viernes 26 de julio de 2024
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Raúl Alfonsín: piedra basal de una democracia perdurable

“Hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie, porque todos hemos recuperado nuestros derechos […]. Levantamos banderas de unión nacional, de convivencia democrática, de justicia social, de solidaridad y de ayuda fraterna”. Con estas palabras inició Raúl Alfonsín el camino de estos 40 años de democracia. Fue en la madrugada del lunes 31 de octubre de 1983, tras aguardar que el peronismo reconociera la derrota, cosa que no sucedió hasta el mediodía, cuando estrechó la mano de Ítalo Luder, hecho que selló la aceptación del resultado.

Tal vez ese instante explique la razón que nos permitió llegar a este aniversario democrático. El líder radical había ocupado el centro de una campaña en la que convocó a construir cien años de democracia. “Se acaba la Argentina de los uniformados, los adivinos y los matones”, fue la certeza que transmitió en todo el país.

La colocación de su busto en la Casa Rosada por parte de un gobierno justicialista cerró el círculo del reconocimiento en vida que se cinceló con una caracterización unánime: “El padre de la democracia”. Alfonsín transmitió el valor supremo de la ética en la función pública, sumado a una calidez innata en el trato personal y un permanente esmero intelectual en la búsqueda de respuestas a las nuevas conflictividades sociales.

Probablemente, los 40 años de continuidad virtuosa del sistema que se celebraron este 10 de diciembre resultaron porque se logró encadenar la alternancia sin vetos ni proscripciones, sin exilios ni presos políticos, con la plena garantía de las libertades públicas. Un mix que constituyó el argumento irrebatible que sustenta por qué el líder radical ocupa tamaño sitial en la historia. Hasta su acceso al poder, la Argentina solo conocía otra alternancia, la de las democracias y las dictaduras.

El Alfonsín de los 80 cargó en su haber derogar la autoamnistía y ordenar los procesamientos de las Juntas y las cúpulas guerrilleras. Esa decisión inicial demostró al cuerpo social que todos íbamos a ser iguales, y que el que las había hecho, las iba a pagar. En paralelo, convocó personalmente a los miembros de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que se transformó, de la mano de sus legajos, en el nervio medular del proceso judicial. Había prometido una democracia sin condicionantes y lo estaba cumpliendo.

Hubo perpetua y destitución para Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera. Además, cárcel para Mario Eduardo Firmenich y José López Rega. Y también, juicio por mal desempeño en la guerra de Malvinas y doce años de prisión para los tres comandantes; Jorge Anaya, Leopoldo Fortunato Galtieri y Basilio Lami Dozo.

En esos primeros tiempos se firmó el acuerdo de Paz con Chile motorizado por la Santa Sede. En una consulta no vinculante, recibió el aval de más del 80%o del electorado. La agenda en favor de la paz también estuvo en la iniciativa por el desarme nuclear del Grupo de los Seis. Allí, junto a Andreas Papandreu de Grecia, Rajiv Gandhi de India, Miguel de la Madrid Hurtado de México, Ingvar Carlsson de Suecia, y Julius Nyerere de Tanzania, Alfonsín impulsó un pedido para frenar la carrera armamentista.

Quedaron así imágenes de jefes de Estado dialogando, recibiendo o visitando al presidente argentino. Su apuesta por la democratización en la región rindió frutos. Finalizó su mandato con las democracias nacientes en Brasil y Uruguay, y con la convocatoria a elecciones en Chile. Además, sembró el camino para el Mercosur. Sin embargo, nada parece igualar el tono del discurso que se ganó un lugar en la historia cuando, rápido de reflejos, defendió a Centroamérica de la embestida estadounidense ante la mirada atónita del mismísimo Ronald Reagan.

También tuvo tiempo para allanar el camino en la vida cotidiana de miles de familias con la aprobación de la ley del divorcio o la patria potestad compartida. Así como plantó bandera con el Programa Alimentario Nacional, que funcionó como una batería de refuerzo de comestibles en los hogares más postergados.

