La Franja Morada es la agrupación universitaria más antigua e importante del país. Este año se vio resignificada a partir de encabezar la protesta por el financiamiento universitario. Hace dos años publicamos este reportaje (en dos semanas) realizado por Leandro Vivo a uno de sus fundadores, Ricardo Campero. Entre hoy y mañana volverá a estar público para todos los lectores de Nuevos Papeles.
A 55 años del surgimiento de la Franja Morada, Ricardo Campero, con extrema sinceridad, dice que a él no puede ubicárselo en el pedestal de los fundadores de esa corriente de acción política que hace más de medio siglo surgió desde las entrañas del movimiento estudiantil pero de lo que no podrá autoexcluirse de haber hecho un aporte vital en la construcción de lo esa agrupación que se la reconoce como brazo universitario del radicalismo. En esta larga entrevista que, por motivos de espacio, publicaremos en dos domingos sucesivos, Nuevos Papeles se sumerge en los recuerdos de uno de los principales actores de esos inicios de la agrupación reformista.
Hace 55 años, en el seno del movimiento estudiantil en el que, por entonces, residía la acción de resistencia a la dictadura que gobernaba el país, que había investido como Presidente al ominoso general Juan Carlos Onganía, nacía desde las entrañas de los claustros universitarios una corriente de pensamiento y acción política bautizada Unión Nacional Reformista Franja Morada pero que, en rigor, se la conoce lisa y llanamente como “Franja Morada” o bien “La Franja”, forjada por más que esclarecidos estudiantes, de variopinta procedencia ideológica, que supieron cerrar filas en defensa de los principios de la Reforma de Universitaria de 1918 y que, al mismo tiempo que le han dejado ese mandato a las generaciones de jóvenes que los precedieron hasta el presente, la convirtieron en determinado momento histórico político del país en el brazo universitario del radicalismo que tuvo un decisivo rol en la edificación del Movimiento de Renovación y Cambio y, más tarde, en larga marcha hacia la recuperación de la democracia que lideró Raúl Alfonsín.
“La confluencia de la Franja con el alfonsinismo para formar el Movimiento de Renovación y Cambio en 1972 es decisiva para recrear un radicalismo unido y vigoroso que permite el triunfo del ‘83”, dirá Ricardo Campero, fiel exponente del surgimiento de la Franja Morada, para ubicar en el punto exacto el papel que jugó esa corriente del movimiento estudiantil en lo que fueron los años tortuosos que el país transitó para desembocar en la epopeya de la reconquista de la democracia que está indisolublemente ligada a la figura de Alfonsín.
Campero, nos lleva hacia atrás en el tiempo: “El 26 de agosto de 1967 nace en Rosario la Franja Morada con estudiantes representativos de los reformistas de tres universidades, la de Córdoba, La Plata y Rosario, precisamente. Así con el nombre de Franja Morada se honró la lucha cordobesa de 1966 con Santiago Pampillón como mártir y un barrio clínica embanderado. Lo morado es cordobés desde 1918 con el proceso que culmina en Reforma Universitaria; es el color de la faja o cinturón de los obispos que los otros prelados sólo lo usan en tiempos de cuaresma y adviento. Con la llave del rectorado de la Universidad de Córdoba lo habían arrebatado los estudiantes que tomaron la casa de Trejo, la desagarraron a la faja, la hicieron girones; acto de violencia pero de una belleza intrínseca con sabor a picaresca estudiantil, reconoció Julio V. González; lo mismo el derribo de una estatua de naturaleza monástica al que definió como un acto sencillamente hermoso con un epitafio escrito en el bronce por una mano reformista ‘ en Córdoba sobran ídolos. Entonces de ganó. Desde entonces la lucha de los morados es por el saber el oscurantismo, la ciencia frente al dogma, la razón frente a los mitos’. Con la reforma universitaria cae el monumento colonial donde se enseñaba derecho eclesiástico y en filosofía del derecho el origen bíblico de los humanos. Franja Morada se llamaban los de medicina y los de derecho de Córdoba durante la confrontación entre libres y laicos en setiembre de de 1958. Más pistas para atrás me las da, como un gran indicador, un diálogo hermoso en el hotel Italia rosarino entre Ismael Bordabehere, firmante del manifiesto de 1918, hermano de Enzo, asesinado en el Senado de la Nación, y el constitucionalista Sánchez Viamonte. El radical Carlos Perette, Vicepresidente de Illia, estaba como testigo. Con ironía el socialista acusó al demócrata progresista y a los reformistas como ladrones de llaves bendecidas, elitistas y presumidos; es que solo la portaban los que habían ingresado al rectorado y se quedaron con la llave legada en ese momento por Bordabehere a la franja rosarina en manos de “Gogo” Arteaga y este luego al Museo de la Reforma de Córdoba donde están…; desconozco si el cinturón fue de algún perchero de la solemne casa de Trejo o de la sede de los jesuitas que estaba a pocos metros. Es que en ese clima me hice cargo de la secretaria general de la Franja rosarina y en ese bar del hotel estábamos con la prensa luego de la represión por los actos del cincuentenario de la reforma; siempre en la lucha por la libertad y el conocimiento sobre los dogmas y la mediocridad. Soy Ricardo Campero, radical, reformista y morado”, dice en el primero de los podcast que postea luego en las redes sociales en la evocación del surgimiento de la Franja Morada.
