mensaje de “hacer grande a América otra vez”, como si fuera posible dar marcha atrás el reloj. Su discurso anti-comercio, aislacionista, anti-inmigratorio, acentuación del racismo y, a la vez, favorable a los intereses de la gran corporación a través de la desregulación y recortes de impuestos, sintetizan bien lo que representa el fenómeno, y de cómo ciertos personajes lo capitalizan políticamente.     

El trabajo hace referencias muy concretas respecto a EE.UU. ¿Por qué se pone el foco de atención allí? ¿Creés que ese marco de análisis se aplica también al caso europeo? 

Efectivamente, hago referencias a EE.UU. porque allí la cuestión ha adquirido ribetes más claros, tanto en el plano económico como en su expresión política, además del peso intrínseco de este país en la geopolítica mundial. Pero ciertamente se detecta lo mismo en algunos países de Europa. El caso británico es para destacar. El Brexit es una separación de Europa, que también tiene la añoranza de devolver a Gran Bretaña grandezas pasadas, pero que curiosamente se hace en nombre del libre comercio. Aquí el problema son los inmigrantes y la tiranía de Bruselas.

Y, mirando hacia adelante, ¿cuáles serían las conclusiones principales de ese análisis?

Si nos enfocamos en el mundo del Norte, la implicación del análisis es que las tendencias económicas puestas en juego por la globalización son datos centrales. Según sea que se puedan poner bajo control algunas de las expresiones más extremas del fenómeno, las tensiones seguirán allí. O sea, en el centro de la cuestión es cómo armonizar y poner en práctica formas efectivas de gobernanza mundial. A sabiendas que el futuro será aún más exigente: el cambio climático, el continuo ascenso de China y ahora la recuperación post-pandemia habrán de estar presentes.

La contraparte de lo anterior en el plano político es que sería erróneo asumir que la llegada de Biden a la presidencia de EE.UU. significa que se ha superado el desafío. Las cuestiones de fondo siguen estando allí, no es claro cómo se van a resolver y tampoco hay garantías de dejar atrás estas recientes “penumbras de la democracia”.   

¿Qué significa todo lo anterior para nosotros, que vivimos “en el Sur”?

La difícil gobernanza de la globalización habrá de seguir afectándonos por múltiples canales. América Latina debe estar muy atenta y tomar nota que el escenario es cambiante, en lo económico, comercial, financiero y también en el plano político. En cuanto a esto último, las expresiones predominantes del populismo en estas latitudes se han apartado del tono que hemos visto en el Norte recientemente. Han predominado posiciones progresistas y fuertemente reivindicativas, justificables frente a la gravedad de la situación, pero que también ponen en tensión las instituciones propias de la democracia porque descreen de las capacidades de estas para ofrecer respuestas eficaces de inclusión social y superación de la pobreza. Pero no puede generalizarse. El Brasil de Bolsonaro, con sus propuestas y estilos afines al trumpismo, cae en un molde distinto. Por otro lado, hay países -ejemplo, Uruguay y Chile- que han podido hasta ahora acomodar las demandas sociales dentro del sistema político. El final no está escrito y hay importantes desafíos por delante.  

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