martes 15 de julio de 2025
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Reflexiones ante un cambio de era

Exposición de la Dra. Liliana de Riz en el Salón Arturo Illia del Honorable Congreso
de la Nación en ocasión de recibir el Diploma de Honor por su contribución al
desarrollo de la sociología, la teoría política y al análisis del funcionamiento del
sistema político nacional.

Buenas tardes,
Quiero agradecer el altísimo honor que me ha conferido este Honorable Senado de la
Nación Argentina.
Quiero agradecer a quienes me propusieron para esta distinción y en particular al Senador
Maximiliano Abad porque lo han hecho posible.
En las breves palabras de mi presentación quiero subrayar el contexto mundial en que
vivimos y los desafíos que enfrentan las democracias en el mundo y en nuestro país.
Sin duda, vivimos en una época de cambio acelerados a una velocidad infinitamente
mayor que hace dos siglos -la revolución industrial que se extendió durante dos
generaciones-. Hoy no alcanza el tiempo para adaptarnos. Este es un cambio de era: de la
industrial a la digital y exige nuevas actitudes y conocimientos. Son destrucciones
creadoras de lo nuevo que como ya decía San Agustín a propósito de la caída del Imperio
Romano, no podemos apreciar, sólo vemos lo que muere en tiempos de grandes
transformaciones. Y ya Tocqueville advertía que una época nueva exige una Ciencia
Política nueva.
El mundo de hoy es abrumadoramente más complejo, más inestable, peligroso e
imprevisible. Esta es época de incertidumbre y desconfianza, de confusión y cisnes
negros. Ocurre lo que no estaba previsto que ocurra. Así llegó Trump y así llegó Mile.
No se los esperaba. Los cambios tecnológicos, desde internet a la inteligencia artificial,
los cambios geopolíticos y geoeconómicos, las crisis migratorias, las amenazas de
ciberataques, la pandemia… todo eso con el trasfondo de la caída de las Torres Gemelas
al inicio de este siglo hizo que la noción de que el mundo funcionaba fuera problemática.
La crisis financiera del 2008 alimentó el desconcierto y la desconfianza. Ahora se suman
las guerras, el fin del orden mundial de la posguerra. Hoy impera la fuerza. Y en este
contexto el miedo atenaza.
Hoy vivimos en una sociedad de redes que bien estudiara Manuel Castells hace casi dos
décadas. En las redes predominan movimientos identitarios, movilizados por la emoción
y afincados en territorios. Las redes son el nuevo ámbito comunitario y remedan a las
ligas que anunciara Moisés Ostrogorski en su ensayo de 1909 “La democracia y los
partidos políticos” donde ya avizoraba la crisis de los partidos que como toda
organización, decía, estaban condenados a la burocratización.
Hoy tenemos ligas virtuales en las que los individuos toman partido, aunque no se afilien
a ninguno. AlainTouraine, en su último libro “Cuadernos de Campaña” -publicado en
2012-, cifraba su esperanza en los movimientos sociales ya que creía que la política no
podía reducirse a la lucha entre partidos. Hoy, antes que movimientos sociales, tenemos
tribus en las redes
La política va perdiendo el monopolio de lo público, la autoridad hoy está cuestionada y
sometida al escrutinio de la sociedad, al control inmediato en los teléfonos celulares.
Importa subrayar que ha cambiado del modo de producir, pero también el modo de
relacionarse entre los seres humanos, hay nuevos patrones de interacción que tendremos
que analizar como los clásicos lo hicieron cuando la revolución industrial transformó las
formas de la sociabilidad. Transformaciones sociopolíticas antes que institucionales.
Tengo para mí que asistimos a una suerte de revancha de la sociología. Nuevas formas de
interacción humana marcadas por el individualismo y la horizontalidad. El fin de las
jerarquías y el desafío a la autoridad. Reclamos de democracia directa -referéndums,
plebiscitos-. En síntesis, una crisis de la representación.
Pero la crisis de representación viene de lejos. Esta es una crisis de los representados. No
hay agentes colectivos como los que definieron el conflicto en la democracia industrial,
obreros y patrones, proletarios y burgueses. Hoy los votantes son monotemáticos,
volubles, se mueven en las redes como guerreros virtuales y disparan granadas simbólicas
que estallan en las cabezas de sus “enemigos”. El valioso libro de Gastón Burucúa rescata
la idea de civilización ante un mundo de batallas con guerreros que por definición de tales
no se ajustan a reglas, en un mundo incivil actualizando a Norbet Elias, gran sociólogo
del siglo XX que teorizó sobre esto.
Hoy resurgen los populismos encarnados en las derechas radicales que crecen en las
democracias occidentales. El concepto es un cajón de sastre en el que cabe de todo. Yo
entiendo que se refiere a un modo de ejercer el poder rechazando toda instancia
mediadora, con lideres salvadores convencidos de que tienen una misión histórica que los
libera de cualquier restricción institucional y que reparten premios y castigos a piaccere,
con el botín del estado.
No se trata de que los lideres hoy sean menos idóneos. No es fácil imaginar hoy a un
Churchill o un Adenauer. Los modelos de organización y de relación con la sociedad
cambiaron y no avizoramos liderazgos de reconstrucción de esa talla. Hoy no se habla de