Campero, graduado en Ciencias Políticas y Diplomáticas con orientación económica en la Universidad Nacional de Rosario, nacido en la ciudad tucumana de Lules, resulta una voz más que autorizada para traer al presente recuerdos que están grabados en su prodigiosa memoria y que generosamente relata en charla con Nuevos Papeles que tiene por escenario el modesto living de su más que acogedora casa, ubicada en la ciudad de Victoria en el partido bonaerense de San Fernando, en el que es una mesa hay no menos de una decena de libros, papeles en el que plasma apuntes y prepara un segundo podcast que horas después se velarizaría a través de las redes sociales y en el que dice:
“Les cuento que la Franja Morada surgió desde las reuniones del 26 y 27 de agosto de 1967, hace 55 años, realizadas en la biblioteca rosarina de viejos anarquistas que habían peleado en la guerra civil española o como partisanos en la Segunda Guerra Mundial. Por ello, encasillamos como anarcos a viejos amigos que no creían en el sistema de partidos, entonces debilitado, complicado, aunque con nosotros querían la construcción de una nueva sociedad desde el valor común de la libertad y el propósito de la igualdad. En la Franja rosarina se expresaban fundamentalmente el fraccionalismo político que para nada nos condicionan nuestras relaciones. Había dos sectores del socialismo; estaban los demócratas progresistas, fuertes en el sur santafesino y de nuestra tradición los cuatro grupos posibles del radicalismo dividido en 1957, el del Pueblo, el Intransigente, el MID y el del Trabajo y el Pueblo que era uno provincial de Alejandro Gómez, quien había sido Vicepresidente de Fondizi; todos resistimos ¡Y bien que resistimos! Fuimos los que más resistimos en el país el golpe a Illia que nos acompañó, precisamente, en el cincuentenario de 1968. Nuestros valores reconocían valores en la misma ilustración. Como buenos socialdemócratas nos sentíamos contrarios al unanimismo; por ello nos enfrentamos a Perón con quien reconocemos diferencias desde su participación en los golpes de 1930 y de 1943 y, obviamente, las muertes de las décadas del ’70. Se trató de una lucha cultural y política contra una corriente sustentada en la triología de la cruz, el hisopo y la espada. A esa cultura la derrotamos en 1983 con Alfonsín y con un radicalismo unificado y vigoroso con el impulso morado ya en sentido radical. Desde entonces, las y los morados, tenemos un rol central en las luchas feministas y medioambientales, en todo lo que tiene que ver con la libertad y la paz en cualquier lugar del mundo. Pero digamos ahora que La Franja transcurrió su vida en los 55 peores años de la historia argentina; miles de muertos y desaparecido, una guerra, y la profundización de la desastrosa performance económica desde 1930. Precisamente por acá pasan nuestras deudas; la pobreza y la desigualdad nos avergüenzan. Y debemos asumir que nos desafía la modernidad para una tarea difícil porque es hacer política desde la fragilidad a la incertidumbre. Por eso es necesario reivindicar el valor del conocimiento como necesario para una política que esté alejada de la mediocridad y el azar. Y como la cuestión de la igualdad es esencial y está en el corazón de nuestro pensamiento me remito, finalmente, a Jan Tinbergen que desde la socialdemocracia europea, no hace mucho, nos dijo: ‘La desigualdad es una carrera entre la educación y la tecnología. De todo esto vamos a conversar y buscar caminos prácticos. Y les digo: Ser morado es tomarte el trabajo, precisamente, de comprender la época que vivimos. Estamos más cerca de la fertilización cruzada de la biotecnología con la informática que de aquellas guerras, civil española o mundial, inclusive respecto a las glorias de nuestra victoria sobre la dictadura militar, la burocracia sindical y el partido de la amnistía. Eso fue en 1983. Soy Ricardo Campero, radical, reformista y morado”, remarca.
