viernes 26 de julio de 2024
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República, liberalismo y mercado

I. Cuando Alberdi escribió las Bases para la organización política del país, una de sus preocupaciones centrales fue que no repitamos la experiencia de Rosas, es decir la de un régimen despótico apoyado por las clases populares y habilitado para ejercer la suma del poder público. Fue por eso que dispuso que el presidente no sea elegido por el voto directo sino por los Colegios Electorales; y que incluso los senadores se rigieran por los mismos principios. A Alberdi no se le escapaba que en determinadas coyunturas políticas un caudillo, o un dirigente astuto, podían ganar la simpatía popular y ocupar el poder. Pues bien, a esa ambición habría que ponerle límites institucionales y políticos. Un presidente respetable, honorable pero con poderes limitados y, dicho sea de paso, sin posibilidades de ser reelecto. Y un pueblo libre pero con “filtros” legales a la hora de elegir. Alberdi sabía de lo que hablaba, porque a los temas del poder los había estudiado y estaba absolutamente convencido de que una economía liberal debía realizarse con un poder político republicano y una sociedad sometida al imperio de la ley. Al respecto, no concebía coartadas ni justificaciones. Alberdi conocía a Rosas y al rosismo, tanto lo conocía que fue, comparado con sus amigos del exilio, uno de sus adversarios más complacientes, uno de los que más se preocupó por entender la naturaleza del rosismo, pero al mismo tiempo fue el más tenaz en materia institucional. Alberdi llegó a reconocer a Rosas virtudes que los “salvajes unitarios” más enconados se negaban a hacerlo. Admitía, por ejemplo, que los argentinos debíamos agradecerle a Juan Manuel habernos enseñado a obedecer, aunque más no sea por el peor de los caminos, pero a continuación advertía que la antigua obediencia al tirano debía transformarse en obediencia a la ley. Gracias Rosas por los servicios prestados, pero descansa en paz en Southampton.

II. Lo recuerdo a Alberdi, porque el presidente Milei lo cita con frecuencia y siempre en términos ponderativos. Si esto es así, le pregunto al señor presidente: ¿Qué hubiera pensado el autor de Las Bases acerca de un DNU con más de trescientas disposiciones? ¿O del pedido de aprobación de una ley ómnibus y la delegación de poderes? Sin ánimo de exagerar, digo que hablar de espaldas al Congreso para dirigirse al pueblo o, para ser más preciso, a sus seguidores, se parece más al arrebato de un caudillo populista que al comportamiento de un líder republicano y liberal. Establecer algo así como una grieta entre el presidente y el Congreso, no es lo más aconsejable en los tiempos que corren. La legitimidad electoral de Milei está fuera de discusión, pero no está de más recordar que esos legisladores que él desprecia o subestima también fueron elegidos por el voto popular. Liberalismo económico y autoritarismo político no es una buena fórmula para nuestras tradiciones. Alguien podrá decir que en China esa alquimia dio resultado. Es posible, pero no creo que a ese modelo lo podamos calificar de liberal o tenga alguna posibilidad de realizarse en la Argentina. ¿Pretende Milei avanzar hacia una suerte de dictadura anarcoliberal? No lo sé, pero no me gustan los políticos que se inician en el poder reclamando facultades especiales o enviando DNU que más que un decreto se parece a un manifiesto, un programa o una proclama revolucionaria. Milei fue elegido para gobernar en el marco del estado de derecho y no para protagonizar una revolución. Para ese objetivo no tiene poder político y me temo que tampoco tenga poder social. La advertencia la comparten los principales constitucionalistas del país, incluidos aquellos que no han disimulado sus críticas al kirchnerismo y en más de un caso han votado por MIlei en las recientes elecciones.

III. Si a Borges le permitimos que dijera que la realidad es tan maravillosa que hasta la Santísima Trinidad es posible que exista, bien podemos nosotros tomarnos la licencia de decir que esa maravilla de lo real incluye a un Milei que se sale con la suya. Todo es posible en la dimensión desconocida, siempre y cuando admitamos que ese campo de lo posible también incluye lo opuesto, es decir, que sus audaces iniciativas sean rechazadas. ¿Qué pasaría en este caso? Lo deseable sería que se abra un espacio de negociaciones para avanzar, hasta donde sea posible, con los objetivos de terminar con la inflación y combatir la inseguridad, empezando por la que produce el crimen organizado. Más de un analista ha intentado compararlo a Milei con el ex presidente peruano, Alberto Fujimori. Espero que esta distopía no se realice. Otros especuladores acerca del devenir del futuro, lo comparan con Pedro Castillo, también peruano, pero a diferencia de Fujimori, Castillo no se cargó al Congreso, sino que el Congreso se lo cargó a él. Los dioses no me han otorgado ninguna facultad para escudriñar el futuro y sospecho que tampoco me ha  dado atributos especiales para tratar de entender un presente cuyo signo parece ser la confusión. La Argentina debe cambiar, merece hacerlo y pobre de nosotros si no lo hacemos. El cambio exige hacer funcionar esa máquina social y económica que se llama capitalismo. Pero no hay capitalismo que funcione sin resolver al mismo tiempo las demandas de las masas movilizadas  Las soluciones populistas es evidente que han fracasado, pero las soluciones liberales deberán someterse al tribunal de la historia o a los avatares de la política. A Milei no está de más recordarle aquella frase de Perón: “Nosotros no volvemos al poder porque somos buenos, sino porque los que pretendieron reemplazarnos fueron peores”.

IV. No me sumo a la horda populista que conspira para que el presidente fracase, pero al mismo tiempo, y en nombre de aquellos valores liberales y republicanos, no estoy dispuesto como ciudadano a otorgar un cheque en blanco a un presidente. A nadie deberíamos habérselo entregado. De la cloaca populista se sale con libertad y república, y no transitando de un populismo a otro  En Argentina hay que cambiar muchas cosas, pero al mismo tiempo hay que defender y conservar otras. Como se dice en estos casos, hay que arrojar el agua sucia de la bañera, pero no al niño. Para ello hace falta lucidez y sabiduría. No creo ni espero transformaciones mágicas y maravillosas; creo más en las reformas progresivas realizadas con inspiración política y consenso. Esos logros no se obtienen acusando de coimeros a los legisladores que le deben votar las leyes, o intentar convencernos de que el país es víctima de una demoníaca conspiración política tramada hace más de un siglo y de las que MIlei nos liberará apoyado en las fuerzas del cielo. Argentina merece ser más libre y más justa. Ninguna de estas virtudes son posibles aisladas. No hay libertad sin justicia; no hay justicia sin libertad. Y no hay libertad y justicia sin ese valor de la revolución francesa que siempre fue postergado: fraternidad. Si el precio a pagar por estos logros son los ajustes o la lucha contra los beneficiarios de la Argentina subsidiada, corporativa y populista, sospecho que la mayoría de los argentinos estado dispuestos a pagarlos, siempre y cuando sean equilibrados, proporcionados, limitados en el tiempo y aplicados por autoridades que predican con el ejemplo.

Publicado en El Litoral el 29 de diciembre de 2023.

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