reconstrucción sino de destrucción, destrucción del estado, motosierras mediante.
Los que tenemos muchos años vivimos los cambiantes dilemas que atravesaron la política
en América Latina: desarrollo/atraso en los años 60, reforma o revolución en los setenta,
democracia o dictadura en los 80 y democracia o populismo después. Hoy es democracia
versus autocracias. Orbán es un paradigma de cómo se corroen por dentro las
democracias. Las democracias imperfectas predominan y las autocracias son más y
proliferan en democracias occidentales, con la tecnología de soporte y el nacionalismo
como bandera.
Hoy más que antes cuenta la virtud de los políticos no sólo como habilidad maquiavélica
para acompañar a la fortuna, sino como cualidad que reivindicó el republicanismo de los
antiguos, sentido del compromiso que somete los faccionalismos a un bien común.
Sensatez, probidad, responsabilidad. Hoy los ciudadanos desconfían de las instituciones
y la política funciona como espectáculo con frecuencia rayano en la extrema vulgaridad.
La degradación del debate público está a la vista. La política ha bajado de nivel en todo
el mundo occidental y la lucha por el poder reemplazó a la autoridad intelectual. El
silencio de intelectuales y la polarización que se extiende impiden pensar el largo plazo.
La degradación del rol de Congreso -ya fuera en presidencias imperiales en las que
funcionó como mera escribanía de quien mandaba o en presidencias institucionalmente
débiles en las que el diálogo y la negociación son reemplazados por instrumentos de
dudosa constitucionalidad que sostienen un hiperpresidencialismo-, la judicialización de
la política de la mano de la politización de la justicia, completan un panorama de los
poderes de estas democracias poco republicanas, por decir lo menos. Y la politización de
la justicia no pocas veces se asocia al bloqueo de las reformas necesarias.
No sabemos cuál es la palabra clave para movilizar a una ciudadanía esperanzada que no
sólo exige un nivel de vida decente, también exige ser escuchada y respetada. No sólo
quiere que baje la inflación, aunque esto es condición sine qua non para estabilizar una
economía desquiciada y sentar las bases de las reformas que aseguren un nuevo perfil
productivo. La ciudadanía exige, además, la vigencia del pluralismo y el respeto a ser
escuchada. Acaso esa palabra será ” igualdad” para aunar esperanzas y creencias. Alexis
de Tocqueville fue quien primero identificó a la democracia con la igualdad. ¿Cuánta
desigualdad soporta una democracia? Las desigualdades crecieron desde los años 80 y el
uno por ciento más rico lo es cada vez más. Hoy existe la periferia dentro de los países
centrales y hay países enteros en la periferia. El triunfo de Trump se apoyó en el Medio
Oeste que es la periferia de Estados Unidos y el reciente ascenso de Marie Le Pen se
apoya en la periferia rural, los obreros asalariados y a clase media empobrecida y
temerosa. Los movimientos sociales como los chalecos amarillos en Francia o los
evangélicos en Panamá vienen de las periferias y reclaman derechos en las redes. La
representación política no los contuvo, tampoco aquí contuvo a los desencantados del
kirchnerismo y del fallido intento de Cambiemos. Fue Milei quien supo canalizar al
hartazgo de muchos, principalmente de los jóvenes, para los que futuro era pura amenaza.
Lo cierto es que se precisa una agenda nueva, de creencias y esperanzas que no sólo
proponga un nuevo perfil económico. Una agenda inspirada en los valores que informan
una sociedad más libre para cada uno y más justa para todos. Una nueva agenda
compartida, sin enemigos a combatir y sí con ciudadanos a convencer, con valores
culturales y morales también.
Los viejos líderes buenos ya no están entre nosotros y nuevos líderes tendrán que dar
forma a una democracia representativa y liberal que encuentre en fuerzas moderadas y
moderadoras una alternativa a la polarización tóxica que asola a nuestra democracia como
a las muchas democracias frágiles e imperfectas del mundo de hoy. Se trata de liderazgos
capaces de hacer viables coaliciones reformistas innovadoras basadas en el diálogo y la
deliberación.
Es urgente buscar respuestas; respuestas para restablecer la paz y un nuevo orden en el
plano internacional -“de la guerra sólo su puede aprender a hacer la paz”- y respuestas
para gobernar en democracia con justicia para todos y libertad para cada uno. La
esperanza es que el destino de la libertad le importe a muchos. Y ese no es un asunto
reducido a la economía, lo sabemos. No hay que confundir el liberalismo de mercado con
el liberalismo político, tantas veces confundido en nuestro país.
No quiero concluir esta presentación sin decir que la defensa del pluralismo y la
comprensión de las causas del voto son un imperativo de este tiempo. Estoy convencida
de que se podrá encontrar un lenguaje que con la razón y el sentimiento convenza a un
amplio electorado de que se puede transformar el régimen económico de esta sociedad
con las reformas que a la vez garanticen una sociedad plural, escuchada y respetada. Y
una democracia en la que la alternancia, el control del ejercicio del poder y una ciudadanía
activa, gracias a una educación de calidad, sean el antídoto a todo intento autocrático.

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