Ambas narraciones que giran en torno al origen de la Franja Morada sirven de prólogo para la charla con Campero o “el flaco Campero”, como le dicen con afecto sus correligionarios y en la cual el experimentado dirigente “radical, reformista y morado”, como le gusta definirse, describe la genética del proceso de surgimiento de La Franja Morada el 26 de agosto de 1967 en Rosario y que fue abonado en La Plata en el transcurso de las deliberaciones del 30 de setiembre y el 1 de octubre de ese año de las agrupaciones que firman los documentos fundacionales: Partido Reformista Franja Morada Rosario, Partido Reformista Franja Morada La Plata y Partido Reformista Franja Morada Córdoba.
“Hay que situarse en 1967 en que los partidos políticos estaban pulverizados”, rememora Campero para aludir a la disolución de los partidos políticos que había dispuesto el gobierno militar de la llamada Revolución Argentina, que encabezaba el general Onganía que hacía ya entonces un año había asaltado el poder y derrocado al gobierno del radical Arturo Illia. Y apunta: “El radicalismo era un conjunto de hombres brillantes que entre todos ellos no se dieron cuenta de que habían sido protagonistas de un gobierno brillante y ello indica la profunda debilidad de un partido político y de todos los partidos políticos y todo eso asentado además en la proscripción del peronismo”.
Campero alude así a la disolución de los partidos políticos que se inscribió en el bagaje de medidas adoptadas por el régimen militar tras el golpe de Estado del 28 de junio de 1966. Al asumir, el dictador Onganía hablaba a al país por la Cadena Nacional de Radio y Televisión para justificar lo que era a todas luces un desatino de las Fuerzas Armadas, detrás de las que se escondían los factores del poder económico tanto como ciertos sectores de la propia civilidad encarnados en el privilegiado sector empresario y el sindicalismo peronista. Con un cinismo absoluto decía: “…esta revolución no estará dirigida contra ningún hombre público y agrupación política; inicia una nueva etapa en la vida nacional; mira sólo hacia adelante y se propone realizar la transformación que el país exige para vivir con dignidad…”.
La excusa contrastaba con la realidad. Tan sólo un mes después, los militares –a los que el todavía Presidente Illia, cara a cara, había llamado “salteadores nocturnos” mientras le exigían abandonar el gobierno- exhibían otra cabal muestra de su desprecio por la libertad al violentar la autonomía universitaria en lo que se conoció como La Noche de los Bastos Largos cuando el 29 de julio de 1966 fuerzas policiales militarizadas, con violencia inusitada, irrumpieron en facultades de la UBA para atacar a estudiantes y docentes que llevaban adelante la ocupación pacífica de esas casas de estudio como parte de la resistencia al régimen que ya había desatado el combativo movimiento estudiantil. Para entonces el movimiento estudiantil desataba su rebeldía ante la opresión.
Onganía pronunciaba el 30 de diciembre de 1966, con motivo de la proximidad del fin de año un nuevo mensaje en el que decía “… en el terreno educacional, la acción del gobierno se dirigió en primer término a las universidades con el objeto de poner fin a un estado de cosas incompatibles con los vitales intereses del país. El estado de subversión que las desgarraba interiormente sofocaba los intentos de cambio de alguno de sus integrantes y desvirtuaba el esfuerzo y el sacrificio de sus profesores y alumnos. Una universidad nacional integrada en el país. Esta es la forma más sencilla de definir las aspiraciones del gobierno de la revolución con respecto a ellas; una universidad autónoma en su funcionamiento, sostenida en el principio de la libertad de cátedra y de la investigación científica pero articulada, al mismo tiempo, con la Nación, puesta al servicio de sus instituciones y de sus necesidades, alejada de los extremismos y, en particular, del comunismo que corrompe a la juventud con una ideología extraña y destructiva de nuestros más puros valores espirituales; con agudo sentido de la responsabilidad que le compete como órgano formador del carácter nacional, de los más preciados de nuestra herencia valores espirituales; una universidad que echa raíces en nuestro pasado histórico y en la realidad nacional, general y regional…”. La impudicia se exhibía en palabras.
