sábado 14 de diciembre de 2024
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Raíces de la crisis: el verdadero significado de la “batalla cultural”

Viene repitiéndose con animada insistencia que el gobierno de Javier Milei está empeñado en librar una “batalla cultural”, cuyo objetivo sería terminar con los males que aquejaron al funcionamiento de la gobernabilidad argentina. En el diagnóstico oficial, el propósito es dar por clausurada la etapa Estado-céntrica de nuestra historia, liberando las fuerzas creativas del mercado. Dicho en forma más directa: un duelo entre Estado y mercado. 

Si creemos, como el filósofo Richard Precht, que “la cultura no es el cine, ni los libros, ni la música, ni el teatro, ni es un accesorio decorativo para los que ganan mucho dinero, sino que es una pregunta por la orientación sobre la manera en que queremos vivir”, entonces es pertinente reflexionar sobre esta contienda. 

El concepto de “batalla cultural” pertenece al pensador italiano Antonio Gramsci, quien sostenía que el poder se nutría no solo a través de su fuerza política y de su acción coercitiva, sino también por medio del control de las instituciones culturales y educativas. Por eso conjeturaba que los verdaderos cambios debían comenzar en el ámbito cultural. 

El Presidente ha acertado con la visión de hartazgo social respecto de los resultados de los últimos gobiernos, en los que la disparada inflacionaria y los desequilibrios macroeconómicos son apenas la fiebre de un mal muy arraigado. También tiene razón en que los debates de fondo estaban ausentes y que la manera en que funcionaba el Estado era (y es) un problema. El enojo y el distanciamiento de la política de los ciudadanos son sus frutos naturales y la creciente pobreza estructural es el resultado. 

Acaba de publicarse la lista de los diez países más transparentes del mundo que realiza anualmente Transparencia Internacional; también se dio a conocer en forma casi simultánea el estudio que realizan la Universidad de Pensilvania y US News Report and World sobre los países con mejor nivel de vida; y también salió a la luz en estos días la nómina del Financial Times sobre las democracias más plenas. ¿Adivinen? Los países son casi los mismos: Suecia, Dinamarca, Nueva Zelanda, Países Bajos, Alemania, Singapur, Canadá, Australia, Suiza, Bélgica, Irlanda, Taiwán. En cada lista hay pequeñas variaciones, suben unos y bajan otros; pero forman un elenco estable. Son, además, los países que mejores resultados tienen en las pruebas educativas PISA. Nota al pie: en calidad democrática Uruguay y Costa Rica están entre los quince primeros. 

Las razones 

¿Cuál es la manera en que viven estos países? Son naciones democráticas, sus gobiernos no suelen ubicarse ideológicamente en las estridencias de los extremos, tienen una alta calidad institucional, están insertos en la cadena de producción y comercialización internacional, no son populistas, carecen de líderes que creen que con ellos comienza la historia y, quizás lo más importante, sus ciudadanos se identifican con el Estado. Por eso lo cuidan y están persuadidos de que su buen o mal desempeño tiene directa relación con su calidad de vida, su presente y su futuro. 

Es cierto que los argentinos tenemos una tendencia estatizante, solemos apelar más a nuestros derechos que a nuestras obligaciones, reclamamos al Estado el ordenamiento, el control y la solución de la inmensa mayoría de las dificultades que nos atraviesan, pero no nos sentimos identificados con el Estado. El Estado son los otros, los que hacen las cosas mal, los que nos traban y obstaculizan, el que quita y no pone. Se cree que el Estado es una bolsa de dinero que alguien llena, no importa muy bien cómo, y que todos tenemos el derecho de sacar algo de ella. En consecuencia, nuestro comportamiento es anómico. 

Este debate se ha dado, por un lado, entre instituciones democráticas débiles (las reglas de juego cambian sistemáticamente, no hay independencia de poderes, la institucionalidad es endémica, no hay incentivos para el desarrollo) y, por el otro, corporaciones empresarias y sindicales muy fuertes. Resultado: mucha distribución a modo de saqueo, poca redistribución de ingresos. 

¿Qué más podemos ver en este conjunto de naciones que, excepto Alemania, son medianas y pequeñas? Tienen un Estado en el que rigen políticas públicas que atienden en forma más que aceptable las cuestiones sociales de su población. ¿Son de izquierda? ¿Son de derecha? Depende, a veces de centro izquierda, a veces de centro derecha, a veces de centro. 

Son todos países de economías capitalistas, políticas liberales y cultura abierta, con un Estado regulador e impulsor de políticas sectoriales. No existe ninguna experiencia de desarrollo de países capitalistas sin un Estado presente que impulse el despegue económico. 

El Gobierno está dando una batalla cultural a partir de un diagnóstico equivocado. Tanto el Estado argentino como el mercado argentino deben de ser repensados. Ni individualismo salvaje ni colectivismo brutal. La batalla cultural es recuperar el centro, el equilibrio, la calidad educativa como vector de movilidad social ascendente, terminar con las ceremonias unánimes y los esmeros populistas. La batalla cultural debería consistir en recuperar y fortalecer el capital intangible que significa la clase media, movilizar el conocimiento, restablecer una economía competitiva y sustentable. Los modelos están a la vista. La verdadera batalla cultural es construir una identidad con el Estado que sea un obstáculo para la mala praxis política. No hay que inventar nada. 

Prioridades y definiciones 

¿Cuántos de los países que encabezan los rankings de calidad de vida defienden su cine? Todos. ¿Cuántos de estos países promueven las artes? Todos. ¿Cuántos de ellos tienen políticas culturales de apoyo al teatro, a la música? Todos. ¿Cuántos conservan y defienden su patrimonio cultural? Todos. ¿Cuáles de ellos promueven la formación artística, la educación estética y la diversidad creativa? Todos. 

¿Cuántos de ellos tienen televisión oficial que es utilizada como mecanismo de propaganda del partido o del líder gobernante? Ninguno. ¿Cuántos dan la espalda a sus industrias culturales? Ninguno. ¿Cuántos de estos países mantienen agencias estatales de prensa con periodismo militante? Ninguno. ¿Cuántos creen que la cultura es un gasto? Ninguno. ¿Cuántos ven la posibilidad de crear valor a través de la creación artística y de entretenimiento? Todos. 

Se dice que el inconveniente es que no somos capaces de ponernos de acuerdo con el rumbo a seguir. No es cierto, hace tiempo que nos pusimos de acuerdo en un modelo equivocado: “estatista sin identidad con el Estado”. Pésima combinación. 

En la comedia de Mario Monicelli, La Armada Brancaleone, un brillante y joven Vittorio Gassman interpreta a un caballero andante medieval. En una escena, desde lo alto de su caballo blanco cargado de arneses y ornamentos que apenas le permiten moverse, arenga y estimula para la batalla a cuatro vasallos zaparrastrosos del lugar que lo miran con incrédula indiferencia. Luego de la encendida perorata se da vuelta y comienza la marcha. Los lugareños se miran: “¿Adónde va?”. Entonces uno le chifla: “Hey, es para el otro lado”.

Publicado en La Nación el 16 de abril de 2024.

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