En lo referido a la educación, restituyó la autonomía a las universidades nacionales, motorizó el Plan Nacional de Alfabetización e impulsó el Segundo Congreso Pedagógico Nacional. Y en lo cultural puso fin a la censura con la derogación del Ente de Calificación Cinematográfica. Los vientos de cambio fueron tales que, en dos años consecutivos, el cine nacional compitió por el Oscar a la Mejor Película Extranjera.

Enfrentó tres levantamientos militares y una última asonada guerrillera. Su actitud fue la de ponerse al frente de la situación y superar la crisis. Ese coraje representó su signo distintivo frente a los temores y tibiezas de los hombres de la política. Esa misma valentía evidenció en los años de la dictadura cuando encabezaba con su firma los habeas corpus por los desaparecidos.

En el final de su gobierno, agobiado por el infierno inflacionario, mostró templanza para acordar una salida anticipada que le permitió cumplir con su objetivo, entregar el poder a otro presidente surgido del sufragio popular. Así como fue el primer radical en triunfar en una presidencial sobre el peronismo, también fue el primer radical que le colocó la banda a un hombre del PJ.

En los 90, fue impiadoso con los indultos y con el proceso de privatizaciones. No obstante, ante la posible reforma constitucional, acordó –a sabiendas del costo político que pagaría– un núcleo de coincidencias básicas que abrió paso a una Carta Magna que consagró el voto directo, acortó el período presidencial, habilitó una reelección, amplió el período ordinario de sesiones del Congreso, brindó rango constitucional a los tratados internacionales de derechos humanos y reconoció las garantías de amparo, habeas corpus y habeas data. Incorporó el derecho a la iniciativa popular, así como los artículos de consumidores, pueblos originarios y temáticas ambientales. Además, los porteños pudieron darse una Constitución y elegir autoridades. Un pacto que dejó un texto mejor que el de 1949 o 1957 (el primero había omitido al no peronismo; el segundo, al peronismo).

Alfonsín cedió en 1997 y bendijo la experiencia aliancista que sembró una alternativa al invencible justicialismo. Por primera vez, el peronismo en el poder perdió una elección presidencial y le puso banda y bastón a un presidente radical. Los círculos de la consolidación democrática se afianzaron con la alternancia.

Ya en este siglo, sumó hombres de su confianza en la salida institucional a la tragedia del 2001. Dialogó, escuchó y colaboró en la transición que encabezó Eduardo Duhalde para restablecer el poder del Estado en las calles y en la administración de los recursos públicos.

Bregó en épocas complejas, fue preso por predicar ideas, caminó el país, sembró en tiempos desérticos para la democracia, sobrevivió a varios atentados contra su vida, a dos graves choques automovilísticos y a las reiteradas amenazas de la Triple A y de algunos personeros del terror en la última dictadura.

Intentó, con suerte esquiva, hacer un “club” de naciones deudoras latinoamericanas (Grupo Cartagena); liderar un tercer movimiento histórico; trasladar la Capital a Viedma-Carmen de Patagones-Guardia Mitre; y reformar la ley sindical con el objetivo de la democratización. A algunos proyectos les faltaron solidaridades; a otros, fondos. Todos quedaron frustrados, cargados en el debe, ese que tan bien graficó cuando acuñó aquello de “no supe, no quise, no pude”.

Este 10, juró otro hombre surgido del sufragio que aceptó las reglas del sistema y obtuvo el aval necesario. Las motivaciones no son tema de este artículo, pero si lo es el resultado. La voluntad de cambio también es un síntoma de buena salud democrática. A pesar de los libertarios y su escaso apego a la defensa discursiva del sistema, la democracia para los tiempos es el gran triunfo cultural de Alfonsín, a cuarenta años de distancia. Y este último comicio no escapa a esa máxima.

Publicado en La Nación el 10 de diciembre de 2023.

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