La narración de Ricardo Campero va adquiriendo un enorme valor
Campero dice ya en el inicio de sus reflexiones para abonar aquella primera consideración cuando hablo de la confluencia de la Franja con el alfonsinismo y que, ahora, le imprime una dosis de mayor contundencia: “El radicalismo que conocemos es un producto, inclusive, de la reacción de un conjunto de jóvenes para que haya un partido. No había partido antes que haya ‘Franja’ y no hubiera habido Alfonsín ni el ’83 si no hubiera habido franja ya en su un matiz radical”.
Cuando se focaliza en responder una consulta acerca de cómo definiría los tiempos previos al surgimiento de la Franja Morada, el 26 de agosto de 1967, el experimentado dirigente radical, reformista y morado, responde: “En primer lugar, un espacio del movimiento estudiantil que estaba en lo que (Emilio) Gibaja y (Oscar) Muiño llaman la ‘universidad isla’; es un sector importante del movimiento estudiantil y tan importante que era mayoritario en la UBA pero en total aislamiento. Y tanto es así que uno de los factores que generaron las condiciones subjetivas del golpe del ’66 fue esa situación del movimiento estudiantil. Por otro lado había una expresión política complicada que era el ultrismo que venía postulando la lucha armada”.
Y aclara: “Ninguno de los que en aquel momento postulaban la lucha armada terminaron en la lucha armada. Las fuerzas que después combaten y me refiero al caso del ERP y Montoneros son posteriores a ese acontecimiento; se discutía la lucha armada porque era un tema del que se hablaba en todos lados”, apunta.
“Y en esa discusión había una variable socialdemócrata que podría llamarse pacifista y laica y eso hacía a nuestra singularidad. Si las tuviera que ubicar en las características de hoy diría ‘eso fue un movimiento socialdemócrata y estaba naciendo la socialdemocracia”, describe Campero, quien asegura: “La identidad se explica por el inverso. Todos estábamos en la lucha contra el régimen militar y, dentro de ese frente que enfrentaba a los militares no éramos ni comunistas ni peronistas y dentro del peronismo los que no eran socialcristiano, aunque en el peronismo es muy difícil decir que no esté alejado de las emociones católicas”, puntualiza.
Y entonces retoma la respuesta a la consulta sobre un comentario que hace acerca de que 1966 se caracterizó por la lucha extremadamente dura que encaró el movimiento estudiantil de Córdoba. “En el ’66 hay que decir que hay quienes, cuando se produce el golpe de Estado, lo toman como un hecho institucional adicional, como si no hubiese sido una línea divisoria de acero más que de agua, y aquellos que eran de la izquierda no democrática decían ´por ahí esto viene mal para nosotros’, mientras que nosotros nos definíamos en ese momento como de izquierda democrática. No había condiciones, dentro del movimiento estudiantil, de resistencia. En todo caso eran actos individuales como el caso del 20 de junio del ‘66 cuando concurre Illia a Rosario y queremos que se quede para resistir el golpe; el caso de los del PR, me refiero al Partido Reformista, en el que yo tenía amigos aunque no lo integraba el PR. Y el PR se levanta y toma la facultad de Rosario el 28 de junio. Vale decir que hay reflejos democráticos que estaban expresando lo que posteriormente fue La Franja”, narra Campero.
Y describe sin pausa: “En Córdoba (en el seno del movimiento estudiantil) se da una discusión brava…, muy brava!, porque el integralismo, que era el sector socialcristiano, postulaba el paro por tiempo indefinido. Nosotros decíamos que eso era una locura y que cumplían el propósito de lo que era realmente el integralismo que luchaba por un cambio adentro del gobierno para favorecer a los sectores nacionalistas en detrimento de lo que se llamaban los sectores liberales. Estaban luchando contra el golpe; hay un debate en la Ciudad Universitaria en medio de una multitud y se vota. Y por muy pocos votos se impone la posición de la lucha por tiempo indefinido pero la conducción política de esa propuesta estaban en otro enjuague mientras que los que proponían, entre ellos La Franja, que fuese por tiempo determinado para poderle darle continuidad (al plan de acción) y no agotarlo, que fue lo que sucedió posteriormente. Y ahí tenemos un reflejo de lo que sucede y lo expresa muy bien uno de nuestros fundadores, Jorge Las Heras, en el libro ‘El Cordobazo’ y en el que cuenta cómo fue esa asamblea y quien expresa nuestra posición en el debate fue un radical mendocino, Jorge ‘el flaco’ Alonso”.
En la narración que nos ofrece, y en la que en su transcurso introduce reflexiones y un sinfín de anécdotas –algunas de las cuales lo tienen como protagonista- Campero resalta como para dejar en evidencia la cierta dosis de audacia que los envolvía en esa época tanto a él como a otros tantos estudiantes. “Éramos todos muy pibes; teníamos casi 18 años cuando actuábamos en la toma de este tipo de decisiones” y no deja de sorprender cuando cuenta que siendo muy joven integró “una facción para que Don Arturo resista en Rosario el golpe” en una intentona por frenar el asalto a la democracia y de la que –menciona- se involucró el por entonces Comandante del II Cuerpo del Ejército –con asiento en Rosario- general de división, Carlos Augusto Caro
Casi sin darse respiro, excepto para servir una ronde de café, el ex secretario de Comercio del gobierno de Raúl Alfonsín, se vuelve a acomodar en la silla frente a la mesa del living-comedor de su casa y aporta casi en detalle otras circunstancias de los debates, decisiones y sucesos que se van planteando en aquel 1966 en las entrañas del movimiento estudiantil y, en ese marco, ubica el relato en las circunstancias previas al golpe de Estado perpetrado por las Fuerzas Armadas el 28 de junio de 1966.
“Había un sector que al golpe no le daba pelota aún cuando hacía política permanente”, grafica de manera elocuente y dice luego: Después estábamos los que pensábamos que había que evitar el golpe. Eso ‘ronqueamos’ en Rosario con la CGT-Rosario, que fue después CGT de los Argentinos, que al frente estaba (Héctor) Quagliaro, yo estaba por los estudiantes y yo tenía idea y alguien manejaba datos de la resistencia del general Augusto Caro que se oponía al golpe lo que después se comprobó que era verdad. Don Arturo viene el 20 de junio a Rosario, en el Día de la Bandera, hay una comida en la Bolsa de Comercio y vamos a hablar sobre esta idea con Don Arturo y, en ese momento, se acerca el doctor, Juan Carlos Palmero, quien era el Ministro del Interior y Ricardo Illia, hermano del Presidente y secretario y escuchábamos que nos decían ‘muchachos dejen de hablar de golpe que de tanto hablar de golpe va a venir el golpe’. Nosotros estábamos preparados para lo que pensábamos hacer. Con el tiempo me hice amigo de Don Arturo y una vez le pregunté el por qué de la decisión (de hacernos desistir de nuestra idea) y él me dijo entonces que ‘hubiese sido un baño de sangre’”.
Campero avanza con detalles de esa lucha del combativo movimiento estudiantil y, al describir lo que sucedía en Córdoba o en Rosario, deja al desnudo que no eran acciones aisladas y que, si bien no había una sincronización articulada entre los grupos que actuaban en cada universidad, tenían como denominador común la reacción y la resistencia a la dictadura militar que había asaltado el poder. Recuerda entonces algunos hechos que iban sucediendo como el asesinato del estudiante y obrero, Santiago Pampillón, que se produjo en la noche del 7 de setiembre de 1966.
“La muerte de Pampillón produce una extrema conmoción”, describe y detalla que ese episodio se produce “en medio de una huelga del movimiento estudiantil interminable. Pero no era que sólo en Córdoba se peleaba. Nosotros en Rosario ante la muerte de Pampillón nos movilizamos y recuerdo que estábamos definiendo que posición llevaríamos a una asamblea que estaba convocada para un rato después”, relata. Fue en ese momento en que –rememora- fuerzas policiales irrumpieron en la sala del quinto piso de la Facultad en la que cursaba sus estudios “y así como si nada, sin orden de allanamiento ni nada que se le parezca nos llevaron presos; fue en ese momento en que por primera vez caía preso junto a otros que, como en mi caso, estudiábamos la carrera de diplomacia y estábamos en esa discusión previa a la asamblea en la facultad de Rosario”.
A esa altura de la charla, no hace falta que ponga en evidencia el escenario de tensión en que los estudiantes estaban sumergidos porque –apunta- “todos peleábamos en las universidades del país. Córdoba, nosotros en Rosario, todos peleábamos en una situación que bien podríamos pre-revolucionaria”, remarca y continúa: “salvo el caso de la Universidad de Buenos Aires pero no porque no estuviesen en la lucha ”, advierte para entonces describir que ya se había producido “lo que todos conocemos como ‘La Noche de los Bastones Largos’”, dice como para dejar en claro que, tal circunstancia, no significa que los estudiantes universitarios de esa alta Casa de Estudios, con sede en la entonces Capital Federal, estuviesen al margen de esas acciones contra la opresión en la que se hallaba inmerso el movimiento estudiantil en una confrontación con el régimen militar.
Noche de los Bastones Largos.
El episodio, por cierto conocido y al que hace referencia Campero, se produjo el 28 de julio de 1966, es decir a sólo 30 días exactos del golpe de Estado que había derrocado al gobierno constitucional de Illia, cuando efectivos de la militarizada Policía Federal, cumplieron la orden impartida por el régimen militar de Onganía e irrumpieron con sus bastones y armas en varias de las sedes de varias facultades de la UBA, entre ellas la de Ciencias Exactas y Filosofía y Letras, para poner fin a la ocupación pacífica con la que estudiantes y docentes en reacción a la decisión del gobierno de facto de poner fin a la autonomía universitaria, uno de los pilares de la reforma de 1918. Hubo una represión inusitada en la que fueron apaleados violentamente estudiantes, profesores y las autoridades de esas casas de estudio.
Campero retoma la descripción de la vertiginosa prosecución de los acontecimientos: “Todo era como un marcapasos que era una línea de lucha. Y en el ’66 pega el salto Córdoba; en el ’67 es el salto de La Plata, en el ’68 pega el salto Rosario y en el ’69 estamos todos y es cuando nos vemos ante el desafío de dar respuesta hacia la búsqueda de una salida ante la situación”, detalla pero vuelve hacia atrás en la cronología de los sucesos para describir, en este caso, lo que ocurría en la lucha del movimiento estudiantil específicamente en La Plata. Y cuenta “En la Plata estaba la FULP (Federación Universitaria de La Plata) que estaba en manos de La Franja pero, a su vez la FULP no estaba en la FUA (Federación Universitaria Argentina) se produce un conflicto, que específicamente se suscita en la universidad, y la Franja, y aclaro ya formalmente como Franja, avanza todavía un paso más en la lucha”, tras lo cual acelera el relato de los sucesos que en 1968 tuvieron lugar en Rosario en el marco del cincuentenario de la Reforma Universitaria de 1918.
Marcha de la FUA en Rosario.
Campero, con compromiso decidido en la lucha estudiantil, deja en claro que él no estuvo entre los fundadores de la Franja Morada aunque, ciertamente, cumplió una misión relevante que, en rigor, lo ubica en un sitial de injerencia directa que se patentiza en que, desde su sólida formación académica, intervino en las definiciones que en el plano económico, particularmente, se reflejan en los documentos liminares que fueron aprobados en las deliberaciones de los franjistas en la Ciudad de La Plata entre el 30 de octubre y el 1 de setiembre de 1967.
En su Declaración Constitutiva los franjistas denunciaban el “atropello” del régimen gobernante a las universidades que tenía como “único objeto poner freno a todo intento ideológico adverso” y que quedaba claro que la “limitación” en “en todos los órdenes de actividad universitaria” tanto “en los social, en lo referente a la enseñanza como en el de la política universitaria”, por lo que se advertía que “en el aspecto social: Se han disminuido las becas de ayuda económica, se han puesto medidas restrictivas para el ingreso a los comedores estudiantiles, se han incorporado aranceles y otras medidas de orden económico que gravan el presupuesto del estudiante menos pudiente”,
“En el aspecto de la enseñanza se dan los ataques más graves: Se implantan exámenes de ingreso eliminatorios, se suprimen turnos de examen, se aumentan los requisitos de asistencia, se implementan planes de estudio desprovistos de absoluta practicidad y sensibilidad, ignorando que la mayoría de los estudiantes deben costearse sus estudios con su trabajo” y puntualizaban que “se pone en marcha un mecanismo de discriminación ideológica a nivel de todos los claustros universitarios”, refería aquella declaración de los franjistas que denunciaban que “en el aspecto de la política universitaria se inicia una intensa represión a profesores y al movimiento estudiantil”.
“En el país, mediante el empleo de la fuerza militar se han destruido los pilares básicos de la República; se pretenden eliminar todas y cada una de los derechos que integran la libertad y erigir un sistema económico-social fundado sobre la injusticia y el privilegio que caracterizaron a las sociedades finiseculares” reafirmaba la Declaración de aquella naciente la Franja Morada que, por lo tanto, dejaba en claro su propósito de “afirmar los principios fundamentales de la Reforma Universitaria” tanto como “combatir eficazmente a las fuerzas internas y externas” que pretendan “destruirla”.
Aquella Declaración Constitutiva fue acompañada además por otro documentos que surgió de las deliberaciones como “Declaración política-económica nacional”, que señalaba que restablecer el imperio “de un poder civil no puede ser meramente formal” sino que “debe ir acompañado por una limitación efectiva a los factores de poder que no actúan en función social” y se manifestaba la necesidad de “un gobierno representativo” que “estuviese dotado de todos los mecanismos necesarios y suficientes como para hacer prevalecer el interés de la sociedad sobre el de las minorías que detentan el poder económico”.
“Pretendemos el pleno empleo de la libertad, concebido como el dominio del hombre sobre sí mismos, limitado por su estado de convivencia social” afirmaban los franjistas que añadían que “para que la libertad tenga vigencia efectiva debe garantizarse la posibilidad de satisfacer las necesidades económicas primarias, culturales y sanitarias a todos los habitantes del país”, decía aquel otro documento que como el primero aparecía rubricado al pie como representativo del Partido Reformista Franja Morada Rosario, Partido Reformista Franja Morada La Plata y Partido Reformista Franja Morada Córdoba.
Con el título “Documento Sobre Situación Nacional”, aquellas mismas fuerzas que daban origen a la Franja Morada planteaban que a “quince meses de la usurpación del poder” por parte de la dictadura de Onganía se puso en vigencia “una cruda experiencia de economía de mercado” y, en esa declaración, se apunta la incidencia de algunos aspectos en particular como la “Nueva paridad dólar-peso que reporta pingües beneficios adicionales a los tradicionales exportadores de nuestra producción primaria, pese a las retenciones oficiales destinadas a disminuir el déficit presupuestario (resistidas éstas últimas en su momento por las organizaciones agro-exportadoras que aspiraban a alzarse con la totalidad del lucro gratuito que les deparó la abrupta devaluación del peso); a la vez que se aborda en el segundo punto lo referente a “Ley de arrendamiento y aparecerías rurales que despoja a los sectores productivos del uso de las tierras, poniéndolas en manos de los grandes propietarios con lo que en la mayoría de los casos se las anula como factor de producción y se las convierte en bienes de especulación”.
También se puntualiza acerca de los efectos de las “Rebajas en los Aranceles de importación” que se considera una medida que apunta a “proteger a la gran burguesía industrial de los efectos de la devaluación” y se apunta sobre los efectos de la “liberación de los precios sustrayendo de la órbita del gobierno la facultad de fijar los mismos y suprimiendo así una forma imprescindible de la intervención del Estado en defensa de los consumidores de ingresos fijos”.
Una franja morada ya cruzaba aquel movimiento estudiantil. Aquel 26 de agosto de 1967, los estudiantes universitarios reformistas sellaban un compromiso con una lucha que estaba lejos de agostarse y en la que adquirirían aún mayor protagonismo en tiempos todavía más cruentos para la Argentina que gobernaba la dictadura de Onganía y a la que enfrentaban con fiereza.
En la charla dirá: “En el ’68, fuimos nosotros en Rosario quienes mejor encaramos, desde el punto de vista estratégico” la conmemoración del cincuentenario de la Reforma Universitaria de 1918 con un acto en que fue orador y al que asistió Don Arturo Illia. Y explica que para llegara a ese trascendente evocación actuamos –insiste- con “apertura al conformar una comisión de homenaje en la que estaban radicales -sumamos a ella a Carlos Perette, quien había sido Vicepresidente de Illia, pero también integramos a socialistas, demócratas progresistas, profesores y hasta representantes de los no docentes”, relata.
Campero, dispuesto a prolongar la charla, matizaba por una nueva ronde café humeante servido en sencillas tazas, nos llevará a rememorar otros acontecimientos. Es mucho lo que tiene por decir acerca del protagonismo que iría adquiriendo La Franja en el movimiento estudiantil, en la escena política y, particularmente, en el radicalismo.